- Después de cada último adiós necesitamos creer que el manantial de las lágrimas se ha secado…
MARIO
Mario tiene 32 años y
es un hijo de la clase obrera, que ha trabajado duro y aprovechado los recursos
que sus padres han puesto a su disposición para formarse. Hace tres años que
una empresa subsidiaria de la principal empresa aeronáutica europea, le
contrató por un periodo de 3 años, renovable por un cuarto. Su sueldo era de
20.000 euros brutos anuales, incluidas pagas extraordinarias, y el de los
compañeros que contrataron unos meses antes que a él de 24.000 euros.
Aunque la obra o servicio para la que le
contrató no ha finalizado, la empresa, sin ningún pudor, le ha descerrajado a
quemarropa que no va a hacer uso de la opción del cuarto año porque “por lo que
usted gana, puedo contratar a dos personas”.
Mario, 32 años, es Ingeniero mecánico,
tiene un Máster en Dirección de Empresas, otro en Materiales compuestos y
realiza, a distancia, un tercero; habla perfectamente inglés y estudia alemán.
Mario está preocupado
porque le van a obligar a firmar un documento en el que diga que ha percibido
todas las cantidades del finiquito, pero sin percibir ninguna y no sabe si al
hacerlo tendría derecho a prestaciones por desempleo. De todas formas, no va a
firmar y va a pelear por sus derechos.
Ante las perspectivas
que se le ofrecen en este miserable país, está pensando en huir a Alemania
- Cuando continuamente echas de comer a las fieras, al final te comen la mano.
LA
TRISTE VIDA CIRCULAR DE SALUSTIANO
Creo que fue en 1975,
en las postrimerías del franquismo, cuando Carlos Cano cantaba la historia de Salustiano, alguien
que “con más de 40 años y de profesión el
campo”, había emigrado a Alemania en busca del trabajo que aquí se le
negaba. Bien. Allí, a base de todos los sacrificios del mundo, ahorró los
marcos suficientes para regresar a España y tener una jubilación digna. Sus
hijos regresarían con él para trabajar en España en algún oficio que
aprendieron fuera. El desarrollo español, en parte debido a las divisas que
todos los ‘salustianos’ enviaban desde el extranjero, había cambiado la
situación, había llegado la democracia y con ella la creación de un incipiente
estado del bienestar. Ya no era necesario irse fuera para ganarse el sustento
porque, si te faltaba, el Estado te procuraba los medios para la supervivencia
hasta que volvieras a encontrar trabajo. Y los hijos de los hijos de Salustiano
también se beneficiaron de ese estado de cosas y, aunque el dinero en casa no
sobraba, como eran chicos aplicados, pudieron estudiar gracias a las becas que
el Estado proporcionaba; incluso alguno llegó a terminar una carrera de las que
antes estaban destinada solo para los ricos: ingenieros, abogados, médicos…
El nieto mayor de
Salustiano era ingeniero y hablaba dos idiomas, inglés y alemán, y encontró
trabajo en una gran empresa que, cuando llegó la crisis y con el único objetivo
de cuadrar sus cuentas, hizo un expediente de regulación de empleo y
despidió a un tercio de la plantilla, él
entre ellos. Los nietos de los franquistas que obligaron al exilio económico a
Salustiano, se habían hecho con el poder y legislaron para recortar derechos a
los trabajadores, favorecer los despidos masivos en las empresas y acabar con
casi todas las conquistas sociales.
Pasó el tiempo, se
agudizó la crisis y la única salida que ofrecían desde el gobierno a ese
ejército de personas bien formadas era emigrar a Alemania, país que era el
mayor responsable de la crisis que se vivía y que ofertaba puestos de trabajo
por un salario irrisorio. Pero era lo que había. El nieto de Salustiano emigró
a Alemania –otra vez Alemania-, con casi 40 años y de profesión ingeniero… El
abuelo Salustiano no quiso ir al aeropuerto a despedirle para evitar las
lágrimas.
Y ayer como hoy, en
este país de pandereta, la canción permanece:
“Yo
no creo que el sombrero / les toque en la tómbola / a esos gachós trajeaos /
que viven de ná, / que lo roban, lo roban / con cuatro palabritas finas lo
roban”.
LA PRIMA DE RIESGO
Un día escuché a Soraya S. de S., la
Vicepresidenta, decir que la prima de riesgo -esa tipeja- estaba a 123, por lo
visto, niveles muy bajos en comparación con... etc. Visto lo cual me fui al
Mercadona y compré compulsivamente comida, bebida, champuses, geles, compresas,
dentífricos, papel higiénico, estropajos, polvos de lavadora, etc., hasta
llenar un carro grande. Pasé por caja y le dije a la señorita que cobraba que
me hiciera el descuento correspondiente porque la prima de riesgo estaba a 123
y la Vicepresidenta había dicho que las consecuencias las notaríamos
inmediatamente los españoles de a pie en el aumento del empleo y en la
cesta de la compra. Empleo tengo y mi cesta era grande, pero era una
cesta al fin y al cabo. Ella, la señorita cajera, dijo que naranjas, y yo le dije
que no, que naranjas tenía en casa, que prefería el descuento. Me puse algo
farruco, tengo que reconocerlo, discutimos, y me dijo, levantando la voz, que
no había promociones, y yo le pregunté si no tenía ningún valor la palabra de
toda una Vicepresidenta del Gobierno y ella me contestó, ya envalentonada, que
no, que allí mandaba su jefe, el señor Roig, y que si no me había enterado
todavía de que en este país, como en todos, la economía y las finanzas mandaban
sobre la política. Me quedé perplejo, y le dije: "joder, tía, tú sí
que sabes de lo que hablas, te invito a un café y me lo explicas mejor".
Me dijo que no quería café, cogió el micrófono y sonó por los altavoces y en
estéreo: "¡Personal de seguridad, preséntese en caja número 3!" Era
en la que yo estaba y yo era el sujeto alborotador. Se presentó el tipo de
seguridad, rapado, bajito pero con dos brazos más voluminosos que el tronco,
que me hizo pagar al contado y no admitió ni mi atormentada tarjeta de crédito.
Protesté por el atropello, pero me dio igual.
Ya en la calle caí en la
cuenta: Como iba vestido informalmente, con un chándal de 'Vitorio y los
chinos', unas zapatillas del Alcampo -la competencia-, con cara de sueño
porque no me había echado la siesta, sin afeitar, y antes de entrar al recinto,
además, me habían visto hablando amigablemente con el africano -negro- de la
puerta, me tomó por un perroflauta cualquiera y me trató como a un protestón
asambleario o antisistema y me echó del mercado con cajas destempladas, lo
habitual en alguien a quién se le da una pistola, incluso una porra, que mata
menos pero marca.
Y es que no tengo remedio; sigo
siendo un iluso que, a veces, cree en las palabras de los que nos gobiernan,
aunque sea una vicepresidenta cualquiera; quizás por eso, por el puesto que
ocupa en el ranking, no habrá que creerla nunca más.
- Están dejando tantos cadáveres por el camino que empiezan a ser mayoría... Son tan torpes que no saben que en política sí existe la resurrección.
BUSCÁNDOME ENEMIGOS
Me crié en un pueblo y
los perros (y los gatos) eran un elemento más del paisaje, aunque para mí era
un elemento que sobraba: nunca me gustaron, y menos desde que el ‘Lanas’ me dio
un mordisco en la pierna una noche oscura que fui a visitar a mis amigos de la
Encarna que eran de los pocos del pueblo que tenían televisión. Desde ese
momento ver un can (o un gato) y erizárseme el vello era todo uno. A edad
temprana me vine a la ciudad y los perros (y los gatos) dejaron de ser elemento
decorativo de las calles; de vez en cuando aparecía alguno, pero era un
artículo de lujo, sobre todo por lo excepcional. Llegaron los tiempos de la
abundancia y, con ella, lo que era excepción se convirtió en norma, y es rara
la casa que se precie donde no viva un perro (o un gato) a cuerpo de rey, con
su casita, sus ropitas, sus mantas, colchas, lacitos y demás aditamentos,
además de su comida apropiada que adquieren en la sección que los supermercados
han creado expresamente para ellos, como existen las secciones de carnicería,
pescadería, bebidas espirituosas, pastelería industrial, conservas o ‘comidas
para bebés’. Sección ‘Comida para mascotas’, que ahora se llaman así, mascotas
(¿cómo puede ser un Rottweiler una mascota, o un dogo, o un pastor alemán (o un
gato siamés)?) Cada tarde salgo a hacer deporte (andar deprisa por aquello del
colesterol, la tensión, los achaques que la edad impone a nuestros cuerpos) y
recorro un paseo que hay a lo largo de un parque de mi barrio y, cada tarde me
tengo que echar al ‘sembrao’ porque los dueños de los perros ocupan el lugar reservado
para los transeúntes y cada uno se cuenta las aventuras del día de sus chuchos
(perdón, de sus mascotas porque todos tienen pedigrí certificado porque si no
es ropa de marca yo no me visto), los avances en su educación, cómo saludan a
los visitantes, cómo ya no ladran cuando oyen el timbre de la puerta; seguro
que alguno cede el paso en la puerta a las señoras y el asiento en el autobús a
las viejecitas. Y yo los veo en la distancia (es una larga recta) y según me
voy aproximando cada tarde me dan ganas de recomendarles el libro de Evelyn
Vaugh, Los seres queridos, sobre el
trato que la sociedad hollywoodiense daba a los animales y que están muy, muy
lejos del dispensado a las personas, ¡qué más quisieran éstas! Recuerdo que me
escandalicé y aumenté mi desprecio hacia esas clases altas adineradas y pensaba
que eso aquí nunca llegaría. Algo huele a podrido en las sociedades que tratan
mejor a los animales que a las personas y, lo siento, no puedo soportar esta
reunión de esnobs en el parque, en todos los parques de todas las ciudades,
dirigiéndose a sus chuchos (yo no entiendo de marcas) como si fuesen bebés a
los que hay que aplicar las normas de cualquier libro de autoayuda: ¡No, no,
sit, la mano, arriba, sit! Son insoportables, excepción hecha de mi amigo
Miguel, al que le perdono su debilidad por su perro. Ya se sabe: nadie es
perfecto.
- El valor contable de los bienes amortizados es cero… Lo dice la contabilidad.
RESIDENTES
Es triste vivir cerca de una
Residencia de ancianos. Durante un tiempo, los residentes que se pueden manejar
por sí solos se hacen parte del paisaje cotidiano y hasta llegas a congeniar
con ellos, charlar, te haces su amigo...
Pero llega un día -de ahí la
tristeza- que dejas de verlos, y preguntas en el bar habitual, en las tiendas o
a quienes les conocían, y la respuesta suele ser "no sé nada de él, hace
tiempo que no lo veo..."
Desaparecen para siempre, aunque te
queda la esperanza de que hayan cambiado de residencia o de que los hijos se
los hayan llevado de vuelta a casa... Es una esperanza que se desvanece con el
tiempo.
- ¿Por qué en España los robos pequeños son delitos y los grandes robos son de listos.
INTELIGENTES
Siempre es conveniente
rodearse de gente inteligente, sobre todo porque así se aprende, que nunca viene
mal. En ese sentido he de reconocer que yo he tenido bastante suerte. Cuando
hablo de personas inteligentes no me refiero a quienes saben mucho porque
conocer mucho de algo, incluso de casi todo, puede ser sólo síntoma de buena
memoria, y ésta no tiene por qué ir ligada necesariamente a la inteligencia.
Cuando hablo de inteligencia me refiero al conjunto de cualidades que tienen
algunas personas capaces de ponerse en el lugar del otro, de escuchar a todos
antes de tomar partido, de mostrar comprensión hacia el semejante, de tener
curiosidad ante las cosas del mundo para intentar comprenderlo mejor, de
conocer el porqué de esas cosas, de compartir el conocimiento, de intentar
actuar para corregir lo que funciona mal, de no hacer excesivo alarde de su sapiencia,
de ser solidario, con todo lo que ello implica, etc. Estas actitudes o
cualidades, y las que faltan por enumerar, deben de tener como denominador
común la de tener al hombre como centro del universo, y respetarle.
En mi ya extensa vida
he conocido a muchas personas con esas características y son mis amigos, y
proceden de todos los ámbitos geográficos, sociales y académicos. Así, tengo
amigos que a duras penas saben leer y escribir, que no han leído -ni piensan
hacerlo- un libro en su vida, antes porque les aburría la lectura y ahora
porque ya se han acostumbrado a no hacerlo; otros, que tienen pocos estudios
pero leen, se informan y están al tanto de lo que sucede en el mundo; y, por
último, una minoría con estudios superiores, carreras universitarias, incluso
doctorados o máster, pero que son tan humildes como los del primer grupo. Con
todos trato, de todos me siento cercano, de todos aprendo cada día.
Por otro lado, existen
personas con un alto nivel de conocimientos, carreras, doctorados, máster, que
lo exhiben públicamente para que vaya por delante y se sepa con quién se está
hablando, pero que no quieren ser conscientes de que el que tiene enfrente en la calle, en el
autobús, en la tienda, es un hombre como él, quizás con menos recursos académicos
o dialécticos, pero que su vida es igual a la suya, y sufre, ama, ríe, llora,
exactamente igual que él a pesar de que él sea un pozo de sabiduría, sabiduría
que si no va unida a las otras cualidades, será un pozo estéril, envidiado sólo
por sus iguales y que quizás le proporcione bienes materiales pero nada que
engrandezca su vida como persona. Miramos alrededor y vemos este último retrato
expandido por el mundo como una plaga, y en todos los ámbitos. Y en España,
visto el nivel de nuestra enseñanza, de nuestras universidades, tampoco es para
estar muy orgulloso de diplomas y títulos.
No es este el caso de
los sabios de verdad, los más grandes de los grandes, los que a su sapiencia
suman una gran humanidad, en sentido amplio, y entre este grupo yo destacaría a
los que se dedican a la investigación científica, de la que depende la salud y
el bienestar de la humanidad y que suelen ser personas solidarias, humildes,
desprendidas, que buscan con denuedo el bien común a costa de sacrificar otras
muchas cosas materiales, entre ellas el dinero. Sé que habrá excepciones a esto
que digo, pero, serán las que confirme, también, esta regla.
Y en otro extremo, los
que exhiben, casi siempre con orgullo, su ignorancia, como un don y no como un
acicate para acabar con ella desde la modestia. “Yo me he hecho en la
universidad de la vida, que es donde se aprende de verdad”. Bien. No hace falta
ir a ninguna universidad para aprender y comportarse como una persona
civilizada, está claro, pero tampoco hay que regodearse en la ignorancia.
De todas formas los más
peligrosos para el futuro de la humanidad son los que conforman el grupo de los
que se consideran sabios solo por el simple hecho de acumular títulos en las
paredes de sus despachos o en los salones de sus casas, y estudios publicados,
o no, sobre los más diversos aspectos del conocimiento humano, pero nada más y
que forman también parte, sin saberlo,
de ese grupo más amplio de los tontos, los que lo parecen y los que lo son, que
son muy peligrosos y contagian su estupidez.
- En muchas ocasiones, hay más sabiduría en las palabras de un anciano que en mil bibliotecas.
CRISTO
CRUCIFICADO
Yo creo que tomé conciencia contra
la violencia de cualquier tipo cuando vi la primera escultura de un Cristo
crucificado. Era la imagen de la maldad de los hombres y ante la cual no
existía justificación. Recuerdo que yo, de niño, pensaba que por mucho que
predicara historias difíciles de creer, de cuentos esotéricos, muertos que
resucitan, de vidas futuras u otros chismorreos, y de que contraviniese las
órdenes de los ocupantes romanos del Oriente Medio, no había derecho a que le
hiciesen lo que le habían hecho a ese pobre hombre: clavarle en una cruz de
madera, por manos y pies, y para más INRI, ponerle una corona de espinas, que
ya es el colmo de la tortura y de la maldad. Menos mal que, a veces, creía que
cuando le hicieron todo eso ya estaba muerto porque, en la primera imagen suya
que yo recuerdo, aparece una herida sangrante, de espada o lanza, en el
costado, y esa debió ser mortal de necesidad, por lo que ya no sufriría con el
resto. Durante mucho tiempo me persiguió esa imagen de Jesús en una cruz de
madera con los otros dos desdichados que le flanqueaban y que no corrieron la
misma suerte porque con aquella historia truculenta, los seguidores del más
famoso, se montaron un chiringuito que ya dura dos mil quince años: el negocio
más próspero de la historia, y sin el cual, ¿qué iba a ser de nosotros los
andaluces privados de los ingresos por turismo en estas fechas de pasión,
muerte y resurrección de nuestro Señor? Eso es emprendimiento, sí Señor. Menos
mal que como casi todas las malas películas acaba bien porque, al tercer día,
resucitó....
·
Máxima del corrupto profesional: Si no puedes
comprar al elector, compra al elegido
HOMBRES
A los hombres que miran
a la cara a los hombres y son honestos, que tienen ideas claras que se resumen
en desear la felicidad al resto de la humanidad, en no querer ser más que
nadie, pero tampoco menos, y en implicarse en la lucha para que todos tengan
las mismas oportunidades de vivir una vida digna, a esos hombres da igual las
etiquetas que les puedan poner, porque antes que nada son personas.
Hay otros, cuyos hechos nunca se parecen a sus palabras,
que, por muchas banderas que enarbolen, nunca llegarán a serlo.
- A veces me pregunto qué extraño placer se sentirá teniendo todo el poder y eligiendo el futuro de la gente a dedo: este sí, este no, sí, no, no y no, si, sí, no... Y sin dar más explicaciones…
No hay comentarios:
Publicar un comentario