lunes, 11 de septiembre de 2017

UN AÑO EN LA VIDA (IX) SEPTIEMBRE


  • Los jóvenes sólo quieren pensar en el presente; los mayores sólo pueden pensar en el presente.

DE MUSEOS

  1. EN EL THYSSEN

Nos invitaron a la premier de la exposición de Raoul Dufy en el museo Thyssen y decidimos acudir para conocer la obra de este pintor, desconocido para mí, y, además, para comprobar que no existe la complicidad entre las clases, eso que algunos llaman interclasismo. Ellos son ellos y nosotros, nosotros, como siempre, y, desde la altura de sus tacones –ellas- o desde la altivez de su mirada -ellos y ellas-, pude comprobar que somos clases irreconciliables por mucha transversalidad que algunos iluminados quieran decretar, y que la pelea tiene que llevar a que ellos bajen de su pedestal y se pongan a la altura de los humanos. Ahora, instalados en su nube, son otra cosa. ¿Suena a rancio el alegato? Pudiera ser, pero cuando los ves de cerca, tienes sensaciones raras.
Allí estaban todos, y todas: la baronesa y su vástago, acompañado de su amada y nunca bien ponderada esposa plebeya, madre de sus hijos; ellas, tísicas como sílfides hambrientas, él, traje azul oscuro, saludando a unos y a otros, viejos amigos paisanos del papá ausente para la eternidad, espléndido proveedor de recursos para las siguientes generaciones familiares, y aduladores de la mamá presente, esa señora de carnes estiradas, que hizo bueno el dicho popular: “es mejor saberse casar que saberse criar”, y todos ellos, pasando como de puntillas ante los cuadros que se exhibían en las pulcras paredes y sobre los que un experto daba explicaciones y datos para que los no entendidos entendiésemos qué quiso expresar el pintor con su obra. Bastante les importaban a ellos y ellas los cuadros y el pintor que se inició con el impresionismo y terminó  fauvista: cuatro escuchábamos mientras ellos y ellas departían, y, alguna vez, tan solo nosotros dos le seguíamos porque, para la alta sociedad presente, lo realmente importante era estrechar relaciones con la señora baronesa pues el futuro es muy traicionero y nunca sabes...
Y como lo de menos eran los cuadros, y una vez finalizado oficialmente el recorrido, pasamos al vestíbulo donde camareros pulcramente ataviados empezaron a pasar bandejas con bebida, cerveza o vino, tinto o blanco, refrescos. Todos miraban por encima del hombro del vecino para ver por dónde aparecerían las bandejas con las viandas, porque a esa hora de la tarde –las ocho- ya empezaba a protestar el estómago, incluso el de los bon vivant que suelen hacer caso a la máxima gastronómica de ‘muchas veces y poco’, para que el estómago no sufra como los estómagos proletarios que son más de ‘pocas veces y mucho’. Nosotros estábamos mal situados para el envite y las bandejas pasaban delante de nuestras narices ya vacías, en retirada, hasta que alguien se percató y aumentó el número de camareros que atacaron por todos los flancos, y nos llegó algo de lo que se suponía serían manjares exquisitos dignos de cualquier buffet de la high society. ¿Qué nos encontramos? En un recipiente de diseño, bien modelado, rugoso, de estaño o de otro material noble o irreconocible para un lego en la materia, habían puesto unos frutos secos, salpicados de algo como goma dulce. Como era lo primero comestible que caía en nuestras bocas, pues no le dimos mayor importancia y nos dijimos aquello de que después vendría lo bueno, pero después vino el plato fuerte: pinchitos de algo que quería ser tortilla de patatas, sobre un algo que parecía hojaldre y en la que no se divisaba por ningún lado la patata y aún menos el huevo, no digamos nada de la cebolla. Eso sí, la servilleta de papel que nos proporcionaban para limpiarnos los labios o los dedos era de diseño, seguro que exclusivo. Llegué a la conclusión de que era la deconstrucción de la tortilla de patata, que, deglutida en el Museo Thyssen del Paseo del Prado de Madrid, frente al Museo del Prado, debía adquirir una nueva dimensión. El problema es que en mi boca se hizo una bola que tragué sin apenas masticar porque donde se ponga una buena tortilla de patatas, con cebolla, o, en el no va más de la tortilla, como la que ponen el EL OASIS de Despeñaperros, con sus pimientos fritos, jamón y chorizo, además de las patatas y el huevo, que se quiten todos los inventos modernos por muy de alta alcurnia que sean. Hacen que uno, que va a ver arte, le quede un mal recuerdo del tal Dufy, al que no tenía el gusto de conocer, pero que ahora, tras la experiencia, voy a olvidar pronto.
Y me fui, y a punto estuve de ir al BRILLANTE de Atocha, el de toda la vida, a comerme un bocata de calamares a la romana con una cervecita bien tirada, con su espuma y todo. No lo hice porque era un día de diario y tenía que madrugar al día siguiente.
Hace poco acudí a la exposición ART MARIAGE, de unos amigos: Jorge, fotógrafo, y las poetas, Dori y Carmen, todos ellos gentes del común, de la calle, como nosotros pero con arte en las venas. Los autores nos explicaron su obra, y todos atendíamos con educación, porque ninguno de los que allí estábamos esperábamos favores futuros de nadie, solo su amistad. Después de degustar las fotos y los poemas, nos tomamos una cerveza, o un vino, o un refresco, y unas tapitas muy apañadas, y departimos amigablemente. Es obvio que las gentes del común no tenemos más intereses que la amistad, la fraternidad, y con muy poco somos felices. Y eso es mucho. Bastante más de lo que puede esperar cualquier estirado de los que acudieron al Thyssen.


  1. EN EL PRADO

Cruzar las puertas del Museo del Prado siempre me produce una sensación especial,  como si traspasara las puertas de un paraíso terrenal en el que nos encontraremos a viejos conocidos que pacientemente esperan en las paredes a que nuestras miradas reactiven sus vidas cuando se crucen con las suyas. Y más fuerte es la sensación si esa visita se realiza de noche, cuando el incesante hormigueo de turistas o de amantes del arte en general, termina. Esa sensación de sentirte solo, rodeado de todos los actores principales de la historia del arte que te miran, mientras fuera se hace la noche, es única y muy recomendable para quien no la haya vivido. Es como si un vendaval de aire fresco inundara los pulmones, o como si una explosión de belleza penetrara en tus sentidos como un manantial irrefrenable.
Íbamos a ver 10 obras de Picasso que el Kunstmuseum de Basilea prestaba al Prado para que las exhibiera mientras finalizaban sus obras. Era la primera vez que yo accedía por la entrada alta ‘de Goya’ que da acceso a la Galería Central, considerada como la columna vertebral de su colección permanente, y, en ese espléndido lugar, era  donde se exponían las 10 obras escogidas. Es imposible encontrar un mejor marco para encuadrar a Picasso que rodeado de las obras de los maestros italianos y flamencos, Tiziano, Rubens, o españoles como Velázquez o Goya….  Según avanza por la sala el visitante, es inevitable volver sobre los retratos de Carlos V y Felipe II de Tiziano, o sobre Las tres gracias de Rubens, o adentrarse en el Salón de los Retratos de Velázquez  para pensar, una vez más, que parece imposible que una mano humana pintase Las Meninas, el centro del universo pictórico. Y, como en un fogonazo, brillando sobre las tenues luces de la sala que lo acoge, se me aparece el Cristo crucificado de Velázquez, que nunca antes me había producido la sensación de plenitud que me produjo esa noche. Así, paso a paso, despacito, llegamos a la sala de retratos de Goya, que preside el majestuoso lienzo La familia de Carlos IV, donde finaliza la visita y volvemos sobre nuestros pasos.
En la exposición sobre Picasso están representadas las diferentes etapas del pintor entre 1906 y 1967, Y en el tríptico que acompaña la exposición se cuenta brevemente la historia de las obras LOS DOS HERMANOS y ARLEQUÍN SENTADO, depositadas en el Kunstmuseum de Basilea por Rudolf Staechelin en 1947 y que, veinte años después, su hijo Peter quiso poner a la venta, lo que provocó una oposición radical de la ciudadanía, que llevó a las autoridades a convocar un referéndum mediante el cual se aprobó su adquisición definitiva con la participación de instituciones públicas y aportaciones particulares. Este hecho, insólito y mucho más si lo contemplamos desde esta España de hoy, conmovió a Picasso que, agradecido, regaló a la ciudad un estudio de gran tamaño y tres pinturas que también forman parte de esta exposición: HOMBRE, MUJER Y NIÑO, VENUS Y AMOR y LA PAREJA. Estaba claro que el espíritu mercantilista, a edad tan provecta, ya no vivía con él y le importaban más gestos como el descrito que seguir incrementando su patrimonio, como sucedió con el GUERNICA, encargado por el Gobierno de la República para el Pabellón español de la Exposición Universal de Paris de 1937, y por el que cobró sus buenas pesetas. En aquella época, una cosa era la ideología y otra la economía, como casi siempre para casi todos, porque no creo que la República estuviese sobrada de fondos. Seguro que los españoles que sufrían le habrían agradecido un gesto altruista como el que tuvo después con los habitantes de Basilea.
Pero como no hay que mezclar el arte con la ideología, estamos de acuerdo en que Picasso era un genio y a los genios se les puede perdonar casi todo. Y si nos ponemos en el lugar del Picasso comunista, seguro que desde el lugar del universo que ocupe el polvo en el que ya estará convertido, mirará con los ojos de la nada bien abiertos para maldecir a mucha de la gente –ministros, banqueros, alcaldesas, constructores- que paseaba por la sala Villanueva del Prado para contemplar la obra de ‘ese comunista’, que vivió como ellos pero nunca fue uno de ellos porque no se dedicó a esquilmar al prójimo: su acumulación de capital se produjo gracias al genio del que la naturaleza le hizo poseedor.

  • (A) El problema de permanecer demasiado tiempo en el mismo "sitio" es que ves crecer los árboles, pero, al final, éstos te impiden ver el bosque.
  • (B) El problema de permanecer demasiado tiempo en el mismo "sitio" es que ves crecer el bosque, pero, al final, éste te impide apreciar los árboles. 

EL CASCAMORRAS

De mi época infantil en el pueblo, recuerdo con especial intensidad los lugares y personajes que me causaban miedo y que solían ser el argumento de los mayores para que no hicieras excursiones más allá de la frontera que marcaban las casas. Así, no había que mirar bajo los puentes, o ir a los pinares, o meterte en el túnel del manantial, porque en todos había diferentes modalidades de ‘tío del saco’; tampoco había que intentar trepar a las cuevas de los ‘Praos’ porque allí estaban ‘los moros’. Otros personajes que me causaban miedo, o pavor, eran los guardias civiles: cuando veía asomar por La Cruz sus anacrónicos tricornios, a pie o a caballo, corría a esconderme en la casa porque creía ver a los jinetes de la muerte, sin duda recuerdo de otros tiempos que pervivían en el código genético. Por último, el Cascamorras, que nos infundía miedo por su aspecto sucio, desaliñado, su zurrón de pedigüeño, en el que suponíamos, seguro, que metía a los niños… Nada más lejos de la realidad. El tiempo, que cura casi todo, hizo desaparecer el miedo a los ‘tíos del saco’ y nos hizo ver que el Cascamorras era, y es, un personaje inocente, entrañable, que iba por los pueblos para recaudar fondos con los que mejor sobrellevar su travesía de Baza a Guadix, esquivando a los que intentan impedirle su misión de llevar la Piedad de un lugar a otro, y cuya tradición consigue unir, más que dividir, a dos grandes ciudades como Baza y Guadix. El miedo a la guardia civil es otra cosa…

  • Democracia en España: Cuanto más minoritaria es una minoría, más fervor ponen en  su pureza ideológica sus adeptos y menos valor otorgan a las opciones mayoritarias. 

HARTO

“Harto ya de estar harto, ya me cansé…”, así que tengo que tomar una determinación y elegir entre hacerme eremita en los recónditos cerros de mi pueblo (badlands) y comer hierbas salvajes (no venenosas) y caza menor (la mayor está más dura), o dedicarme a divagar que algo queda (como tantos) sobre asuntos intrascendentes (para no hacer daño). Creo que optaré por lo último para retomar viejos proyectos, puesto que sigo con interés la actualidad el Próximo Oriente Asiático (POA para los entendidos y para mí cuando tomaba apuntes).
Mis amigos me tacharán de loco por investigar sobre la Antigüedad cuando yo me especialicé en Contemporánea, pero la respuesta es obvia: nosotros, los de ahora, ya somos caso perdido y no merecemos estudio alguno. Además, así me convertiré en eremita sin salir de casa, que es más cómodo y se come más variado.…

  • Aquellos que se autodenominan "animales políticos", suelen tener más de animales que de políticos.

REGRESO DE VACACIONES

Capítulo I. LOS FIORDOS

Cuando regresas de las vacaciones y vuelves a frecuentar los lugares habituales, te reencuentras con algunos personajes de siempre, y lo primero que se les ocurre ante tu presencia es el manido, “hombre, ¿ya has vuelto de las vacaciones?”, pregunta retórica, por no decir estúpida, porque, si sabías que estaba de vacaciones y ahora me ves aquí y estás hablando conmigo, es que, efectivamente, sí, he vuelto, no hablas con mi espíritu, ni con mi doble porque no tengo, tonto. La siguiente fase del interrogatorio es peor aún: “¿Dónde has estado?” En mi pueblo, contesto. “Joder, qué paleto, no sales de tu pueblo…” Y a ti qué coño te importa, pienso. Sí, qué te importa a ti que te pasas la vida mirando las ofertas para alquilarte dos días una casa rural postiza en algún lugar inhóspito, cuanto más inhóspito, mejor, todo porque no tienes pueblo al que ir. Pero sí, desde que lo descubriste, te gusta el olor a vaca o a cerdo que te llega de los corrales próximos, o saber que duermes en la cercana compañía de conejos o gallinas o de gallos cantores que te despiertan a las cinco de la mañana aunque te acuerdes de sus ancestros. A ti, hombre de ciudad, que una vez instalado en la casa rural, haces excursiones, para conocer la costumbres del lugar, a los corrales próximos para ver cómo la gallina pone huevos, o cómo los cerdos hozan en la porquería y se revuelcan en ella, o cómo se ordeña una vaca, o, ya para obtener el máster completo en ‘ruralismo’, ver cómo pare una oveja o cómo se hace chorizo o queso, el no va más. Porque tú, chico urbanita, hasta que se inventó el turismo rural pensabas que los huevos se fabricaban en alguna fábrica de algún polígono industrial, y que los pollos y las gallinas eran un tipo de carne que venía ya en cuartos porque así los ves en la carnicería, igual que las vacas, que serían productos que ya venían divididos de fábrica en chuletones, filetes, falda pa’l cocido, huesos, etc. Y del cerdo, no hablemos, que pensabas que era un insulto: ¡Cerdo! Pues tú, amigo, me llamas paleto porque me voy de vacaciones a mi pueblo. A mucha honra. Sé que el día que le argumente así deja de hablarme, por eso, de momento, sólo lo pienso.
Entramos en la tercera fase, y ahora soy yo el que pregunta: Y tú, ¿adónde has ido? “Buah, un pedazo de viaje: hemos hecho un crucero impresionante de siete días por los fiordos noruegos”. Y saca el móvil y empieza a atacarme con fotos, porque ahora el álbum familiar se lleva a mano, y a pasarlas con el dedo a la velocidad del rayo, de tal forma que parecen como una película con cientos de personajes, todos secundarios: tomando el tren en Madrid, bajando del tren en Barcelona, tomando un refrigerio en las Ramblas con una camiseta del Barça –p’ancima, del Barça- y un sándwich antes de dirigirse al puerto donde embarcarán. Sigue con las fotos, ahora en el puerto, con gorra, gafas de sol, bermudas de colores, camiseta blanca –un lapsus-, ambas del Alcampo, y de espaldas al barco de seis pisos donde pasarán los próximos días, otras en la pasarela de acceso, diciendo adiós a nadie que les despide desde tierra, más en proa o popa, que no sé qué es cada cosa, haciendo la escenita del Titánic. Luego, otras haciendo el signo de la victoria en el camarote con cama de 90 (centímetros) para dos, eso sí, con vistas al mar; un selfi de él, un selfi de ella; otra de grupo en la que falta él, otra en la que falta ella; más con el capitán del barco, o podía ser el camarero jefe, porque vestían igual. En fin… todo un mundo hecho reportaje gráfico de bolsillo. Después me enseña cinco –cinco- fotos de los fiordos (“sólo cinco porque son todos iguales”, me dice), todo blancos, montañas de hielo que contemplan desde lo que se supone tierra, a los que se asoman por los balcones del barco, o como se llamen. Más fotos en la cena, en el desayuno, en la comida, en salones ornamentados de forma un tanto estrambótica por no decir hortera (era un barco ruso y ya se sabe que los nuevos ricos tienen un hortera sentido de la estética). Para eso, yo me habría hecho las fotos del barco en el puerto, habría visto un documental de National Geographic y me habría ido a Salou a la playa. Pero cada uno es cada cual. “Bueno y tú qué, seguro que no has salido del pueblo.” Sí, sí he salido, le contesto, y pienso en detallarle mis salidas, pero no lo hago porque no vale la pena, y contarle: Sí, he salido…y he ido a las fiestas de Beas, y, como allí no me conocía nadie, hasta he hecho como que bailaba un pasodoble para regocijo de mi cónyuge; he ido también a Guadix, a Granada, al Cabo de Gata, he hecho el Trail de los Badlands, 18,5 kms andando, contemplando un paisaje único, he salido todos los días a andar por caminos de alamedas y melocotoneros, he ido con la fresquita a las huertas de mis amigos Josemari y Vítor a coger pimientos, tomates, calabacines, pepinos y a comer higos de una higuera que había en un balate, y he visto alguna exposición de fotografía y poesía, y el palacio que un pintor ha donado a la ciudad, y he visto un yacimiento arqueológico en el que están a punto de desenterrar un teatro romano, y otro, paleontológico, en Fonelas, en lo que será el futuro parque del Cuaternario. También he visitado en Granada la Huerta de San Vicente, la que fue casa de campo de Federico García Lorca, y he subido a la Alhambra (sí, ese monumento que una vez me preguntaste que por lo que tú habías visto en fotos era como un castillo medio derruido de los moros), y me he emborrachado con el rumor del agua en sus jardines. Y cada día me he tomado unas cervecitas con su rica tapa, y un día degusté un menú cuyo componente principal en cada plato era un producto típico de la zona, el melocotón, en un restaurante, La Cueva del Paladar (qué nombre tan sugerente, ¿eh?), en Benalúa, en un complejo de cuevas rurales; he subido a miradores desde los que se contemplan vistas maravillosas... Y, sobre todo, he conocido a gente, a mucha y muy buena gente que he añadido a mi lista de amigos y con los que me he sentido como si nos conociésemos de toda la vida en los muy buenos momentos que hemos compartido. Además, como colofón de cada día, cada noche he dormido en una cama de 1,20, de esas de matrimonio, asaos de calor los primeros días, pero luego fresquitos. Pero, eso sí, nada que ver con los fiordos noruegos y la ciudad-barco en la que has disfrutado como un enano durante siete días, bueno, cinco, porque dos se fueron entre la ida y la vuelta en tren… Pero no le digo nada.
Él prosigue el interrogatorio: “Habrás hecho fotos, ¿no?” Sí, les respondo, y le enseño algunas, seleccionadas, de parajes emblemáticos: alguna vista panorámica de Guadix o de Purullena, de una puesta de sol desde las cuevas de Benalúa, y algunas de los Badlands de Fonelas, y sólo se le ocurre decirme: “Joder, qué terreno más árido”. Sí, le contesto, es como los fiordos pero en arcilla, pero está más cerca. Y le enseño fotos de árboles solitarios, o de campos de melocotones, o de alamedas, y me dice que donde se ponga el bosque nórdico. Hombre, claro, de ahí la calidad de los muebles de IKEA, no te jode. Y finaliza: “Lo dicho, eres un paleto. A ver si viajas más y ves mundo”. Y le contesto que sí, que es un grave déficit cultural no conocer los fiordos noruegos o la tundra rusa y me despido con un “adiós, cosmopolita”. “Oye, oye, no me insultes”, me dice, mosqueado. No, hombre, no es un insulto, cosmopolita significa ‘hombre de mundo’, le respondo. “Menos cachondeo, ¿vale?” Vale.
Yo sólo quiero que no me llamen paleto porque vaya a descansar y a disfrutar a mi pueblo. O  que me lo llamen, como quieran, me da igual.

Capítulo II. GORDOS

Echas un vistazo a las fotos de las vacaciones y ves de forma descarnada las protuberancias abdominales que el maldito invierno, incluso la primavera, dejaron en ti, y, claro, las ves ahora que te quitas ropa porque antes estaban camufladas y no las veías ni cuando te duchabas porque a las horas que se levanta uno en la época ‘lectiva’ no se ve nada. Pero en el verano, las camisetas del verano anterior, o del anterior, o las del Getafe CF de los años gloriosos, que marcan panceta bien, te delatan, aunque yo me busco una excusa: es que me la compré estrecha, como Robben, pa'que el defensa no me agarre cuando le driblo. ¿Qué defensa, tonto, si tú juegas al fútbol desde el sillonball?, me dicen, y con razón. Pero me hago esa ilusión porque el caso es que 10 kilos han caído sobre mi cuerpo soberano y he decidido quitármelos. (Primer punto de la declaración de buenas intenciones de después de las vacaciones, que luego se suele posponer hasta principio de año). Yo, primero, había pensado en una liposucción, pero vi un video en internet de cómo las hacen y me aco... me asusté. Me han dicho esos expertos que hablan siempre sentando cátedra, y que existen por doquier -algunos que rondan los 100kg para sus escasos 166 cms- que lo mejor es hacer dieta: nada de alcohol, nada de grasas y ejercicio, mucho ejercicio. Bien, si hago tanto ejercicio y no me alimento con proteínas animales, que son las que me gustan, si la cerveza sin alcohol me produce arcadas y el bitter kas flatulencias, si, además, no fumo y el cirujano me... En fin, que no sé sí declararme gordo oficialmente, -eso sí, gordo constitucional, es decir, como si viniera de familia, que parece menos pecado-, y echarme en el arao, que pa' cuatro días que vivimos siempre tiene que andar la analítica dando por saco. Y es que ahora somos unos mimaos, unos quejicas que a cualquier dolorcillo inesperado, tos rara o temblorcillo, vamos al médico, y, cuando vas, ya sabes, analítica completa de pis, sangre, semen, heces, que así no me extraña que la seguridad social esté en bancarrota. Yo creo, no obstante, que mucha culpa de todo este mundo ‘analítico’ la tienen los fabricantes de los frascos, que vieron una oportunidad de negocio redonda e inventaron frascos para todo: uno para pis de una toma, otro, para el de la semana, otro para heces, otro para semen. Y seguro que el negocio se lo han montado con los médicos. Primero inventaron la enfermedad y después la medicina, es decir, primero los frascos  y luego las analíticas, porque si no, ¿en qué recipiente llevaban nuestros abuelos las muestras? ¿En una botella de gaseosa antigua?, porque agua mineral de medio tampoco existía entonces... Es probable que, como no existía seguridad social y todo era de pago, no se hicieran analíticas, no se enteraban de lo que se les venía encima, se morían sin saber nada, y la esperanza de vida era la que era, pero la seguridad social que no existía gozaba de una salud espléndida.
A lo que iba, que me pierdo. Alguien con vista inventó los frasquitos de muestras, contactó con la OMS (Organización Mundial de la Salud) y dijeron, analíticas pa tó' cristo. Fueron unos listos emprendedores en su momento y nosotros, tontos, claudicamos sin rechistar ante el tremendo poder de las analíticas. Y desde que se inventaron pues han aflorado una inmensa cantidad de sustancias que parece ser circulan por nuestro organismo sin control y sin nuestro consentimiento: triglicéridos, hematíes, hemoglobina, hematocritos, transaminasas, linfocitos, leucocitos, plaquetas, et al, cuyos niveles inadecuados dan lugar a tener alto el colesterol, el azúcar, la tensión, etc. y que como salen en la susodicha, pues asustan a los sufridos analizados, tanto que, cuando empiezan a ser conscientes de su gordura, se ponen a régimen, tienen que ir al gimnasio, consultar con un dietista, o, si no hacen nada, se comen la cabeza hasta el punto de terminar en el diván de un psicólogo o un psiquiatra, que es peor, dicen. Todo, como se ve, oportunidades de negocio para avispados en esta maldita sociedad capitalista que nos engulle.
Pero me desvío del tema. Mientras decido si me declaro gordo o no, creo que me voy a apuntar al gimnasio de mi barrio con un monitor que muestre a mis grasas abdominales el camino de salida, aunque, bien pensado, cuando me veo en otras fotos vestido con camisa bien planchada, pantalones con raya, incluso con sombrero -que me hace más alto-, no aparento los muchos kilos que soporto. De todas formas estoy un poco harto de que todo el mundo se meta con los del sobrepeso y no con los escuálidos: "está muy delgado, pero sano, mucho mejor que estar gordo", se les oye decir. Venga hombre, donde se ponga la hermosura… Yo, últimamente, cuando alguien con poca vista me suelta a la cara, con tremendo desparpajo, eso de "estás muy gordo", le contesto: "sí, como una tapia", y le dejo sin argumentos para seguir dando el coñazo. Ya contaré cuando decida qué hacer.

Capítulo III. EL CARIBE

Es un buen tipo. En el colegio todo el mundo se llevaba bien con él, con todos compartía juegos y en todos los grupos tenía cabida. Crecimos y en la discoteca era el que más ligaba aunque era parco en palabras: para intentar bailar, se ponía delante del corro de chicas y hacía un gesto con el dedo índice hacia abajo, haciendo un circulo que significaba, ¿alguna de las que estáis en el corro queréis bailar? Siempre había alguna que entendía la petición y accedía. Nosotros no, éramos más exquisitos y buscábamos siempre a la que nos gustara, no a cualquiera, porque no se trataba de pasar diez o quince minutos soportando la atención de una nena que te resultara desagradable. Él era también muy inocentón y así siguió siempre. Separado de su primera mujer por la ligereza de cascos de la señora, se casó en segundas nupcias con una chica caribeña, mucho más joven que él, que estaba... guapa y además ya tenía tres hijos, por lo que se llevó un pack familiar completo. Celebró un ágape en un rancho reconvertido al negocio hostelero en la provincia de Toledo, tan fuera de los circuitos tradicionales, que el autobús que nos llevaba, contratado por los novios, no encontró el lugar y nos perdimos casi la boda entera. El viaje de novios lo hicieron al Caribe, aún siendo caribeña ella, que le convenció diciéndole que así le presentaba a su abuela, que era el único familiar vivo que le quedaba allende los mares, y llevaría, de paso, a los tres niños para que conociese a su querida abuelita que todavía –mira- no los conoce por no haber tenido medios. Los mares... 
Después de la boda, de pedirnos disculpas y de intentar que despidieran al conductor del autobús por no encontrar el rancho de la celebración, los novios emprendieron el viaje. Primera parada, el país de la novia, para dejar a los niños en casa de la abuela, y ellos, en vez de quedarse en esa parte del Caribe, tan de aguas verdes, cristalinas, con palmeras y cocoteros, como todas las playas del Caribe, pues siguieron viaje a un complejo turístico de Cuba, con su reserva para dos, dispuestos a conocer la isla. Pero no. Siete días, con sus siete noches estuvieron en el complejo turístico, en un periplo consistente en cama, comedor, piscina, comedor, barra-bar, cama, comedor, barra-bar, cama..., círculo infernal que acabó el día en que se levantó él de la cama y vio una nota de ella que le decía que se había ido a dar una vuelta por La Habana. Ya. Cuando pasó un tiempo prudencial denuncio la desaparición a la policía y, después de muy pocas averiguaciones, ésta le comunicó que la señora había salido rumbo a su país el día anterior.
Cuando mi amigo comunicó telefónicamente con ella, le dijo, para justificar su desleal acción, que no le quería, que sólo quería regresar a su país y no tenía dinero, de ahí que le hubiese utilizado de forma tan vil, que le apreciaba y que se lo había pasado bien con él el tiempo que estuvieron juntos. Nos ha fastidiado. Al menos reconocía que se había comportado como una truhana. También le confesó que lo de la abuela, su orfandad y todo lo demás era purita mentira.
Moraleja...
Eso sí, mi amigo, como muchas parejas que celebran su luna de miel en El Caribe, del Caribe conocen el hotel, la piscina y alguna playa con palmeras, para hacerse la foto, y es que no deben saber que hoteles, con buenas piscinas y buenas camas, hay en todos los sitios. Y palmeras, en cualquier calle de cualquier ciudad o país no tan lejano. Me enseñó fotos de la vegetación tropical del hotel, orgulloso de haber visto algo único, irrepetible. Le dije que la próxima vez se fuese a Almuñécar o a Salobreña, en la costa granadina, que tenía la misma vegetación y, además, podía llegar en tren. Y los hoteles eran más baratos.  
- Joer, tú con tal de abochornarme... ¿Por qué no me lo dijiste antes?
-Te lo dije, pero ya sabes lo de las tetas y las carretas...
- Tampoco te pases, ¿eh? Un respeto.
Y yo respeto a todos, pero me tengo que reír de quién busca algo mediocre fuera teniendo un rico manjar en casa.

  • Cuando poca gente es consciente de sus limitaciones y nunca ve llegar su nivel de incompetencia, algo en la sociedad va mal.