martes, 21 de marzo de 2017

UN AÑO EN LA VIDA VII (JULIO)

  • Soy un tipo que se conforma con poco, que es mucho.

EL POLLO

Cuando yo era un mozalbete de doce o trece años ayudaba a un vecino en la carnicería que tenía en el barrio, y con él comprobé de primera mano las artes que utilizan los pillos para arrimar algo más a su cartera, o para engañar a la clientela que se deja llevar por las apariencias.
En cierta ocasión, una señora pidió un pollo y yo, sin reparar en nada más, cogí el único que quedaba en el expositor y que, después de tanto ajetreo durante una mañana de sábado, no tenía la postura inicial, con las patas encogidas y colocadas debajo de la pechuga, las alas en su sitio, la cabeza y el cuello pulcramente colocados; no, el pollo estaba deslavazado, casi como en posición de intentar echar a volar, con un ala extendida, la otra encogida, una pata debajo, otra estirada hacia el lateral, el cuello exhibiendo la herida sanguinolenta que había sido la causa de su muerte, en fin… Era un auténtico adefesio. La señora dijo que no quería semejante ejemplar. Para poder vender algo tiene que entrar primero por los ojos del comprador. Mi jefe, experto en el arte de la simulación, me dijo, como echándome la bronca, que cómo le iba a dar ese pollo a la señora, que esperase que él le sacaría otro, presentable, de la cámara frigorífica. “Este, para los perros”, sentenció. Pero no se lo echó a los perros; se lo llevó con él a la cámara y salió con otro que parecía recién llegado del matadero, en posición de revista correcta, la piel tersa, como correspondía a haber estado conservado en frío. Ese pollo sí le gustaba a la señora y yo procedí a preparárselo en cuartos, para asar, y todos contentos.
Cuando se fue la clienta, me dijo el jefe: “¿Sabes qué pollo se ha llevado?” Pues el que has sacado de la cámara, le respondí todo inocente. “Pues no: el que le ibas a dar tú, que le he echado un poco de agua por encima y lo he colocado bien.”
Mi asombro fue tan grande como cuando llegaba la Navidad y las clientas iban a comprar el preceptivo corderito y él, con suma habilidad, le metía entre los costillares una de las piedras que tenía preparadas a tal efecto, escondidas en nuestro lado del mostrador, de determinados tamaños, y que servían para engordar artificialmente el ganado. Como después se quitaban las grasas, algunos huesos y se tiraban otros elementos, no había forma de que la señora protestase por la mengua en el peso del bicho. Las malas artes casi siempre suelen producir pingües beneficios.
Si pensamos en el panorama político español y en los grupos que enarbolan la bandera de la renovación, vemos cómo hasta hace poco tiempo han estado expuestos a la pública opinión con un ideario anacrónico, excesivo y al que nadie había prestado atención por diversos motivos. Así ha ocurrido a un lado y a otro, a derecha y a izquierda. Ahora, tras la crisis que ha acabado con todo, estos grupos se han dado un barniz moderno, han elaborado unos programas ad hoc, que recogen lo que sus feligreses de cada bando quieren escuchar, para que les compren el pollo. Otra cosa será si después de conseguir su objetivo, se ponen a cocinarlo y resulta que estaba podrido.
Quizás tendría que haber contado el cuento del lobo y los cabritillos, con el que tanto sufría yo cuando era niño pensando en los pobres animalitos, porque, aunque sólo votan los mayores de edad, todavía seguimos creyendo en cuentos.

  • Estar en contra de una idea me da derecho a criticarla, no a insultar a quien la defienda.

MI AMIGO G.

Mi trabajo tiene algunos aspectos positivos: estás en permanente contacto con la cruda realidad de quien no tiene trabajo y lo busca desesperadamente, o no lo busca, o rechaza el que le ofrecen, que de todo hay en la viña del Señor…
Un día me encuentro a un viejo amigo, compañero de la escuela primaria de la que salimos a los catorce años para irnos a trabajar. Él se colocó en una de las multinacionales de la localidad en la que trabajaba su padre, con los Estudios Primarios recién terminados. Como se le daba bien sumar, restar, multiplicar y dividir, le pusieron en el departamento de Administración, en las oficinas. Yo fui a una empresa pequeña en la que estuve 16 años, estudié, hice una carrera y me despidieron porque iban a cerrar y me busqué la vida. Él ahora tiene 50 años, y su empresa es de  las que han tenido abierto ERE’s para cuadrar sus cuentas de resultados desde que se inventaron los ERE, y ahora le han despedido con una indemnización millonaria, 300.000 euros, dos años de paro y le complementan hasta el 85 por cien del sueldo hasta la edad mínima de jubilación. En resumidas cuentas: 15 o 16 años hasta la jubilación, en parte mediante prestaciones o subsidios, que le estaremos pagando entre todos. Y después la jubilación. Esto no hay estado del bienestar que lo soporte.
Está claro que la protección por desempleo es imprescindible en un estado civilizado, pero tiene fallas como la que relato que se deberían haber corregido porque estamos creando un mundo del trabajo dual: unos cuyos derechos son muy limitados y otros, especie de aristocracia obrera, que por caer donde cayeron, disfrutan de seguros, complementos, y otros que el resto no tiene. ¿Qué me dicen de los ERE’s de Telefónica? Porque a mi amigo G., desempleado, que no venga nadie a ofrecerle un trabajo que a él le ha dicho su abogado que a todos los efectos está jubilado… Que la empresa le jubile y le pague lo que quiera me parece bien, pero la prestación por desempleo es para los que involuntariamente pierden el trabajo y los subsidios son ayudas asistenciales para quienes no tienen recursos. Él se aprovecha del sistema porque su empresa se ha aprovechado mucho más. Y todos los gobiernos se lo han permitido.
Cada vez que viene a sellar su demanda de empleo (una vez al año para no molestarle en exceso, me saluda y me pregunta: ¿Cuándo te jubilas, pringao? Y se va hasta el próximo año…

  • Después de inventar de nuevo la rueda, lo intento con la máquina de vapor; a ver si no tardo tanto como la última vez. La humanidad no me lo perdonaría.

ABUELOS 

Dicen que hoy, 26 de julio, es el día de los abuelos, como podía ser el día del jilguero cantarín o del calor que nos derrite. Vale. Yo recuerdo cada día, intermitentemente, a mis abuelos, a todos mis ancestros; cada día miro atrás para explicarme lo que pasa en el presente porque, al fin y al cabo, no soy más que la suma de todo mi pasado, me guste o no me guste, de lo bueno que ha sido algo, y de lo malo que ha sido mucho. O al revés, igual me da. 
Tozudos caprichosos rencorosos listos desprendidos egoístas cariñosos derrochadores valientes manirrotos trabajadores vagos emprendedores locos mujeriegos tontos soñadores pendencieros... Así se escribe la historia, y de todo ese pasado queda lo que hoy camina conmigo por el mundo, intentando separar el trigo de la paja.

  • Quienes a cada paso tienen la necesidad de reafirmar su fe, ¿no será que tienen cargo de conciencia por haberla abrazado demasiado tarde, o a destiempo?

CARTA A ARTURO PÉREZ REVERTE

Querido Arturo:
Yo le conocí como periodista, reportero y corresponsal de televisión más exactamente, pero fue cuando dejó esa profesión y ajustó cuentas con ese mundo, cuando supe de usted como persona a través de su libro TERRITORIO COMANCHE, en el que ponía de vuelta y media, con muy poco estilo y no sé si con o sin  razón, a jefes y compañeros; en cualquier caso, decía poco de la persona que se atrevió a hacerlo sólo cuando abandonó el barco. Y mostraba especial desprecio hacia su compañera Ángela Rodicio, a la que denigraba con calificativos difícilmente soportables, acusándola de humillarse para medrar en el trabajo. Me pareció bajo, muy bajo; aunque todo lo que contase fuese verdad, tendría que haber sido valiente y denunciarlo cuando comía de la televisión, pero eso suponía un riesgo… Desde ese momento pensé que era alguien que no merecía la pena y nada de su vida me interesó.
Después vinieron los Alatriste, las superventas, la fama, el ascenso a la Academia de la Lengua, (pensé: él, Cebrián y Anson, mal debe estar el panorama literario español), en definitiva, se creó el inmaculado personaje Pérez-Reverte, que empezó a pasear su pretendida honradez, su altiva figura, su prepotencia por los medios con el fin de impartir doctrina y vender su obra. Para ello tenía que aparentar ser la esencia del hombre íntegro, azote del mal que asolaba la política, la sociedad, la cultura, la educación, en definitiva, todo lo concerniente a esos españoles zafios, vagos, estridentes personajes de tragicomedia, culpables de llevar a su país a la miseria intelectual y material en la que se encuentra sumida desde siempre. Y a la menor ocasión repite usted la cantinela como una letanía, injusta por excesiva, pero muy rentable.
Es fácil decir que todo está mal, pero la crítica ha de ser constructiva para que sea tomada en cuenta y se intente rectificar; la suya es apocalíptica y considera que no tenemos remedio porque nunca se tomaron los caminos correctos. Usted sabe que, en política, siempre tuvimos “médicos” que hacen buenos diagnósticos, pero muy malos “cirujanos”, y los que creen tener la solución a todos los males, gritan mucho, pero se suelen lavar las manos como Pilatos.
Y sobre su obra literaria, señor Pérez, le aplico la definición de ese francés, Renard, tan puntilloso : “Periodista es alguien que escribe más que Balzac y no deja una sola línea para la posteridad”.
Atentamente.

  • ¿Por qué será que el seguidor de cualquier dogma casi  siempre se cree investido de una autoridad moral que niega al que no profesa fe alguna?

MENASALVAS (Toledo)

Un día asistimos al acto de homenaje y posterior inhumación de los restos de 16 vecinos del pueblo de Menasalvas en la provincia de Toledo, asesinados el 3 de abril de 1939, dos días después de finalizar la guerra civil, cuando volvían al pueblo desde el frente, y a los que enterraron en una fosa común, y los estaban esperando los padres o los abuelos de quienes, ahora, quieren que no se remueva el pasado para que no se les descubra del todo su perfil sádico e inhumano, escondido tras una fachada de personas buenas, piadosas y amantes del orden. Todos fueron culpables, los asesinos y quienes los ampararon, por acción o por omisión, y no habrá tiempo suficiente para limpiar la culpa de unos y de otros.
Un equipo multidisciplinar había intervenido en el desenterramiento y estudio de los restos: arqueólogos, historiadores, antropólogos, psicólogos, etc., todos de forma altruista y gracias al empeño tanto de las familias como de los diferentes Foros para la recuperación de la memoria histórica, esas personas a las que las gentes de la derecha extrema de hoy, en cuya memoria vive la mala conciencia del pasado, considera enemigos por su afán de recuperar la verdad; de ahí que no quieran ni oír hablar de memoria histórica.
Las tres palabras que presiden el acto: VERDAD, JUSTICIA, REPARACIÓN, son algo más que un eslogan, son tres palabras a las que cualquier damnificado directa e indirectamente por cualquier crimen contra la humanidad  aspira para que el mundo sea un lugar digno de quienes lo habitan. Vivir tanto tiempo con la mentira llevaba a la ausencia de justicia y, en consecuencia, las víctimas no han visto reparado nunca su sacrificio por la libertad. Es el caso. Es el más grave déficit de la democracia española, que no ha sabido buscar la fórmula para reparar a todas las víctimas por igual. Aducen unos y otros, a un lado y a otro, que hay que olvidar, que la Transición fue un ejercicio de reconciliación. No. La Transición fue un ejercicio de olvido para que una parte de la sociedad española, pudiese dormir tranquila sabiendo que nadie le iba a pedir cuentas por su macabro pasado. Y como se cerró la herida en falso, la herida sigue sangrando.
En Menasalvas, durante todos estos años, más de 70, los vencedores, que en definitiva son quienes escriben la historia, divulgaron la versión de que habían sido los rojos quienes mataron a estos vecinos del pueblo, porque los rojos eran culpables de todos los males habidos y por haber. Y no había posibilidad de cuestionar esta verdad oficial. El tiempo, y las gentes del pueblo que lo vivieron, han desempolvado la verdad: los falangistas estaban esperando a los que volvían al pueblo desde el frente pensando que la guerra había terminado, pero la guerra no había terminado. Con el final de la contienda no había llegado la paz sino la victoria, y haciendo honor al fin último del levantamiento militar contra la legalidad republicana, aquella sería una guerra de exterminio que se extendería más allá del campo de batalla. Cuando callaron los cañones se abrieron paso los juicios sumarísimos, los paseíllos, los ajusticiamientos en las tapias de los cementerios, el ruido de los fusiles contra los cuerpos de los hombres vencidos ya tantas veces, las fosas comunes o los enterramientos en las cunetas de cualquier carretera. Había que limpiar el país de cualquier rescoldo republicano. Y si nunca arrancarle la vida a un hombre es un acto de justicia, en este caso fue el más grande acto de cobardía y quienes lo cometieron no eran hombres, aunque contaran con todas las bendiciones celestiales, sino alimañas.
En el caso de los vilmente asesinados de Menasalvas, primero se ha buscado la VERDAD, para que se pudiera conocer realmente lo que sucedió y no se viviese con la falsa idea de que fueron los rojos los que los asesinaron, como han querido hacer ver durante tantos años los auténticos culpables. Los culpables fueron los fascistas del pueblo y no lo hicieron por rencillas personales sino como parte de un plan preconcebido de exterminio.
Para que en un país impere la JUSTICIA, con mayúsculas, los culpables deben pagar por sus crímenes y no hay leyes de los hombres que borren sus crímenes, ni tiempo suficiente para hacer desaparecer las huellas. La búsqueda de la justicia no lleva consigo un afán revanchista sin más, no, la búsqueda de la justicia tiene como objetivo, siempre, hacer mejores a los hombres y, con ellos, a la sociedad en la que viven. Una sociedad sin justicia es un campo minado para que impere la barbarie. Durante el franquismo y hasta ahora, en esta cuestión, la impunidad ha campado a sus anchas y no podemos permitirlo.
Una vez puesta al descubierto la verdad, una vez la justicia haya hecho honor a su nombre, faltaría el tercer elemento, la REPARACIÓN, porque todas las víctimas deben ser tratadas por igual en un régimen democrático. ¿Por qué no se ha establecido por parte del Parlamento español un día como homenaje a las víctimas de la guerra civil y sí se ha hecho con las víctimas del terrorismo? Y cuando digo a todas, digo a todas, aunque a unas se las ha reparado suficientemente hasta hartarse del banquete de la victoria. Los familiares de asesinados, torturados, exiliados, represaliados de la guerra civil deben tener los mismos derechos de los que han disfrutado los familiares del otro bando y que los familiares de víctimas del terrorismo. Si este ha causado mil víctimas, aquella causó muchos miles más. Hasta que no se dé respuesta a todas estas cuestiones, no habrá reparación a las víctimas y a sus supervivientes. Esto es un asunto pendiente de la democracia.
Durante el acto me crucé con una persona a la que creí reconocer: “¿Te llamas Jacinto?”, le pregunté. Dio un paso atrás, extendió los brazos, y estos dos gestos me confirmaron que era Jacinto, compañero de clase en Escolapios desde los 15 hasta los 17 años, y culpable de que a tan temprana edad me interesara por la política. Él tenía tres o cuatro años más que yo y después del bachiller se fue a la mili  a Granada, de la que se enamoró, según me contaba. Volví a verle alguna que otra vez y le perdí la pista definitivamente, hasta hoy. En un principio no me reconoció; poco a poco, según le iba aportando detalles, recordó: “Vivías en San Isidro y tu madre me regaló un libro. Ya sé quién eres”. Habían pasado 35 años y ese día recuperé una parte importante de mi ‘memoria histórica’, quizás aquella que hoy me hace pensar lo que pienso y escribir, para seguir protestando, como escribo. Gracias Jacinto, por tu ejemplo y por seguir siendo como eras. Lo triste del caso es que aún tengamos que vernos en actos reivindicativos de este tipo por no haber sido más consecuentes con la historia, con la memoria y con la dignidad.

  • Cuando el único argumento que exhibes para decir que los tuyos son los mejores, es que son los tuyos, no tienes argumentos.

DESMITIFICANDO PERSONAJES

Trapiello (LAS ARMAS Y LAS LETRAS): “El principio sobre el que se asienta la Ilustración es el de que la verdad es siempre revolucionaria”.

Los escritores y la guerra civil (‘autores turistas’, los denomina Trapiello). Dijo Hemingway: “Nuestra maravillosa y terrible guerra civil”; María Teresa León: “Los mejores años de nuestra vida” (¿hay algo peor que una guerra civil, inconsciente?); Alberti: “La belle époque” (otro inconsciente aventurero que vivió toda su vida de los rescoldos de ‘su’ bella época); Auden, gran poeta inglés, vino para conducir ambulancias pero no condujo ni una; Spender, también poeta, afiliado al partido comunista inglés, vino para combatir, pero más tarde, en sus memorias, confesó que vino para tratar de conseguir la liberación de su amante homosexual encarcelado por desertor. Ideales de unos y de otros: todo es mentira. Orwell, Koestler, Brenan, Simone Veil, fueron la excepción entre los extranjeros; de los españoles, el más conocido, Miguel Hernández, los demás anduvieron en la retaguardia prestos para huir –sí, para huir- a la menor ocasión que se presentara. Él sí luchó por la República en la que creía y junto al pueblo del que se sentía parte, y sufrió el mismo final que gran parte de ellos: la muerte, no un exilio dorado en alguna universidad extranjera, después de haber ‘sufrido’ la guerra entre los lujos de la ‘feliz’ retaguardia. Cuenta Trapiello que en una ocasión bajó Miguel Hernández del frente de la sierra de Madrid y llegó al palacete donde vivían María Teresa León y Alberti; vió sobre la mesa los restos de un gran banquete, con buenos vinos y excelentes viandas, y en una pizarra que había en el salón escribe: ‘Aquí hay mucho hijo de puta y mucha puta’. La León, que era la única mujer de la reunión, se fue para él y le dio tal puñetazo que le rompió un diente. Desde entonces no se hablaron.
Y, siguiendo deshaciendo mitos, ahora le toca al ‘vividor’ Neruda, que acusó al bueno de César Vallejo de trotskista, con lo que eso suponía en aquella época para un comunista: condenarle a muerte. En este caso le privó de un trabajo que podría haberle ayudado a Vallejo a rehacer su maltrecha vida. Poco después de aquello murió.
Estudié Historia porque de joven me llamaba la atención, más que ningún otro acontecimiento histórico, la Guerra Civil. Cuanto más leo y conozco mejor las actitudes de unos y otros, pero sobre todo de los míos, más me doy cuenta de que todo fue una gran mentira, una gran fogata a la que todos echaron toda la leña que pudieron y que la gran masa silenciosa, la Tercera España, se vio envuelta en esa vorágine de destrucción y solo pudieron lamentarse. Cada día tengo, al respecto, más confusión en mi cabeza, en mis antiguas certezas.

  • Si yo fuera escritor, escribiría con palabras sencillas para llegar a cuanta más gente mejor. Si fuese político hablaría con el lenguaje del pueblo al que quiero convencer. Si yo fuese…

PRIETO, MASONES Y PROTESTANTES

Me tropiezo con unos Testigos de Jehová por la calle, me paran y no veía la forma de quitármelos de encima hasta que les he tenido que soltar lo del sevillano que cuenta Fernando Díaz-Plaja en “El español y los 7 pecados capitales”, cuando alguien intentaba venderle las virtudes de la Biblia protestante:
-        Mire usted, no creo en los míos que son los buenos, como para creer en los suyos.
Un amigo que me acompañaba y presenciaba la escena me recuerda la anécdota que se cuenta de Indalecio Prieto, al que sus amigos masones invitan a un ritual de la masonería. Después de dos horas de ritual, de mortal aburrimiento, termina, y le pregunta el amigo:
-        ¿Qué le ha parecido a usted la velada?
Y le contesta Prieto:
-        Pues mire… para esto, casi prefiero la misa.
¡¡¡Líbranos, dios, de los buenos y puros, que de los malos e impuros ya me libro yo!!! Amén.
POLÍTICA

-        Doctor, llevo unos días vomitando política española, ¿es grave?
-        Muy grave.
-        ¿Qué remedio hay?
-        Solo uno: nacer de nuevo y en otro país.
-        O sea, que me muero.

TERTULIA DE DINOSAURIOS   
Cada mañana aterrizaba en el bar para tomar su descafeinado “de sobre” con leche y una tostada de aceite, desayuno que pedía con una voz casi imperceptible desde la mesa  situada al lado de la puerta, “por si hay que salir corriendo”, repetía cada mañana como una cantinela, aunque él poco podía correr pues andaba arrastrando los pies y apoyándose en dos bastones cuyas empuñaduras eran sendas águilas bicéfalas. Cada mañana su mesa se convertía en centro de una tertulia de dinosaurios que comentaban, con el rigor propio de los reaccionarios –ninguno - lo que habían ¿debatido? previamente los tertulianos de la COPE, es decir, comentaban lo mal que lo hacían los socialistas, hiciesen  lo que hiciesen o lo que dejasen de hacer. Cuando dejaban de retroalimentar sus respectivos principios fundamentales del movimiento, preguntaban a la camarera por el periódico.
- Niña, ¿dónde está el periódico? –preguntaba él, líder carismático de la tertulia, no porque fuese el más listo que los demás sino por la edad, porque el escalafón es el escalafón.
- Lo tendrá un cliente - le decía siempre como una cantinela, aunque no fuese así.
- Pero, ¿hay alguien que pueda leer esa basura?
- Sí, usted entre otros – le respondía la camarera con ironía no exenta de cierto hartazgo.
Y cada mañana, la misma monserga: regañaba a la dueña del bar por comprar El País en vez de La Razón o El Mundo aunque ésta ya no le hacía caso porque le conocía de antiguo y sabía que ‘desbarraba’, y porque un cliente era un cliente y no quería que la caja se resintiese. Al final, siempre, se lo buscaba y se lo llevaba a la mesa.
-  Ande, tenga su periódico favorito, viejo gruñón…
-¿Tú no sabes que El País es el periódico de los rojos que no dice nada más que mentiras? - le preguntaba a la chica, tomándola del brazo y atrayéndola hacia él, y los demás aprobaban las palabras del jefe, como buenos militares franquistas que eran los tres tertulianos, y que tenían muy asumido el tema de la obediencia debida o el respeto al escalafón.
El líder leía los titulares de la noticia, enfatizando cada palabra y sin detenerse a leer el cuerpo de la noticia, la comentaban en voz alta –el que podía alzar la voz- para que se enterasen todos los parroquianos porque “nosotros no tenemos miedo a expresar libremente nuestras opiniones porque nadie los iba a callar” –avisaba con su voz cavernosa que parecía salir del otro mundo. ¿Quién lo pretendía? Nadie, pero ellos querían sentirse observados por la cantidad de barbaridades que decían y de las que se mostraban orgullosos.
Una vez hecho el repaso a las noticias del periódico daban por terminada la tertulia. Eusebio marchaba a su casa a seguir escuchando la Cope –  lo decía él - hasta que llegase la hora de comer, que volvería al bar a sentarse en la misma mesa, a tomar sus dos platos con postre y café y a repasar una vez más el periódico durante la sobremesa. Ahora, cada noticia, la comentaría en silencio, haciendo acotaciones, comentarios sobre el papel, con la letra firme del que está convencido de lo que dice, dejando después el periódico con sus en el mostrador para que el siguiente lector leyese su opinión. Para despedirse terminaba, como siempre, con la misma monserga:
-¿Por qué compráis El País?
Para que usted pueda criticarlo –le volverán a decir desde la barra la camarera o la dueña, en el mismo tono de quien le habla a un armario.
Llevaba un tiempo sin aparecer por el bar y los parroquianos éramos conscientes del hecho porque el periódico estaba inmaculado, sin comentarios. Pregunté por él, no porque me importe su vida, sino por curiosidad y me dijeron que se lo habían encontrado muerto hacía unos días en su casa, en la que vivía solo, mejor dicho, abandonado por el mundo. Escuchándole hablar no me extrañó que gente con tan malas pulgas pudiese convivir con alguien.
Pero no había muerto, eran las malas lenguas del barrio que lo habían matado. Al cabo del tiempo le volví a ver en el bar, comiendo, con un hombre joven y en una silla de ruedas, sin apenas poder respirar, recibiendo del joven la comida, con un hilo de voz apenas audible…
Pasados unos días –pocos- desapareció, ahora sí, para siempre, porque en el bar pusieron una esquela anunciando su muerte y la hora y el lugar de una misa que le iban a decir, no sé para qué porque ese tipo de gente tiene reservada plaza en el cielo y no hace falta que se rece por ellos.