jueves, 2 de noviembre de 2017

UN AÑO EN LA VIDA (XI) NOVIEMBRE


  • Enfermedad política.
Síntomas: creerse imprescindible, no querer irse nunca; el adversario de fuera es un rival a batir; el adversario de dentro es un enemigo a eliminar.

1  DE NOVIEMBRE. DÍA DE DIFUNTOS

Cada 1 de noviembre recuerdo con especial intensidad a mi padre, que se fue demasiado joven. Era un hombre íntegro que vivió siempre con mesura las victorias y nunca hizo de la derrota una tragedia. Vivió como quiso y dejó de vivir cuando no pudo hacerlo como quería, en una extraña mezcla natural de egoísmo y coherencia.
Cuando vivía, dejó caer que le gustaría que le enterrasen en el pueblo… “aquí, cualquiera que pase me echará un padrenuestro”, aunque nunca fue de misas ni de curas pero siempre le tuvo miedo al fuego. Y allí está.
Ahora, cuando es más el camino andado que el que queda por andar, me cuesta ir este día al pueblo. La calle Real se ha convertido en la avenida de los ausentes y en el cementerio se me ensombrece el rostro ante las hileras de nichos con los nombres de mi tía Toñica, de mi tía Vitoria, de mi tío Frasco, de mis abuelos, de todos los que un día fueron parte de mi historia y hoy solo son recuerdo. Pero mientras los recuerdo, están vivos.
  • Cuando la vida te dé un barquinazo procura estar cerca de la orilla.

MUERTO

Soñé que había muerto, y, en sueños, quise despertar. No pude. Efectivamente: había muerto.

  • A muchos la corrupción les da igual; lo que más sienten es no haber estado cerca de la caja.

LA COMIDA

Soy propenso a apostar, y un día, hace tiempo, por hacerlo, perdí una comida con unos amigos. Una paella, dijo uno de los ganadores. Paella, lo más socorrido. Y se la encargué a otro amigo que tiene un bar en mi barrio. “Déjalo de mi mano”, me dijo. Y así hice. Yo estaba acostumbrado a comer la paella que ponía con el menú del día y que llevaba, además de arroz, un poquito de pollo, gambas, chirlas, calamares y algún que otro mejillón, vamos,  lo que yo compro en la pescadería de mi barrio para hacer la paella en casa. Pero mi amigo quería que quedara bien y, además de lo anterior, a su paella le echó una cantidad descomunal de bichos marinos –frutos del mar los llaman los entendidos-, desconocidos para mí, que lo primero que pensé fue: esto me va a salir por un ojo de la cara, y no porque yo sea un tío tacaño, que no, sino porque tenía idea de que en la pescadería donde yo compraba, los precios de aquellos bichos, que eran como alacranes gigantescos y tortugas gigantes más bien enanas, eran prohibitivos, incluso para economías solventes que no les diera cargo de conciencia gastarse tal dineral, conociendo el fin último de toda comida y el hambre que hay en el mundo.
De lo que menos había en nuestra paella era arroz, que es lo que más nos gusta a los que no tenemos cogido el sabor de los alacranes ni de las tortugas. Y del pollo, ni rastro, con lo rico que está el muslito y el buen sabor que le da al arroz. Pero, en fin, mi amigo quería que quedase bien y, por lo visto, quedé como dios por la mariscada, que no paella.
Mi problema vino a la hora de hincarle el diente a semejantes bichos, bueno, hincarle, chupar, porque los huesos de esos bichos se chupan, no se mastican, y, bien pensado, no estaban malos… Pero ¿cómo se comían? ¿Cómo se partían aquellos huesos afilados? Nada, con una herramienta rarísima que estaba en la mesa pero que yo no sabía para qué estaba destinada y sobre todo cómo se manejaba. Nada,  pues a chupar. Menos mal que entre los comensales había una que no había apostado y no había ganado nada, pero se apuntó porque se apunta a un bombardeo, si hace falta. Ella me instruyó en el arte de manejar aquel aparatejo.
Los pobres, aunque de clase media, pobres, no estamos acostumbrados a esos sabores. Nos acostumbramos al sabor de boquerones, sardinas, jureles, bacaladitos, etc. y no sabemos apreciar lo bueno.
En la prehistoria, cuando yo era botones -botones: ¡qué oficios!- en una empresa del centro de Madrid que vendía pisos en la periferia, nos invitaron a comer una Navidad en un restaurante de postín y un compañero avispado me dijo que como pagaba la empresa, de primero pidiese angulas. Lo sabía muy bien el golfo. Las pedí, probé aquello y no me gustaron: a mí los fideos me gustaban sin ojos, y, por lo tanto, fue mi compañero quien dio buena cuenta de ellos, que él era también joven pero al vivir en Madrid era más sibarita que yo que vivía en el extrarradio.  Yo me sacié con el chuletón de vaca que me comí de segundo plato y al que tampoco tenía el gusto de conocer en aquella época. Pero peor lo hizo otro compañero, más paleto que yo, que se bebió una taza con caldo que ponían y que resultó ser agua con limón para que nos lavásemos las manos y desapareciese el olor a marisco de los dedos.
En otra comida que pagaba la empresa, otra navidad, el mismo sujeto me dijo: tú pide lubina a la sal, así conoces nuevas comidas para cuando seas rico, algo que yo no tenía in mente entonces, y ya he perdido la ilusión. Y pedí lubina a la sal, pero veo al camarero que se acerca a una mesa con una bandeja y un montón de sal –debajo estaba el pez, pero no se veía- y le pregunté a mi compañero: ¿Eso blanco, qué es lo que es? –en aquella época yo hablaba como los de mi pueblo-. “Lubina a la sal, lo que tú has pedido”, me dijo. Llamé al camarero y le dije que me pusiese  el socorrido chuletón de vaca que nos salva de situaciones extremas… Menudo panzón de sal con la lubina si me la tenía que comer toda…
Y es que al final los ricos van a llevar razón: los pobres somos pobres porque nos lo merecemos, no sabemos apreciar lo bueno.
Después de este inciso, y siguiendo con la comida del inicio, mi amigo no me cobró mucho por la invitación porque todos los bichos que nos puso eran congelados.
Mientras pagaba, vi cómo, en la mesa de al lado, se comían un pollo al chilindrón que se metía por los ojos. ¡Qué ordinariez!, me dije, y es que lo bueno se aprende rápido.

TERCERA VÍA

Unos, evolucionistas, dicen que venimos del mono; otros, creacionistas, cuentan no sé qué historias sobre barro, costillas y tal. ¿Alguien puede creer que Charlize Theron viene de uno u otro? Habrá que buscar una tercera vía.

  • Siempre intentan dar lecciones de pureza democrática los maestros de la manipulación y de la intriga.

RENÉE ZELLWEGER / BRIDGET JONES

Querida Renée:
Tengo que reconocer que me gustó la primera Bridget Jones, fresca, alegre, divertida, porque era el diario de una mujer común, con sus problemas existenciales de andar por casa que reflejaban la vida misma. Ahora, viendo el aspecto que se te ha quedado después de cambiar radicalmente tu imagen creo que la ficción te hizo más daño del que te puedes imaginar.
Nuestras vidas continuamente se llenan de nuevos y buenos propósitos: cuando somos malos intentamos hacernos buenos, cuando egoístas, desprendidos, si desapegados, cariñosos, si huraños, amables, pero cuando somos feos –algo tan relativo- intentar que la técnica nos haga guapos es algo que no entiendo. Además, ¿quién te había dicho a ti que eras fea? ¿Acaso vives en una sociedad tan superficial que piensa que la belleza está en la fachada? Sí, you think it. Tu sonrisa era cautivadora, tus kilitos de más te hacían terrenal, tus desastres emocionales, humana, pero tú debiste pensar que, en la vida real, lo principal es la belleza externa cuando ésta es algo totalmente subjetivo. Y es que os metéis en el mundo de lo irreal y ya no sabéis bien dónde está el límite entre uno u otro. A mí me gustabas porque físicamente eras Bridget Jones; ahora que eres la Renée Zellweger del nuevo rostro impostor, ya no me gustas, aunque a ti te parezca que eres más guapa. Una cosa es hacerse un arreglillo puntual y otra cambiarse la cara, mujer. No. Dime qué tenías que envidiarle tú, por ejemplo, a esa diosecilla que da muy bien en las fotos pero que ni en tres vidas se ganará el corazón de los espectadores como lo hiciste tú. Sí, mujer, me refiero a Charlize Theron, una desagradecida a la que envié una carta que supuraba amor por todos los poros y no ha tenido ni la delicadeza de contestarme. Con su pan se lo coma. Y tú, ahora, a apechugar con lo hecho, que ya no tiene vuelta atrás, aunque, con el tiempo se acostumbra uno al rostro y solo quedan los actos.
Adiós, Bridget.

  • Podrido como estaba el corazón de la manzana, envenenó a la Eva pecadora.

MENSAJES PRIVADOS  

En su teléfono privado recibió un escueto mensaje: “Felicidades. Te quiero”.
Él contestó con un "yo también te quiero".
Sólo ellos conocían la existencia de estos dos mensajes...

EN EL MUNDO ANIMAL
(“Era nuestro perro / porque lo que amamos / lo consideramos / nuestra propiedad”. Alberto Cortez)

Yo tuve un perro cuando casi nadie tenía perro, incluso era uno de marca, con pedigrí y todo, que hasta tenía su certificado, pero el pobre se convirtió poco a poco en león porque éramos diez en casa y le volvimos loco. Fue en una época en la que en mi trabajo inauguramos oficina y nos pusieron hilo musical y un día sonó la canción cuyo pasaje recuerdo arriba y di mucho la paliza preguntando a unos y otros si la tenían en disco o casete para grabármela. Y tenía la canción mi amigo Luis, cuya casa parecía un zoo: tenía perro, gato, alguna serpiente, lagartos, tritones y unos bichos parecidos a los cangrejos de mar que pululaban por todos lados. Yo iba poco por su casa, principalmente porque su mujer era un poco estirá, pero también porque los animalejos menudos y babosos me daban cierto repelús… Mi interés en esa canción le hizo sospechar que me gustaban los animales, y no iba descaminado.
Poco después su perra, una cocker, tuvo cachorros y me preguntó si quería uno. ¿A quién no le gustan los peluches? Claro que quiero uno. No caí en la cuenta de que crecen y precisan cuidados. Lo llevé a casa y al principio lo sacaba de paseo, principalmente los sábados y domingos, al parque, y era la admiración de amigos y desconocidos y yo más ancho que largo, presumía de mi perro como si fuese una novia guapa. Pero poco a poco fui eludiendo mis responsabilidades. Y los que estaban más tiempo en casa lo sacaban a la fuerza… (¿a que les suena la historia?). Mi padre, cuando pasó un tiempo, se lo dio a un amigo que tenía una casa en el campo, que es donde los animales están bien.
Hoy, la cuestión es distinta, la excepción a la regla la constituye la casa en la que no hay perros, gatos u otros animales, “de compañía”, dicen. Lo de “compañía” debe ser porque la gente está y se siente muy sola por diversos motivos. Y es habitual cuando uno va de paseo por las calles o los parques ver reuniones de dueños de perros (no entiendo por qué a los gatos no los sacan a pasear) comentando las incidencias del día: “me ha hecho caca líquida, o espesa, o…”, o “lleva unos días que no me come o que está muy nervioso”, o “…no creas, Agapito (que los nombres de algunos animalejos se las trae) se lleva fatal con Faly, el gato del 2º y con Andy, el perro del 5º…, pero echa mucho de menos a Mandy, el de Alberto, que se separó y se fue a las Margaritas y siempre que bajamos se para en su puerta. Es que son como personas” Qué tío…, perdón, perro. Eso sí: los perros son los dueños del parque, corren despendolados detrás de la pelotita que les lanzan y no preguntan si molestan porque al estúpido egoísta inhumano que le moleste que estén sueltos no tiene derechos, o tiene menos que los perros. Y los más radicales en la defensa del animal urbanita suelen ser los que, cuando les pasa lo que a mí, que se cansan o ya les aburre porque no les hace ajó, paran el coche cuando van de excursión a hacer senderismo, y lo dejan al borde de cualquier carretera de montaña. Obviamente son los menos, pero los hay, y los conozco. Mi pueblo de Granada, cruce de caminos, puede atestiguarlo.
Con los animales en las ciudades se altera hasta el orden natural de las cosas. Conozco el caso de un gato casero de ciudad, ya fallecido con dolor hasta las lágrimas de sus dueños, que cuando lo llevaban al pueblo, no solo rehuía la compañía de sus iguales paletos sino que no se atrevía a salir a la calle a buscar ratones, como es normal. Más: ¿Alguien conoce algún gato que no le guste el pescado? Yo sí: al sujeto del que hablo que, cada vez que por equivocación lo comía, vomitaba. ¿No es esto alteración del orden natural de las cosas?
Yo no estoy en contra de los animales (a pesar de haber tenido algún incidente aislado en forma de mordedura en el tobillo del perro de mi vecino del pueblo una noche de invierno a oscuras cuando invadí su espacio y le pisé y él atendiendo a su inevitable instinto animal me respondió de esa manera), al revés, los quiero pero en el lugar en el que serían más felices, y mucho me temo que este lugar no sería un piso de 50 metros. Pero respeto a quien opine lo contrario y solo pido que me respeten a mí y cumplan con las obligaciones que les marcan las ordenanzas: llevarlos atados, con bozal y recoger sus excrementos, entre otras. Y si se estresan y necesitan cansarse corriendo, lo siento, que corran y se cansen, pero con bozal. Y no quiero hacer sangre porque sé que me llamarán demagogo, pero me asquea ver la proliferación de peluquerías caninas o gatunas, clínicas veterinarias, anuncios de psicólogos para animales, los stand en los centros comerciales dedicados a comidas y productos para que la boca les huela bien, y cuyas cifras de ventas superan con creces la de potitos o yogures para niños, y otros artículos que sería lastimoso enumerar. Lo último que he visto, un anuncio en televisión para una especie de dentífrico para perros con el que lavarle los dientes y una pastelería para canes y… para qué seguir.
Pero queda muy bien eso de tener animalitos en casa, viste mucho y calza mejor. Yo prefiero disfrutar de ellos cuando voy al pueblo y veo  gallinas, pollos y conejos, en el corral, a vacas, cabras y corderos retozando en el campo o en el corral, y a los perros buscándose la vida por las calles y a los gatos a la caza de los ratones de los corrales. Después de la jornada cada uno volverá a su casa en la que tiene su espacio  y que nunca será el que ocupe una persona.
En mi casa, a los animales los prefiero en los documentales de La 2, con los que me duermo la siesta tan bien que no me despiertan ni las peleas entre los ñus y los cocodrilos cuando intentan cruzar el río.

  • Triste vida la de los que son siempre segundo plato y viven más del demérito ajeno que del mérito propio.

VIEJOS ROCKEROS

Los viejos rockeros se vuelven a encontrar después de mucho tiempo. Ha sido en esta mañana intempestiva, con viento racheado y lluvia torrencial, y hemos recordado los viejos tiempos, a voces, porque Miguel ya se ha agenciado el sonotone y Manolo no está diagnosticado, aunque es consciente de que el trabajo con las máquinas herramientas lleva irremediablemente a la pérdida de audición...
- Y el estruendo del rock duro en la Centauro... - apostilla.
- Nos ha fastidiao, y los cubatas, y los años... - añade Miguel.
- Y la genética...
Yo voy postergando lo del audífono, pero ya no puede ser por mucho más tiempo.
Después de hacer cada uno lo que tenía que hacer, nos tomamos un café, y hablamos de los chavales, que ayer se presentaron a una oposición para maquinista de metro en la que se presentaron 11500 personas para 380 puestos, y hablamos de lo de Cataluña, de lo de Madrid... Sale a colación que he publicado un libro y Manolo me dice que a los amigos se lo tengo que regalar; Miguel se ríe porque él me lo pagó, y yo le digo que no lo regalo, que tengo que costearme el siguiente...
- ¿Y de qué va? si puede saberse...
- De poesía.
Manolo se ríe. Él nunca perdió la sonrisa, incluso ahora que pelea contra un cáncer de estómago. Cuando salimos de la cafetería del hospital Miguel le dice que le acompañe al ambulatorio a recoger alguna analítica sobre su maltrecho colon. Yo volveré el 14 a recoger la analítica que confirme que mi flirteo con el maligno está superado.
La sangre que corre por nuestras venas aún mantiene la apariencia de nuestros veinte años, aquellos que quedaron enterrados entre cervezas, rock duro y desamores...

OKUPAS

Un vecino disertó el otro día sobre el significado de la palabra delincuente: "el que comete un delito", nos dijo. Obvio. Pero se la aplicaba a alguien que, junto a su familia, había 'okupado' una casa de nuestra calle.
Yo me limité a decir que no criminalizo a nadie hasta que me demuestre lo contrario, pero él siguió argumentándose a favor. No. Que alguien sin un techo donde meter a su familia ocupe una vivienda vacía, legalmente puede ser un delito, pero bajo el punto de vista humano, no lo es, por más leyes que digan lo contrario.
El problema es que nos asusta la pobreza y siempre la queremos tener lejos, no sólo de nuestras vidas -obviamente no queremos ser pobres-, sino también de nuestra vista. Si nos molesta el pobre que pide y ocupa nuestras aceras o el que pide en el metro,  si nos molesta quién llama a nuestra puerta para pedirnos comida, ¿cómo no nos va a molestar alguien que osa dar una patada en la puerta y meterse en una casa al lado de la nuestra? Y eso que esta casa ahora vacía la ha expropiado un banco -banco: nada que ver con la delincuencia, claro-, aunque su víctima en este caso haya sido uno de los nuestros que, obviamente, tampoco era un delincuente...
Los primeros momentos fueron de paranoia total, pero nadie se planteó que los poderes públicos tienen la obligación de garantizar una vivienda digna a todos. A todos. Nadie se planteó exigir una salida "legal" para esas personas. El derecho a la vivienda que recoge la Constitución es tan papel mojado como el derecho al trabajo... Pero eso nos da igual.
¿Por qué tenemos que soportar nosotros que gente extraña invada nuestra intimidad?
Sí, nos asusta la pobreza, y en demasiadas ocasiones, demasiada gente confunde pobreza con delincuencia.  Y es una pena.




















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