- El
que vota a ciegas está condenado a lamentarse, como mínimo, hasta las
siguientes elecciones.
TANTO AMOR
Ella recibió un
sobre grande en el que venía impreso, en letras mayúsculas, su
nombre y una advertencia en letras rojas: “No lo abras hasta
después de que te llegue la noticia de mi muerte”.
Firmaba su viejo
amigo enamorado.
No hizo caso; lo
abrió y dentro encontró un grueso volumen en el que estaban
recopilados todos los poemas de amor y de desamor que ella le
había inspirado a lo largo de su larga vida.
Cuando terminó de
leerlos quiso hablar con él; le llamó, pero una voz neutra, al otro
lado de la línea telefónica, dijo que ese número ya no existía…
No existía…
Había abierto el
paquete, leído los poemas, y entonces cayó en la cuenta de que, sin
querer, había cumplido con la advertencia que le hacía.
Lloró
amargamente por no haber sido capaz de percibir tanto amor…
- Estar
resentido contra el mundo no da derecho a estarlo con cada una de las
personas que lo habitan; sería una injusticia.
LA VIDA
Se acerca al amigo y le pregunta:
- ¿Cómo va
la vida?...
-
Gastándola, poquito a poco… - le responde.
- A los que estamos en los márgenes de los círculos
políticos nos va a resultar muy difícil que nuestros camaradas nos
convenzan de la necesidad de apreciar los valores nutritivos de la mierda.
- Anarquista de
derechas: Sujeto que denigra al político en
particular y a la política en general, no hace nunca nada para remediar la
situación y, cuando llegan las elecciones, se queda en casa y no vota, con
lo que favorece siempre a la derecha.
- Apolítico:
Dícese del animal racional que se pasa cuatro años diciendo que todos los
políticos son iguales, y cuando llegan las elecciones, vota a la derecha.
HÁGASE
Con la autoridad moral
que da no haberse equivocado nunca, porque nunca han tenido responsabilidades de ningún tipo,
decretarán el estado universal de la felicidad. "Hágase". Así de
fácil. Llenar la cesta de la compra cada día será otra cuestión.
- En algunas personas han envejecido con más dignidad sus
cuerpos que sus ideas. Lástima que no hayan ido a la par: sus semejantes
lo agradecerían.
PAÍS
Es quizás por el país en
que nací por lo que no tengo ningún afecto a ninguna patria, ni a sus
respectivos himnos y banderas, porque este país donde nací, donde vivo,
fue una mala madrastra que nos esquilmó antes de invitarnos a marchar y está
repleto de sanguijuelas que se meten en tu organismo hasta dejarte exhausto. No
obstante, persevero, con la esperanza de encontrar algún día el antídoto para
tan perversa enfermedad.
·
Cuanto más deprisa quieras hacerte rico,
más deprisa aún te toparás contra el muro de la ruina.
EL
NACIONALISMO y YO
Yo soy un tipo único; a
ver si no quién, como yo, nació cuándo y dónde yo nací, es hijo de la mujer y
del hombre de los que soy hijo, y de profesión tiene su puesto al otro lado de
la mesa en una oficina del paro… Y porque yo tenga esa característica, ¿me voy
a encerrar en mí mismo? Sería estúpido. Hay que estar abierto a los demás, compartir
vivencias, discutir, pelearse, volver a reconciliarse, volver a pelear; vamos
como los matrimonios, porque, si no, psiquiatra o psicólogo seguro, o abogado y
divorcio.
Y porque soy como soy, no
soy nacionalista en el sentido excluyente del término, y no lo soy desde que
tengo uso de razón: ni español, ni europeo, ni de mi pueblo, nada, el orgullo
de ser de, o de pertenecer a… no creció en mi desde niño, y, por lo tanto, no
me llevó a la soberbia que exhiben los que lo son en exceso. Mi padre es el culpable
de que piense así porque viajó por muchos sitios y en todos se encontró a
gusto. De niño yo miraba su pasaporte repleto de sellos ininteligibles, con
multitud de fechas que no me decían nada y solo me llamaba la atención una nota
que decía que permitía viajar a todos los países del mundo excepto Rusia y
países satélites, y yo, niño como era entonces, me preguntaba: ¿qué le habrán
hecho los rusos al tío que hace los pasaportes? ¿Y los marcianos?, porque yo
pensaba que los países satélites eran Júpiter, Saturno, Urano, inclusive la
Luna que es la única satélite, o sea, los extraterrestres. Cosas de niños. En
definitiva, que no soy nacionalista, pero intento respetar a todos los que lo
son, aunque alguno de ellos no respeten a los demás.
Dicen que eso del
nacionalismo se cura viajando, y pudiera ser, aunque a mí no me ha hecho falta
viajar mucho para no serlo. Desde mi trabajo estoy en contacto con multitud de
personas de otras nacionalidades, religiones y creencias, y cuando se sientan
al otro lado de la mesa y les miro a los ojos, veo en ellos las mismas
inquietudes o la misma amargura que quizás tenía mi padre cuando tuvo que irse
desde el pueblo a otros lugares tan remotos como Suiza u Holanda. A mí,
viajando virtualmente desde mi puesto de trabajo, no me ha afectado esa
enfermedad del siglo XIX que algunos quieren poner de moda en el XXI, y no me
refiero solo a los nacionalistas periféricos, también a los centralistas, que
tanto monta, y que lo que les falta a unos y a otros, a todos los que llevan cualquiera
de estas cuestiones al extremo, es conocer el significado profundo de las
palabras democracia y respeto. Yo pienso que el mundo debe caminar hacia la
unión y no hacia la división, pero no deja de ser una opinión que puede ser
errónea.
Porque el nacionalismo,
llevado al extremo, ¿en qué consiste? ¿En ser de un sitio y estar orgulloso de
ser de ahí, y hacer cuestión principal de ello, y también estar orgulloso de no
ser de otro sitio? O sea, estar con unos y, necesariamente, contra otros, como
si fuese un partido de rugby. Yo no estoy contra nadie, y llevo a rajatabla eso
que a muchos les parece pura demagogia: soy ciudadano del mundo y siento los
problemas de la gente independientemente del lugar del que procedan, de su
religión, de su raza o de su idioma, me da exactamente igual que hablen polaco
que catalán, ruso, arameo o sánscrito, por no decir nada de español o
castellano. Además, el concepto de patria lo tengo un poco atrofiado. De niño y
desde que tuvimos televisión pensaba que patria era el nombre de la gallina que
salía en la bandera cuando se acababa la emisión y que aquello de “una, grande
y libre” eran cualidades de la gallina. Es obvio que los problemas de las personas que tengo más cerca me afecten más
por ser más visibles, por su proximidad, porque conozco su idioma, aunque me
gustaría conocer todos, o los más posibles, incluso el de aquellos que odian
conocer el mío y lo consideran una tara del destino, pero nunca pierdo de vista
al resto de personas y creo que lo demuestro siempre que tengo ocasión. Quien
mucho se mira el ombligo, corre el riesgo de perder la perspectiva.
¿Y las banderas?, porque
cada autonomía, nacionalista o nacionalismo tienen sus propias banderas, casi
todas con los mismos colorines, pero mezclándolos, o poniéndolos en vertical, o
en horizontal con tres bandas, con quince, o con estrellitas en un lado, o…
Pues a mí, lo mismo, me traen al fresco las banderas, tanto que cuando hice la
mili me preguntó mi madre que si quería que fuesen a mi jura y les dije que me
daba igual que para mí no era un día importante a pesar de ser jovencito. Le
dije a mi madre que no se preocupara, que no fueran y ahí se quedo la cosa, fue
algo a lo que no di la menor importancia. Y yo creo que, después, ni la juré
(si por jurar se entiende besar) porque entonces yo era muy comunista y la
bandera que pusieron delante, con el desfile, casi ni la vi porque había que
coordinar muchos movimientos: ir tieso como un palo, con la gorra en una mano y
el brazo encogido; en la otra mano el cetme en suspensión, y cuando pasabas por
la tribuna donde estaba la bandera y el colega sujetándola, tenías que levantar
la vista, mirar al lado a las autoridades (entre las que estaba Milans del
Bosch, ojo) y acertar con el beso: ni repajolera idea; yo creo que besé la mano
del capitán que sujetaba la banderita porque luego en la foto de rigor se me ve
haciendo todos los pasos mencionados anteriormente, pero estaba un tanto
retirado del objeto de la jura, así que le tiraría el beso en vez de dárselo.
Lo dicho, me va muy bien
en la vida no siendo nacionalista, llevándome bien con casi todo el mundo, para
no exagerar, y el único arranque nacionalista que se me nota con frecuencia es
que prefiero los marranos de mi pueblo a los de otro sitio, que para eso sí que
soy muy mío porque me acostumbré a ellos desde chiquitillo y les cogí cariño
cuando limpiaba la cochinera, con su aspecto bonachón, ignorantes como eran del
futuro que les esperaba en orzas llenas de aceite. Los jamones, los chorizos,
las morcillas, las butifarras me gustan de mi pueblo porque les tengo cogido el
sabor y al resto, a veces, les suelo poner pegas; bueno, si exceptuamos cuando
me regalan algún buen jamón de Jabugo, de los denominados pata negra, que
entonces reniego de mi nacionalismo culinario por un tiempo hasta que doy buena
cuenta de él, que tampoco hay que ser extremista. En fin, admitir la bonanza de
productos de otros sitios, ahora que caigo, también es un síntoma de buen
ciudadano del mundo. ¿O no?
- Era querido
porque los tontos siempre despiertan compasión. Pero cuando esos mismos
tontos se creen los más listos causan mucho daño, más del que son capaces
de percibir.
NORMA
JEAN: EL REENCUENTRO
No lo puedo remediar, va
en mi código genético: me gustan los bares, tomarme una cerveza, el brazo
apoyado en el filo del mostrador mientras charlamos entre sorbo y sorbo sobre
algo intrascendente o acerca de cómo salvar al mundo. Así, plácidamente, vemos
la vida pasar. Incluso me gustan, de vez en cuando, los ‘engasques’, que decía
mi tío Frasco, y que consisten en enlazar una cerveza tras otra hasta… la
última.
Y me gusta probar lo
nuevo. En mi barrio remodelaron un antiguo antro al que rebautizaron, en un
alarde de imaginación, ‘La Nueva’, y un día entré. Era sábado y detrás de la
barra había un ángel moreno de ojos azules, de un azul que resultó ser producto
de la coquetería de su dueña, en la que vi la reencarnación de la alegría. Me
hice asiduo: me sentaba en la barra y pedía el café o la cerveza, la miraba, y
con cada visita me llevaba una buena ración de optimismo. Un día se fue porque
no sentía recompensado su trabajo, y desde entonces me apeteció menos visitar
el lugar.
Un día volví y, mientras
degustaba una rica tapa de patatas revolconas, me giré y descubrí las paredes,
decoradas con cierto gusto, y en una pared, una foto. Me acerqué para
degustarla con detalle. Mis ojos, en blanco y negro, se llenaron de nostalgia
por un tiempo que no conocí, por la historia de una vida que llevo en el
corazón: allí estaba, sentada junto a un galán de ocasión, tomándose una
cerveza tras otra, Norma Jean, una de mis chicas favoritas, por su vida azarosa
y desgraciada, por su magia, y por la que me gustaría que existiese el más allá
de los creyentes para encontrarnos y entendernos porque supongo que, de
existir, allí todos hablaríamos el mismo lenguaje.
Me senté en una mesa
frente a la pared que ella iluminaba con su figura, como se arrodillan los
fieles ante el altar, pedí otra cerveza y simulé brindar por tan feliz
reencuentro. Allí donde estés, te adoro, Marilyn Monroe.
- Si
necesitas hacer recuento diario de la gente que te quiere y pregonarlo a
los cuatro vientos, es que no estás seguro de que te quieran tanto y de
que sean tantos como tú quisieras.
UMA THURMAN
Poco a poco se nos desvanecen los
mitos como si fuesen el humo de cualquier cigarrillo. Yo, de joven, no era nada
bailón; cuando iba a la discoteca me ponía en la pista, cubata en ristre, y
hacia como que me movía, pero totalmente desacompasado. Era la época de FIEBRE
DEL SÁBADO NOCHE, con la música disco de los renacidos Bee Gees y Travolta, a
quién todos los macarrillas de barrio querían emular; pero yo no: mi sentido
del ridículo me lo impedía. Después vino GREASE, y más de lo mismo, con
Travolta y Olivia, una gran pareja de bailones que fueron la envidia de los
patosos como yo.
Pasó el tiempo, me hice mayor y
llegó Tarantino, y en una de sus películas, PULP FICTION, me devolvió al mejor
Travolta bailón, ya madurito, con una nueva pareja, Uma Thurman, una chica en
las antípodas de mis preferencias pero que me obnubiló. El baile que se marcan
en esa película se me quedó grabado como un icono en la memoria. Era arte,
plasticidad, pero también era la imagen de la sensualidad, de la belleza
inexplicable. Y, sobre todo, ella, Uma, con ese cuerpo ligero detenido para
siempre en mi memoria en el momento del baile, no antes ni después, sus labios
rojos y su mirada retadora, fría como el cristal.
Hace unos días abro el periódico y
me encuentro con la imagen de una señora que me dice el periódico que es Uma
Thurman, que se ha cambiado la cara. Supe que era ella porque el periódico
decía que era ella. Otra más, pensé... Pero ya no era la Uma Thurman de mi
memoria ¿Qué veneno les dará Hollywood para trastornar su mente hasta el punto
de no aceptar su rostro imperfecto, como el de todos?
Me hago mayor y se me van muriendo
uno a uno los mitos: sólo me quedan aquellos que abrazo cada día, con los que
converso cada día, que me sonríen cada día y que me alegran cada día... Y esos,
afortunadamente, no son mitos, son personajes de carne y hueso.
- A fin de
cuentas, es cuestión vital ir sumando días...
PARA DESMENTIR A LAS MALAS LENGUAS
Algunos me dicen que
creen que me estoy volviendo loco porque últimamente escribo una gran cantidad
de tonterías, tonterías sin fronteras, dicen, que no tienen parangón en mi ya
extensa vida literaria de antes, compuesta, principalmente, por miles de versos
y “ni una sola línea de poesía”, que decía un francés; bueno, de vez en cuando
escribía algún artículo sesudo sobre coyuntura económica o política, o de
sociedad, de la baja, que la alta sociedad nunca me ha llamado salvo para
acordarme de sus ancestros, y que dios me perdone (lo pongo en minúscula porque
soy ateo, que en los tiempos que corren hay que justificar todo).
Un día pensé en abandonar
los escritos sobre coyuntura socio-política cuando se me ocurrió contestar a
unos colegas de partido, con cierta ironía, eso sí, a un requerimiento suyo
para que preguntara por los verdaderos oportunistas, y a los que iba dirigido
mi escrito les sentó tan mal que uno de ellos me amenazó con ponerme una
querella ‘que me iba a cagar’. Me asusté un poco, la verdad sea dicha, porque
no pretendía llegar tan lejos, pero enseguida me di cuenta de que cuando se
utiliza la ironía con los políticos o con quien pretende llegar a serlo, hay
que tener mucho cuidado porque en ese campo no hay sentido del humor, sólo
intereses y cuchillos largos y bien afilados.
Ahora, tengo que
reconocerlo, escribo sobre cosas variopintas, mezclando churras y merinas y sin
orden preestablecido, es decir, lo que va saliendo cada día de mi cabeza sin
premeditación, con lo cual no es que sean escritos muy sesudos, más bien nada
sesudos, sino para entretenerme y vaciar el depósito de ideas mientras trabajo,
hago footing –bueno, ando deprisa por el colesterol y el azúcar-, preparo la
comida –vale, la caliento porque la hace mi mujer-, o limpio el polvo de la
casa que eso sí lo hago yo, - vaaaale, el de la parte de la casa que me toca,
hombre, que ya me estoy hartando de que mi pepito grillo me contradiga y tenga
que puntualizar cada afirmación.- Lo que decía, escribo sobre cosas diversas y
a veces poco serias pero tampoco es para ir al psiquiatra o el psicólogo, que a
mí me han dicho que lo único que se consigue es que te vuelvan más loco de lo
que pudieras estar, te hartan de pastillas o los ultramodernos te someten a
terapias de choque de la leche, donde le tienes que contar tu vida, la sexual y
la otra, desde tu niñez, tu adolescencia –pajas incluidas- a desconocidos que
vaya mierda que les importará nada tu vida.
Esto lo sé por amigos que me lo han contado porque yo todavía no tengo
ninguna experiencia psiquiátrica o psicológica. Pero yo no, yo no voy a ir al
psiquiatra porque me veo normal, me tomo mis cañitas, mi café con churros –o
porras que tienen más grasa- o lo que sea y no me sientan mal, ni se me
obnubila la vista, e incluso llevo bien el asunto de no poder ligar.
¿Y si todo esta vorágine
cuenta-historias ha venido a causa de la operación, al extirparme la próstata,
que al bajarme la libido me haya subido el nivel de cachondeo en mis circuitos
cerebrales, para compensar? Pudiera ser, pero, en todo caso, no sería nada
grave porque no le hago daño a nadie. O al menos eso creo por lo que me dicen
mis lectores –vale, los amigos a los que dejo mis escritos-.
De todas formas, hoy, mi
amigo Miguel, al que alguna vez le dejo alguno de ellos, me ha dicho que están
bien, que se ríe mucho pero que escribo cosas muy raras y que tan brusco cambio
de humor -aunque ha puntualizado que yo siempre he sido un poco cachondo- puede
venir motivado por algún desequilibrio en no sé qué (no me quedo bien con los
nombres con los que la medicina nombra a las cosas más normales). Él sí se los
sabe bien porque tiene un hermano médico y se le quedan mejor, aparte de que
como habla más despacio, pues las ideas también se ralentizan y se fijan mejor
en las paredes cerebrales del entendimiento, que a saber qué nombres les dan
los expertos.
Y no, no voy al
psiquiatra, ni al psicólogo, que parece, por la terminación ‘ogo’, menos dramático que la ‘atra’. “¿Dónde llevas a tu hija, al
psiquiatra? Pues sí que tiene que estar mal la pobrecilla…” Sin embargo, si
dices que va al psicólogo, la pregunta se transforma: “¿Qué pasa, que está
pasando un mal momento?” ¡Qué coño! Puede estar, o no, como una chota en los
dos casos si habla con la cafetera y le cuenta su vida al bidé. Pero yo no, yo
estoy muy cuerdo, sin próstata, vale, pero totalmente cuerdo, así que, seguiré diciendo, incluso
escribiendo, tonterías que para el caso que nos hacen en ningún sitio cuando
decimos cosas serias...
Yo creo que, como ya soy
algo mayor, tengo el disco duro casi lleno y ha de soltar lastre, porque ya
pesan muchas cosas en la cabeza y salen como un torrente fluvial, o como una
borrasca con gota fría, que no sé si existe el término aunque me da igual que
para eso lo escribo yo y si no existe pues me lo invento. En fin que como
aprendí en el metro hace mucho tiempo: antes de entrar hay que dejar salir (y
de paso nos refrescamos).
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