miércoles, 15 de noviembre de 2017

UN AÑO EN LA VIDA (XII) DICIEMBRE


  • El que vota a ciegas está condenado a lamentarse, como mínimo, hasta las siguientes elecciones.

TANTO AMOR

Ella recibió un sobre grande en el que venía impreso, en letras mayúsculas, su nombre y una advertencia en letras rojas: “No lo abras hasta después de que te llegue la noticia de mi muerte”. 
Firmaba su viejo amigo enamorado. 
No hizo caso; lo abrió y dentro encontró un grueso volumen en el que estaban recopilados todos los poemas de amor y de desamor que ella le había inspirado a lo largo de su larga vida.
Cuando terminó de leerlos quiso hablar con él; le llamó, pero una voz neutra, al otro lado de la línea telefónica, dijo que ese número ya no existía… 
No existía… 
Había abierto el paquete, leído los poemas, y entonces cayó en la cuenta de que, sin querer, había cumplido con la advertencia que le hacía.
Lloró amargamente por no haber sido capaz de percibir tanto amor…


  • Estar resentido contra el mundo no da derecho a estarlo con cada una de las personas que lo habitan; sería una injusticia.

LA VIDA
Se acerca al amigo y le pregunta:
- ¿Cómo va la vida?...
- Gastándola, poquito a poco… - le responde.

  • A los que estamos en los márgenes de los círculos políticos nos va a resultar muy difícil que nuestros camaradas nos convenzan de la necesidad de apreciar los valores nutritivos de la mierda.

  • Anarquista de derechas: Sujeto que denigra al político en particular y a la política en general, no hace nunca nada para remediar la situación y, cuando llegan las elecciones, se queda en casa y no vota, con lo que favorece siempre a la derecha.

  • Apolítico: Dícese del animal racional que se pasa cuatro años diciendo que todos los políticos son iguales, y cuando llegan las elecciones, vota a la derecha.

HÁGASE

Con la autoridad moral que da no haberse equivocado nunca, porque nunca  han tenido responsabilidades de ningún tipo, decretarán el estado universal de la felicidad. "Hágase". Así de fácil. Llenar la cesta de la compra cada día será otra cuestión.

  • En algunas personas han envejecido con más dignidad sus cuerpos que sus ideas. Lástima que no hayan ido a la par: sus semejantes lo agradecerían.

PAÍS

Es quizás por el país en que nací por lo que no tengo ningún afecto a ninguna patria, ni a sus respectivos himnos y banderas, porque este país donde nací, donde vivo,  fue una mala madrastra que nos esquilmó antes de invitarnos a marchar y está repleto de sanguijuelas que se meten en tu organismo hasta dejarte exhausto. No obstante, persevero, con la esperanza de encontrar algún día el antídoto para tan perversa enfermedad.

·         Cuanto más deprisa quieras hacerte rico, más deprisa aún te toparás contra el muro de la ruina.

EL NACIONALISMO y YO

Yo soy un tipo único; a ver si no quién, como yo, nació cuándo y dónde yo nací, es hijo de la mujer y del hombre de los que soy hijo, y de profesión tiene su puesto al otro lado de la mesa en una oficina del paro… Y porque yo tenga esa característica, ¿me voy a encerrar en mí mismo? Sería estúpido. Hay que estar abierto a los demás, compartir vivencias, discutir, pelearse, volver a reconciliarse, volver a pelear; vamos como los matrimonios, porque, si no, psiquiatra o psicólogo seguro, o abogado y divorcio.
Y porque soy como soy, no soy nacionalista en el sentido excluyente del término, y no lo soy desde que tengo uso de razón: ni español, ni europeo, ni de mi pueblo, nada, el orgullo de ser de, o de pertenecer a… no creció en mi desde niño, y, por lo tanto, no me llevó a la soberbia que exhiben los que lo son en exceso. Mi padre es el culpable de que piense así porque viajó por muchos sitios y en todos se encontró a gusto. De niño yo miraba su pasaporte repleto de sellos ininteligibles, con multitud de fechas que no me decían nada y solo me llamaba la atención una nota que decía que permitía viajar a todos los países del mundo excepto Rusia y países satélites, y yo, niño como era entonces, me preguntaba: ¿qué le habrán hecho los rusos al tío que hace los pasaportes? ¿Y los marcianos?, porque yo pensaba que los países satélites eran Júpiter, Saturno, Urano, inclusive la Luna que es la única satélite, o sea, los extraterrestres. Cosas de niños. En definitiva, que no soy nacionalista, pero intento respetar a todos los que lo son, aunque alguno de ellos no respeten a los demás.
Dicen que eso del nacionalismo se cura viajando, y pudiera ser, aunque a mí no me ha hecho falta viajar mucho para no serlo. Desde mi trabajo estoy en contacto con multitud de personas de otras nacionalidades, religiones y creencias, y cuando se sientan al otro lado de la mesa y les miro a los ojos, veo en ellos las mismas inquietudes o la misma amargura que quizás tenía mi padre cuando tuvo que irse desde el pueblo a otros lugares tan remotos como Suiza u Holanda. A mí, viajando virtualmente desde mi puesto de trabajo, no me ha afectado esa enfermedad del siglo XIX que algunos quieren poner de moda en el XXI, y no me refiero solo a los nacionalistas periféricos, también a los centralistas, que tanto monta, y que lo que les falta a unos y a otros, a todos los que llevan cualquiera de estas cuestiones al extremo, es conocer el significado profundo de las palabras democracia y respeto. Yo pienso que el mundo debe caminar hacia la unión y no hacia la división, pero no deja de ser una opinión que puede ser errónea.
Porque el nacionalismo, llevado al extremo, ¿en qué consiste? ¿En ser de un sitio y estar orgulloso de ser de ahí, y hacer cuestión principal de ello, y también estar orgulloso de no ser de otro sitio? O sea, estar con unos y, necesariamente, contra otros, como si fuese un partido de rugby. Yo no estoy contra nadie, y llevo a rajatabla eso que a muchos les parece pura demagogia: soy ciudadano del mundo y siento los problemas de la gente independientemente del lugar del que procedan, de su religión, de su raza o de su idioma, me da exactamente igual que hablen polaco que catalán, ruso, arameo o sánscrito, por no decir nada de español o castellano. Además, el concepto de patria lo tengo un poco atrofiado. De niño y desde que tuvimos televisión pensaba que patria era el nombre de la gallina que salía en la bandera cuando se acababa la emisión y que aquello de “una, grande y libre” eran cualidades de la gallina. Es obvio que los problemas de  las personas que tengo más cerca me afecten más por ser más visibles, por su proximidad, porque conozco su idioma, aunque me gustaría conocer todos, o los más posibles, incluso el de aquellos que odian conocer el mío y lo consideran una tara del destino, pero nunca pierdo de vista al resto de personas y creo que lo demuestro siempre que tengo ocasión. Quien mucho se mira el ombligo, corre el riesgo de perder la perspectiva.
¿Y las banderas?, porque cada autonomía, nacionalista o nacionalismo tienen sus propias banderas, casi todas con los mismos colorines, pero mezclándolos, o poniéndolos en vertical, o en horizontal con tres bandas, con quince, o con estrellitas en un lado, o… Pues a mí, lo mismo, me traen al fresco las banderas, tanto que cuando hice la mili me preguntó mi madre que si quería que fuesen a mi jura y les dije que me daba igual que para mí no era un día importante a pesar de ser jovencito. Le dije a mi madre que no se preocupara, que no fueran y ahí se quedo la cosa, fue algo a lo que no di la menor importancia. Y yo creo que, después, ni la juré (si por jurar se entiende besar) porque entonces yo era muy comunista y la bandera que pusieron delante, con el desfile, casi ni la vi porque había que coordinar muchos movimientos: ir tieso como un palo, con la gorra en una mano y el brazo encogido; en la otra mano el cetme en suspensión, y cuando pasabas por la tribuna donde estaba la bandera y el colega sujetándola, tenías que levantar la vista, mirar al lado a las autoridades (entre las que estaba Milans del Bosch, ojo) y acertar con el beso: ni repajolera idea; yo creo que besé la mano del capitán que sujetaba la banderita porque luego en la foto de rigor se me ve haciendo todos los pasos mencionados anteriormente, pero estaba un tanto retirado del objeto de la jura, así que le tiraría el beso en vez de dárselo.
Lo dicho, me va muy bien en la vida no siendo nacionalista, llevándome bien con casi todo el mundo, para no exagerar, y el único arranque nacionalista que se me nota con frecuencia es que prefiero los marranos de mi pueblo a los de otro sitio, que para eso sí que soy muy mío porque me acostumbré a ellos desde chiquitillo y les cogí cariño cuando limpiaba la cochinera, con su aspecto bonachón, ignorantes como eran del futuro que les esperaba en orzas llenas de aceite. Los jamones, los chorizos, las morcillas, las butifarras me gustan de mi pueblo porque les tengo cogido el sabor y al resto, a veces, les suelo poner pegas; bueno, si exceptuamos cuando me regalan algún buen jamón de Jabugo, de los denominados pata negra, que entonces reniego de mi nacionalismo culinario por un tiempo hasta que doy buena cuenta de él, que tampoco hay que ser extremista. En fin, admitir la bonanza de productos de otros sitios, ahora que caigo, también es un síntoma de buen ciudadano del mundo. ¿O no?

  • Era querido porque los tontos siempre despiertan compasión. Pero cuando esos mismos tontos se creen los más listos causan mucho daño, más del que son capaces de percibir.

NORMA JEAN: EL REENCUENTRO

No lo puedo remediar, va en mi código genético: me gustan los bares, tomarme una cerveza, el brazo apoyado en el filo del mostrador mientras charlamos entre sorbo y sorbo sobre algo intrascendente o acerca de cómo salvar al mundo. Así, plácidamente, vemos la vida pasar. Incluso me gustan, de vez en cuando, los ‘engasques’, que decía mi tío Frasco, y que consisten en enlazar una cerveza tras otra hasta… la última.  
Y me gusta probar lo nuevo. En mi barrio remodelaron un antiguo antro al que rebautizaron, en un alarde de imaginación, ‘La Nueva’, y un día entré. Era sábado y detrás de la barra había un ángel moreno de ojos azules, de un azul que resultó ser producto de la coquetería de su dueña, en la que vi la reencarnación de la alegría. Me hice asiduo: me sentaba en la barra y pedía el café o la cerveza, la miraba, y con cada visita me llevaba una buena ración de optimismo. Un día se fue porque no sentía recompensado su trabajo, y desde entonces me apeteció menos visitar el lugar.
Un día volví y, mientras degustaba una rica tapa de patatas revolconas, me giré y descubrí las paredes, decoradas con cierto gusto, y en una pared, una foto. Me acerqué para degustarla con detalle. Mis ojos, en blanco y negro, se llenaron de nostalgia por un tiempo que no conocí, por la historia de una vida que llevo en el corazón: allí estaba, sentada junto a un galán de ocasión, tomándose una cerveza tras otra, Norma Jean, una de mis chicas favoritas, por su vida azarosa y desgraciada, por su magia, y por la que me gustaría que existiese el más allá de los creyentes para encontrarnos y entendernos porque supongo que, de existir, allí todos hablaríamos el mismo lenguaje.
Me senté en una mesa frente a la pared que ella iluminaba con su figura, como se arrodillan los fieles ante el altar, pedí otra cerveza y simulé brindar por tan feliz reencuentro. Allí donde estés, te adoro, Marilyn Monroe.

  • Si necesitas hacer recuento diario de la gente que te quiere y pregonarlo a los cuatro vientos, es que no estás seguro de que te quieran tanto y de que sean tantos como tú quisieras.

UMA THURMAN

Poco a poco se nos desvanecen los mitos como si fuesen el humo de cualquier cigarrillo. Yo, de joven, no era nada bailón; cuando iba a la discoteca me ponía en la pista, cubata en ristre, y hacia como que me movía, pero totalmente desacompasado. Era la época de FIEBRE DEL SÁBADO NOCHE, con la música disco de los renacidos Bee Gees y Travolta, a quién todos los macarrillas de barrio querían emular; pero yo no: mi sentido del ridículo me lo impedía. Después vino GREASE, y más de lo mismo, con Travolta y Olivia, una gran pareja de bailones que fueron la envidia de los patosos como yo.
Pasó el tiempo, me hice mayor y llegó Tarantino, y en una de sus películas, PULP FICTION, me devolvió al mejor Travolta bailón, ya madurito, con una nueva pareja, Uma Thurman, una chica en las antípodas de mis preferencias pero que me obnubiló. El baile que se marcan en esa película se me quedó grabado como un icono en la memoria. Era arte, plasticidad, pero también era la imagen de la sensualidad, de la belleza inexplicable. Y, sobre todo, ella, Uma, con ese cuerpo ligero detenido para siempre en mi memoria en el momento del baile, no antes ni después, sus labios rojos y su mirada retadora, fría como el cristal.
Hace unos días abro el periódico y me encuentro con la imagen de una señora que me dice el periódico que es Uma Thurman, que se ha cambiado la cara. Supe que era ella porque el periódico decía que era ella. Otra más, pensé... Pero ya no era la Uma Thurman de mi memoria ¿Qué veneno les dará Hollywood para trastornar su mente hasta el punto de no aceptar su rostro imperfecto, como el de todos?  
Me hago mayor y se me van muriendo uno a uno los mitos: sólo me quedan aquellos que abrazo cada día, con los que converso cada día, que me sonríen cada día y que me alegran cada día... Y esos, afortunadamente, no son mitos, son personajes de carne y hueso.

  • A fin de cuentas, es cuestión vital ir sumando días...

PARA DESMENTIR A LAS MALAS LENGUAS
Algunos me dicen que creen que me estoy volviendo loco porque últimamente escribo una gran cantidad de tonterías, tonterías sin fronteras, dicen, que no tienen parangón en mi ya extensa vida literaria de antes, compuesta, principalmente, por miles de versos y “ni una sola línea de poesía”, que decía un francés; bueno, de vez en cuando escribía algún artículo sesudo sobre coyuntura económica o política, o de sociedad, de la baja, que la alta sociedad nunca me ha llamado salvo para acordarme de sus ancestros, y que dios me perdone (lo pongo en minúscula porque soy ateo, que en los tiempos que corren hay que justificar todo).
Un día pensé en abandonar los escritos sobre coyuntura socio-política cuando se me ocurrió contestar a unos colegas de partido, con cierta ironía, eso sí, a un requerimiento suyo para que preguntara por los verdaderos oportunistas, y a los que iba dirigido mi escrito les sentó tan mal que uno de ellos me amenazó con ponerme una querella ‘que me iba a cagar’. Me asusté un poco, la verdad sea dicha, porque no pretendía llegar tan lejos, pero enseguida me di cuenta de que cuando se utiliza la ironía con los políticos o con quien pretende llegar a serlo, hay que tener mucho cuidado porque en ese campo no hay sentido del humor, sólo intereses y cuchillos largos y bien afilados.
Ahora, tengo que reconocerlo, escribo sobre cosas variopintas, mezclando churras y merinas y sin orden preestablecido, es decir, lo que va saliendo cada día de mi cabeza sin premeditación, con lo cual no es que sean escritos muy sesudos, más bien nada sesudos, sino para entretenerme y vaciar el depósito de ideas mientras trabajo, hago footing –bueno, ando deprisa por el colesterol y el azúcar-, preparo la comida –vale, la caliento porque la hace mi mujer-, o limpio el polvo de la casa que eso sí lo hago yo, - vaaaale, el de la parte de la casa que me toca, hombre, que ya me estoy hartando de que mi pepito grillo me contradiga y tenga que puntualizar cada afirmación.- Lo que decía, escribo sobre cosas diversas y a veces poco serias pero tampoco es para ir al psiquiatra o el psicólogo, que a mí me han dicho que lo único que se consigue es que te vuelvan más loco de lo que pudieras estar, te hartan de pastillas o los ultramodernos te someten a terapias de choque de la leche, donde le tienes que contar tu vida, la sexual y la otra, desde tu niñez, tu adolescencia –pajas incluidas- a desconocidos que vaya mierda que les importará nada tu vida.  Esto lo sé por amigos que me lo han contado porque yo todavía no tengo ninguna experiencia psiquiátrica o psicológica. Pero yo no, yo no voy a ir al psiquiatra porque me veo normal, me tomo mis cañitas, mi café con churros –o porras que tienen más grasa- o lo que sea y no me sientan mal, ni se me obnubila la vista, e incluso llevo bien el asunto de no poder ligar.
¿Y si todo esta vorágine cuenta-historias ha venido a causa de la operación, al extirparme la próstata, que al bajarme la libido me haya subido el nivel de cachondeo en mis circuitos cerebrales, para compensar? Pudiera ser, pero, en todo caso, no sería nada grave porque no le hago daño a nadie. O al menos eso creo por lo que me dicen mis lectores –vale, los amigos a los que dejo mis escritos-.
De todas formas, hoy, mi amigo Miguel, al que alguna vez le dejo alguno de ellos, me ha dicho que están bien, que se ríe mucho pero que escribo cosas muy raras y que tan brusco cambio de humor -aunque ha puntualizado que yo siempre he sido un poco cachondo- puede venir motivado por algún desequilibrio en no sé qué (no me quedo bien con los nombres con los que la medicina nombra a las cosas más normales). Él sí se los sabe bien porque tiene un hermano médico y se le quedan mejor, aparte de que como habla más despacio, pues las ideas también se ralentizan y se fijan mejor en las paredes cerebrales del entendimiento, que a saber qué nombres les dan los expertos.
Y no, no voy al psiquiatra, ni al psicólogo, que parece, por la terminación ‘ogo’, menos dramático que la ‘atra’. “¿Dónde llevas a tu hija, al psiquiatra? Pues sí que tiene que estar mal la pobrecilla…” Sin embargo, si dices que va al psicólogo, la pregunta se transforma: “¿Qué pasa, que está pasando un mal momento?” ¡Qué coño! Puede estar, o no, como una chota en los dos casos si habla con la cafetera y le cuenta su vida al bidé. Pero yo no, yo estoy muy cuerdo, sin próstata, vale, pero totalmente cuerdo,  así que, seguiré diciendo, incluso escribiendo, tonterías que para el caso que nos hacen en ningún sitio cuando decimos cosas serias...

Yo creo que, como ya soy algo mayor, tengo el disco duro casi lleno y ha de soltar lastre, porque ya pesan muchas cosas en la cabeza y salen como un torrente fluvial, o como una borrasca con gota fría, que no sé si existe el término aunque me da igual que para eso lo escribo yo y si no existe pues me lo invento. En fin que como aprendí en el metro hace mucho tiempo: antes de entrar hay que dejar salir (y de paso nos refrescamos). 

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