jueves, 1 de septiembre de 2016

UN AÑO EN LA VIDA (III) MARZO


UN AÑO EN LA VIDA (III)                                                              MARZO

  • Siento cierta pena por aquellos que tienen que reafirmar siempre sus principios atacando los del contrario: no deben estar muy seguros de ellos.

VIAJES DE VUELTA E IDA  

En los viajes de ida y vuelta entre el lugar donde resido y en el que nací, las palabras ida y vuelta no tienen el sentido que se les da tradicionalmente. Ir desde Getafe a Purullena es, siempre, volver; cuando regreso a Getafe, es un viaje de ida porque queda pendiente otro regreso.
Y así será hasta el regreso definitivo, ese en el que no existirá la posibilidad de irse de nuevo.

  • ¿Estar enfermo de vida es intentar que tenga sentido cada segundo que pasa?

EL VIVIDOR

Dicen las malas lenguas que el sujeto al que me refiero era niño todavía y leía algo relacionado con Adán y Eva y el asunto del mordisco a la manzana prohibida, y a la voz del guardián del huerto cuando los expulsaba, que decía el libro que dijo:
-          Te ganarás el pan con el sudor de tu frente... 
Cuentan que al niño le entró tal canguelo que un sudor frío le recorrió todo el cuerpo, y que cuando llegó a casa le preguntó al padre si lo que decía el libro le pasaría a todos los hombres, y si no había otros métodos menos penosos para ganarse el pan. Dicen que el padre le contestó:
-          Depende. 
Y cuentan que fue en ese instante cuando empezó a indagar... 
Lo demás es historia conocida.

  • La gente importante no es la que hace esperar a sus invitados sino la que espera pacientemente para recibirlos.

ODIO – AMOR

Se presenta un tipo en mi mesa para "apuntarse al paro". Rapado hasta las cejas, barba de tres días, camiseta sin mangas que dejaba al descubierto unos brazos musculosos y tatuados hasta el mareo, y en cada dedo de la mano derecha tatuada una letra que, unidas, conformaban la palabra O D I O, al estilo Mitchum en LA NOCHE DEL CAZADOR. 
Con este tipo de personas suelo empatizar porque les debo recordar a su abuelo, el que murió del susto la primera vez que vio al nieto de esta guisa, y me suelo mostrar cínicamente más agradable de lo habitual, por si acaso. Cuando terminamos el proceso de inscripción, le digo, señalando los dedos de su mano izquierda:
-          Te falta lo contrario al ODIO en la otra mano.
Y me contesta:
-          ¿Tú crees que en este jodido mundo hay sitio para el AMOR? 
-          Yo creo que sí... Pero es sólo una opinión, - respondí encogiéndome de hombros.
-           Pues, tío, esa suerte tienes...
Y se fue al mundo que le esperaba fuera.

  • Los excesos de unos alimentan la xenofobia de otros.

LA MADRE DE LEANDRO

Me llama mi amigo Leandro porque está emocionado y quiere compartir su emoción conmigo. Su madre tiene 75 años y hace poco tiempo perdió a su compañero después de una larga y penosa enfermedad que ella soportó estoicamente y con determinación; estaba vivo y era lo que le importaba, pero ahora ella está sola y los días se le hacen eternos. 
En una de sus visitas, Leandro -muy torero él- la animó para que leyese un libro –ella no había leído nunca porque su vida fue siempre trabajar- sobre la vida del torero Joselito, y su sorpresa fue que lo acabó; en otra visita le habló del libro y también de su hazaña de haber sido capaz de leerlo completo, y le pidió otro. Le llevó otro y también lo terminó, y reclamó más.  Me dice Leandro, emocionado, que ahora está con LA FORJA DE UN REBELDE, de Arturo Barea, y dice que, a pesar de lo que suelen asustar 1000 páginas, lo lee con fruición, disfrutando con la historia y sus personajes. Y hablamos sobre las posibles futuras lecturas de la nueva lectora que, a sus 75 años, ha encontrado a un inmejorable y fiel nuevo compañero.
Su relato me ha emocionado y yo también quiero compartir mi emoción. Es una pena que tanta y tanta gente no haya tenido nunca la oportunidad de leer o de que alguien le haya dado el empujoncito necesario para iniciarse en la lectura, ese universo desconocido para una inmensa mayoría de la población. Pero, ya sabéis, nunca es tarde. 

  • Los trabajos de la mafia suelen ser muy finos: no dejan huellas, sólo un reguero de cadáveres.

RAFAEL REIG

Tengo en bastante estima literaria a Rafael Reig desde que leí  TODO ESTÁ PERDONADO, la historia de una saga familiar que en el 39 ganaron la guerra y en el 75 con la muerte de Franco y la inmaculada Transición –dice él-  también ganaron la paz.  Pero, como tantas veces ocurre, cuando opina de la política española actual se deja llevar por la costumbre instaurada de meter en el mismo saco a todos los que no son del agrado de uno. Es obvio que el PSOE ha cometido errores, incluso muchos errores, pero no se puede considerar lo mismo a quien construye que al que destruye, porque se es injusto, y, mucho más, cuando se generaliza: “…De los banqueros, de los del PP y de los del PSOE sólo esperábamos codicia sin freno y cinismo…” Yo podría meter en el mismo saco a todos los escritores y decir que viven en una burbuja y van de copa en copa, de tertulia en tertulia, de puta en puta y que pontifican sobre lo divino y lo humano sin haber pisado jamás un charco, y, además, no dejan una sola línea para la posteridad, etc., pero como sería profundamente injusto no lo voy a decir.

POR QUÉ NO SOY DEL ATLETI

Desde siempre he sido una persona bastante inconsistente en mis creencias: dejé de creer en el comunismo cuando alguien me dijo que en el Moscú de antes de la caída del Muro no había discotecas; en el catolicismo cuando me negaron la posibilidad de ser monaguillo porque las dos plazas estaban ya cubiertas y cuando un cura me dijo que decir gilipollas no era pecado; de creer en la monogamia o la fidelidad cuando comprobé que besar a dos chicas diferentes no producía urticaria ni ninguna otra infección...
En aquella época –doce años- mis sentimientos futbolísticos eran, como los demás, muy inconsistentes. Yo me había hecho del Atleti por Julián, el carnicero, a cuya carnicería iba los sábados de cajero porque se me daban bien las matemáticas, aunque pronto aprendí a despachar embutido y a descuartizar pollos, y menos mal que los filetes de pollo se inventaron después. Julián me pagaba con un par de pollos o de kilos de chuletas, de cerdo claro, porque el lechal también se inventó después, y los domingos me llevaba al Manzanares. Tenía que ser del Atleti porque estaba mal ir a ver a un equipo de invitado y querer que perdiera.
Mi amigo sacaba entradas de Tribuna baja, casi a ras de césped, y me enteraba de que era gol cuando la gente gritaba ¡goooool! y veía a los jugadores darse la mano, que entonces no se abrazaban ni se manoseaban como ahora… Pues bien, desde mi localidad lo único que veía era un bosque de piernas peludas porque entonces no estaban tan amaric…, perdón, quiero decir, no eran como ahora y no se las afeitaban ni se hacían la pedicura-manicura. Recuerdo las de Calleja o de Adelardo, y no digamos las de Luis Aragonés; las de Gárate eran otra cosa, finas, delgadas, tan delicadas como él, pero es que era vasco-argentino -¡qué mezcla!- pero buena gente. Incluso los había abogados –Calleja-, sabios –Luis Aragonés-; otros, menos dotados para los estudios –Adelardo- se habían casado con la hija del jefe, que también era buena carrera. Después de esta primera época vinieron los argentinos Ayala, Heredia, Panadero Díaz, Ovejero, Bezerra (con zeta) que eran todos licenciados en filosofía (pampera) y algunos, casos raros, como Ovejero, pegaban unas hostias que en absoluto cuadraban con la candidez que hacía presagiar su nombre: Iselín (un futbolista no tendría que poder llamarse Iselín), aunque dicen que la talla de su calzado era descomunal.
Estos futbolistas de antaño no eran como los de ahora que la mayoría no tiene la ESO, pero ganan mucho dinero, se afeitan las patas, manejan el twitter y, alguno que otro, incluso, se echa una novia periodista, algo que no le impide ser un rato guapa, o todo el tiempo guapa.
Mi inconsistencia sentimental me llevó hasta el extremo de flirtear con el Barça, aunque por un asunto puramente mercantilista; me explico: cada año, al llegar septiembre, escribía al presidente del Barça –yo pensaba que era el mismísimo Montal quien leería mi carta- contándole mis peripecias –inventadas- en territorio comanche -Madrid- y le solicitaba fotos del equipo que después le daría al peluquero de mi barrio que era un culé forofo y se pondría la mar de contento; él, a cambio, no me cobraba el corte de pelo ese día, con lo que los dos ganábamos. Le ponía los cuernos a mi equipo, pero… la pela es la pela, que dicen… los judíos (hay que ser políticamente correcto, al menos en España).
Debido a la inconsistencia de mis sentimientos dejé de ser del Atleti porque no veía bien el fútbol desde mi asiento, primero, y porque, más adelante, me compraron un traje del Atleti de muy mala calidad porque me duró dos lavados. El traje también  tiene su historia: cuando nos instalamos en Madrid, además de cuidador de niños a tiempo parcial -soy el mayor de ocho hermanos-, iba por las tardes, después del colegio, y los fines de semana a una oficina de venta de pisos, donde las chicas me mandaban con los clientes a enseñar los últimos pisos –las últimas plantas y sin ascensor- porque yo era joven y ágil, y así me ganaba un sueldo en propinas -Montoro: en negro-. Recuerdo que un cliente, al ver a un jovencito imberbe en pantalones cortos, se enterneció o se compadeció de mí y me preguntó: "Niño ¿tú que ganas aquí?" Las propinas, le respondí tajante. Siguió con el interrogatorio y me preguntó de qué equipo era; del Atleti, le contesto, y me dice que me va a regalar un traje de mi equipo favorito. Estupendo. Pasa el tiempo y el tío ni compra el piso ni me regala el traje. Se lo cuento a mi madre y me dice que ella me lo compra. Vamos a Garbayo, calle Madrid, y pide: “Un traje de fútbol pa'l niño”. "¿De qué equipo?" Del Madrid, dije yo. Había pasado tanto tiempo desde la promesa incumplida del sujeto, que mis primos, entretanto, me habían llevado al Bernabéu y, como niño que era y voluble, me dejé engatusar por la pompa y circunstancia de la Castellana y dejé al Atleti de los arrabales, pero momentáneamente, como veremos. El dependiente me saca el traje del Madrid todo blanco inmaculado, sin publicidad ni nada, y mi madre que lo ve, dice: “Este no que es muy blanco y el blanco se ensucia mucho, sáquenos otro”. Yo callaba; quería un traje de fútbol, el que fuese, y lo quería ya. Y el señor dependiente saca uno del Atleti, que era mi anterior equipo, y mi madre le da su aprobación: “Este sí, que de colorines es más sufrido.” Me lo probé, me estaba algo estrecho pero como no quería perder la oportunidad por si no se volvía a presentar, me lo llevé. Aguantó entero dos lavados, se me quedó pequeño enseguida, volví a renegar del Atleti y ya me hice del Madrid definitivamente.
Contaba que ya antes me había llamado la atención el Madrid, no por nada en especial sino porque cuando iba con mis primos nos sentábamos en el segundo anfiteatro de fondo, desde el que se divisaba el fútbol como si miraras un futbolín desde el techo. Más adelante, cuando me hice proletario e iba por mi cuenta, me iba al gallinero, más arriba todavía, con lo que los futbolistas de verdad ya eran como los del futbolín, solo que en movimiento, y, aunque seguía siendo proletario, debo reconocer que también era un poco sibarita y me gustaban más los edificios señoriales de la Castellana que los bloques ‘colmeneros’ habitados por personas de la ribera del Manzanares en los que abundaban los mosquitos, por la cercanía del río.
Y así sigo,  casi por costumbre, siendo del Madrid, aunque le tengo mucho cariño al Atleti porque dicen que los primeros amores nunca se olvidan, excepto en mi caso que, como el primero casi fue mi mujer y todavía la tengo presente, pues no he tenido necesidad de olvidarla.

  • Son ricos porque roban; si no robaran no serían ricos.








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