ENERO
- Nunca he dicho de este agua no beberé porque beberé de cualquier agua cuando tenga sed.
LOS CUMPLEAÑOS. 14 y 15 de enero
El primero
de los hijos de mis abuelos paternos había sido niña, algo que no deseaba nadie
por aquello de que se pensaba que eran los hombres los que aportaban trabajo a
la casa y, por tanto, ayudaban al progenitor en sus quehaceres. Craso error:
que se lo dijeran a ella, a mi tía Toñica, que trabajó en la casa paterna, y
después en la suya, más que todos los hombres juntos, y en cualquier tipo de
trabajo. Mi madre estaba convencida –y lo deseaba- de que su primogénito sería
un niño, principalmente por hacerle el gusto a su hombre. Por eso, cuando yo
nací, como era niño, mi padre daba saltos de alegría y todos vinieron a
felicitarle. Dice mi madre que el primo Paco Valdivia vino a vernos y me puso
una moneda de cinco duros en la palma de la mano y yo cerré el puño con fuerza:
“Te has ganado la honra y los cinco duros”, dicen que dijo, conjuros de pueblo
cuyo significado nadie me sabe explicar…
Después, el
niño que nació ese 14 de enero, vio nacer en la misma casa a cinco hermanos más
y desde entonces, en un lugar prominente de la memoria, guardo los aromas de la
casa durante esos días, a chocolate y bizcochos y a caldo de gallina. A mis
otros tres hermanos ya no los vi nacer porque en Madrid los niños nacían en los
hospitales; un día se iba mi madre a Madrid y volvía con él: en las colmenas
donde vivíamos en los suburbios de la capital no había sitio para tal
actividad.
También, tal día como el de
mi cumpleaños de hace cuarenta y uno, temprano, me levanté pronto para ir con
mi padre a Madrid, a la empresa en la que trabajaría los dieciséis años
siguientes, a llevar la documentación para que me diesen de alta y para que me
pusieran un montón de sumas, restas, multiplicaciones y divisiones, para ver
qué tal andaba de matemáticas. “¿Cuándo se incorpora Antoñito?”, preguntó uno
de los jefes al director: “Me imagino que cada mañana, cuando se levanta”,
contestó, con su habitual gracejo granaíno
mi futuro jefe. “Ya, hombre, me refiero…” Le interrumpió: “Pues mañana mismo
que se venga”. Por eso, mi cumpleaños es doble y celebro, por todo lo alto,
dado el estado de la cuestión, que hace 41 me inicié en el mundo laboral. Era
el botones de la empresa, un niño de catorce años con muchas ganas de aprender.
Y como
entramos en el tiempo de las añoranzas, quiero recordar a todos los compañeros
que me ayudaron a ser lo que soy, de los que intenté quedarme con sus virtudes
y aprender de sus defectos para que no se repitieran en mí, aunque no sé si lo
habré conseguido. Alguno de ellos –¡cómo te sigo queriendo, Juan!- fue el
complemento ideal de mi padre. Mi padre, desde su saber mundano, me inculcó el
respeto a las personas como norma principal de convivencia; Juan, un hombre
sabio, intentó ponerme sobre el camino
del estudio, de los libros, de la música… Sin él, quizás, no habría
recorrido ese camino y se lo agradeceré mientras viva, me enseñó tantas cosas…
Gracias, gracias a todos porque todos fueron mis maestros en esta universidad
de la vida por la que transitamos: espero haber aprendido algo de vuestra
ciencia.
- Bienaventurados los débiles de carácter porque de ellos será el reino de las tormentas.
EN UN
BAR
La camarera le da la vuelta al
cliente y le dice:
- Gracias, caballero
Él le responde:
- A usted, señorita
Contesta ella:
- Ay, gracias por la costurita...
- No me gusta dar largos rodeos para llegar a algún sitio si puedes utilizar la línea recta.
NOSTALGIA
Hay días que sufro un ataque de
nostalgia y me dan ganas de perderme en el Madrid de mi pasado, llegar hasta
Embajadores y coger el metro, con ese olor indescriptible de antaño en los
andenes que nunca he vuelto a recuperar, y bajarme en Serrano después de algún
que otro transbordo; subir por Lagasca y entrar en la vieja tahona donde
compraba mi barrita de pan y me quedaba un ratito hablando con la chica que
despachaba, si era invierno porque se estaba calentito, y porque ese olor a pan
recién horneado me embriagaba y no lo he vuelto a disfrutar nunca. Los olores.
Dice Zbigniew Herbert que tendrían que existir los restauradores de olores…
Llegaría a la oficina, con la cartera en la que iba una tartera con la comida
que me había preparado mi madre con una buena enfritá, o carne en salsa, o una tortilla de patatas con pimientos
y filetes empanados, o pollo frito, que me calentaría, si procedía, en la casa
de Arsenio, el portero gallego, antes de dar buena cuenta de ella, o que mis
compañeros y yo mismo nos comeríamos a media mañana como aperitivo, y luego me
invitarían al menú del día en cualquiera de los bares del barrio: en el “Lago
de Sanabria” de la calle Ayala, o en el “Luis” dentro del mercado de La Paz, en
Lagasca, donde Luis, bueno, su mujer, hacía las mejores judías, blancas o pintas,
del barrio, y que él servía con su mano temblorosa, el dedo pulgar sumergido en
el caldo…
El día que el camino estaba expedito
(no había jefes acechando), en vez de mi comida de mediodía, salíamos a tomar
el aperitivo a “Jurucha”, el bar de los hermanos Malasombra, una familia de
enanos no muy agraciados, expertos en el arte de la restauración y que ponían
las mejores tapas del barrio, o bien, si nos encontrábamos con los ‘notarios’
(conocidos nuestros que trabajaban en la Notaría del primer piso) teníamos que
ir a su territorio, “El Corrillo de Lagasca”, donde pagaban ellos porque su
sueldo respecto al nuestro era como de 5 a 1, proporción que también se daba en
el precio de las cañas o en el vino del lugar. Esa desproporción en los
sueldos, en las mariscadas y en el buen yantar, lo único que les provocó fue
una buena gota a casi todos con apenas 30 años.
Otras veces, decidíamos ir a tomar
algo un poco más lejos y subíamos por Claudio Coello hasta “O’Caldiño”, donde
un día me presentaron el pulpo a la vinagreta y a la gallega, y el lacón con
grelos, y quedé encantado de conocerlos, porque con 14 o 15 años –que era mi
edad entonces- no conocía todavía comidas habituales en la capital pero no en
el extrarradio. En mi barrio éramos muy dados a las bravas y a los higaditos de
pollo encebollados, y poco más. Poco a poco fui conociendo a otros bichos por
mediación de mi amigo Juan cuando quedaba con sus amigos de la SGAE en Alonso
Martínez y me llevaban a “Yakarta”, paraíso del marisco. ¿Te apetecen unos bígaros,
nécoras, navajas, unas cigalitas a la plancha…? No, yo calamares, que no tienen
hueso… Y me obligaban a probar aquello desconocido que me decían que se criaba
en el mar. Imposible, en el mar, y en mi mundo, sólo se criaban boquerones,
sardinas, jureles y calamares, lo demás eran productos de locos a los que nunca
llegué a acostumbrarme del todo. Incluso hoy, me dan a elegir entre unos buenos
boquerones fritos o una sardina asá y
una nécora y elijo lo primero. ¿Que soy tonto? Pues vale, pero así, entre otras
cosas, me voy librando de la gota.
Recuerdo que en mi primera comida de
empresa en Navidad, la empresa nos invitó a comer en “La Dorada”, todo un lujo:
de primero angulas y de segundo chuletitas de cordero, chuletón o solomillo de
vaca a la brasa, o pescado: lubina a la sal, merluza con cocochas, etc. No
tenía el gusto de conocer a ninguna de aquellas especies. Mi compañero Ángel me
asesoró: angulas y chuletón. Sea. Cuando yo vi aquella cazuelita llena de
fideos con ojos, con su cayenita, su ajito picao, y todo lo demás, me dio que pensar. Pinché unos cuantos
bichos de aquellos, me los metí en la boca y me dio como una arcada… Sería la
falta de costumbre, pero dije que no quería, que me trajeran la vaca. Mi amigo
dio cuenta de su cazuela y de la mía y me llamó paleto; con 15 años ¿qué quería
que fuese? Eso sí, roí el hueso del chuletón hasta dejarlo seco.
Pero vuelvo a los días en la
empresa. Yo era el botones y me pasaba casi la mañana entera haciendo recados.
Mis amigos (compañeros y sin embargo amigos), si les entraba hambre, tenían mi
permiso para echar mano a la tartera porque luego me invitarían a comer y salía
ganando. Por la mañana cargaba mi cartera con el correo, con remesas de letras
para los bancos, con solicitudes de traspasos, etc., y salía Serrano abajo
hasta Cibeles, donde dejaba las cartas, luego subía hasta Alcalá, 10, Banco
Zaragozano, cruzaba Sol hasta la plaza del Celenque, 2, Caja Madrid, me
tomaba una cañita con una aceituna con anchoa pasa sofocar la sed en cualquier
tasca, o un chocolate con churros si hacía frío, me metía en El Corte Inglés de
Preciados para ver lo caro que era todo allí, y que todo aquello estaba fuera
de mi alcance, y vuelta atrás, hasta la oficina en el autobús 19 o en el 51. De
dos a cinco se cerraba y yo, como vivía lejos, me quedaba en la oficina, unas
veces solo, lo que aprovechaba para estudiarme el YA y echar una siesta, o me
iba a comer fuera con los compañeros y alargábamos la comida con partidas de
cartas o jugando a los chinos, o veía como los otros jugaban al mus, jueguecito
que a mí nunca se me dio.
Las tardes eran soporíferas y hasta
las ocho se hacían eternas, aunque, cuando empecé a estudiar, yo me iba a las
seis para llegar a la escuela nocturna a las siete. Poco después nos cambiaron
el horario, con una hora para comer y salíamos a las cinco y media, lo que
aprovechábamos mi amigo Juan y yo, cuando no había otras ocupaciones, para ir
andando hasta Embajadores. De un tirón llegábamos a Cibeles en cuyo quiosco de
“Correos” nos tomábamos la mejor cerveza de Madrid, y después al “Brillante” de
Atocha, donde poníamos el broche al día antes de seguir camino hasta
Embajadores, donde nos montaríamos en el autobús que nos llevaba de vuelta a
casa…
Lo peor de todo es que ese ayer ya sólo existe en mi
memoria…
Después de este viaje por mi pasado
remoto seguiré estando en el presente, y para curar el ataque de nostalgia no
se me ocurre otra cosa que buscar fotos de Marilyn y pensar en lo desgraciaíta que fue, lo que sufrió, y
así sólo consigo que el ataque de nostalgia aumente y lo tenga que curar de la
mejor manera posible, apretando los dientes y diciéndome: ¡Aguanta, tío…!
- Al viejo dinosaurio se le agotó su patriotismo cuando acabó el desfile y se arriaron las banderas.
ELLA,
EL PRIMER ANTEPASADO DEL HOMBRE
Ella, pongamos Lucy, vivió hace dos
millones de años y dicen que todavía no había alcanzado ni remotamente el grado
de civilización que hemos alcanzado nosotros. Pero a ella no se le habría
ocurrido unirse a otros y armarse hasta los dientes, con sus rudimentarias
armas, para exterminar a otra colonia de iguales que vivieran en
las cercanías, o tender trampas en la que caerían los inocentes que nada
tuvieran que ver con un posible conflicto. Y seguro que tampoco se le ocurriría
robar al resto del grupo para dejarlo en la indigencia, con el único fin de
atesorar lo que no podría consumir.
Ella, seguro que cazaría y recogería
plantas y frutos con el grupo para repartírselos equitativamente. Y amaría la
paz, aunque todavía no se había inventado tal concepto.
Ella, Lucy, quizás el primer
antepasado del hombre, estaba por civilizar, dicen, y quizás por eso no robaba
ni mataba a sus semejantes.
Nosotros, los de ahora, ya
civilizados, expoliamos a los pobres para engordar a los ricos, bombardeamos ciudades
en las que mueren por miles niños, mujeres y ancianos, derribamos aviones
repletos de pasajeros civiles como si fuese un juego macabro, destrozamos a
sabiendas el planeta que es nuestra casa y despensa, y, además, nos pasamos la
vida buscando una explicación ‘racional’ a toda esa barbarie; pero, eso sí,
dicen que nosotros hemos alcanzado el grado más alto de civilización de la
historia. Y nos lo creemos.
- Los ladrones nunca suelen robar solos.
AGNÓSTICO
Cuando era niño y llegó
la hora de la primera comunión, mi madre y mi tía quisieron que sus niños la
hicieran juntos. El problema es que mi primo José Mari tenía la edad
reglamentaria y yo un año menos, con lo cual, mi capacidad de aprendizaje de la
parafernalia religiosa era limitada. Imagino que haríamos la catequesis con don
Amador o con cualquier maestro -el nacionalcatolicismo estaba en vigor-, y en
mi cerebro de niño sólo se quedó adherido el Padrenuestro, y el inicio o
exposición del resto, pero no su nudo y desenlace: las mezclaba, me quedaba
atascado... Un lío.
Llegado el día de
marras, o el día antes, el cura que me confesaba de mis innumerables pecados a
tan tierna edad, me puso como penitencia un Padrenuestro, un Credo, y otra
serie de plegarias u oraciones que ya no recuerdo. Un infanzón como yo, los
pecados capitales y los mandamientos no los entendía entonces, y de los
últimos, sólo los obvios, los del matar, robar y mentir, por lo que suponía
también pecado el no acordarme de las oraciones, ni de casi nada del catecismo,
y por ello me llevaría alguna bronca, seguro, del catequista, pero yo no podía
hacer más. Solución que hallé: rezar diez padrenuestros, que estimé cantidad
suficiente para compensar las plegarias que desconocía. El día de la Comunión
comulgué, la hostia consagrada me estuvo rica, pero me dejó el regusto amargo
del pecado, de no haber cumplido con los preceptos.
Anduve mucho tiempo con
la cuestión martilleando mi conciencia hasta que un cura obrero de los
arrabales de Madrid, al que confesaba las veces que había dicho gilipollas, los
malos pensamientos, que le había sisado a mi madre, que le había dado un cate a
mi hermano, me dijo que esas minucias, incluido el desconocimiento del
catecismo, no eran pecado. Me quitó un peso de encima y empecé a sacar la
conclusión de que si pequé y no me pasó nada, y que si todas las tonterías que
me dijeron en la catequesis del pueblo eran pecado allí y aquí no, la religión
era algo con unos principios flexibles o al gusto del pecador. Y ya no me
confesé más. Dejé de plantearme la existencia o no de Dios porque como no
llegaba a ninguna conclusión, salvo que Dios es nuestra conciencia, que la
confesión nos la hacemos cada noche a nosotros mismos, y que la penitencia es
no volver a caer en los mismos errores siempre, pues me hice agnóstico, que es
lo más fácil: ni sí ni no, sino todo lo contrario. Agnóstico.
En cuanto a la
política, estoy en el mismo proceso, solo que en este ámbito no soy yo el que
se ha olvidado del catecismo, sino los predicadores que lo cambian a su antojo.
Además, últimamente, sólo encuentro pecados de todos, unos más mortales que
otros, muy pocos veniales y, de momento, no creo que se me presente ningún cura
obrero de los arrabales que me haga bajar de la nube para que deje de
martirizarme por una fe en total decadencia, y en la que a diario me dan
motivos para dejar de creer. El resultado, ya lo veo: me volveré también
agnóstico.
- Yo y mi circunstancia, reunidos en asamblea abierta, hemos acordado que ya estamos un poco hartos…
A
MI PADRE NO LE GUSTABA EL FÚTBOL
A mi padre no le
gustaba el fútbol, pero cada vez que consideraba que había un partido
importante –los internacionales- hacía un esfuerzo y se sentaba con nosotros,
sus hijos futboleros, a verlo, lo cual significaba que nosotros no lo veríamos
porque teníamos que pasar el tiempo explicándole los diversos lances del juego,
reglas, etc. Nunca entendió por qué, cuando se tiraba un penalti, dejaban al
portero tan solo delante del que lo tiraba, cosa que no pasaba cuando lanzaban
un córner; ni por qué romperle la pierna a un jugador en el centro del campo
era falta y una leve mano dentro del área era penalti; casi perdemos la
paciencia al intentar darle una explicación de por qué se producía el fuera de
juego y más aún al intentar explicarle el por qué del valor doble de los goles
en campo contrario en caso de empate. Era un caso perdido para el fútbol.
El clímax de su fervor futbolístico
llegó en el famoso España-Malta del 12-1, que no se quería perder por nada del
mundo. Narraba el partido José Ángel de la Casa y en una jugada dice: “Saca de
portería Buyo con el pie, sobre Maceda, Maceda se la pasa a Víctor, Víctor en
profundidad sobre Carrasco, Carrasco a Señor, Señor, Gordillo…” Estaban a punto
de meter gol y mi padre me toca en el hombro y me dice:
-
¿Por qué a Gordillo le llaman señor y al
resto no?
Sus conocimientos futbolísticos se
limitaban a saber que era un juego en el que un montón de tíos en calzoncillos
se ponían a darle patadas a un balón y que el resultado dependía de que el
balón entrara en la portería…. Bueno, alguna vez preguntó por qué no era gol
cuando el balón tocaba la red por fuera…
- A estas alturas de la vida, tengo el depósito de las lágrimas medio vacío (o medio lleno); sólo quedan las justas para imprevistos...
PURO AZAR
¿Es posible que la vida,
supersticiones religiosas al margen, se rija por un sistema de premios y
castigos? Y si fuese así, ¿cuándo se premia o se castiga y por qué? ¿Cómo debe
comportarse un ser humano para ser premiado o castigado? ¿Cuál es el baremo
para conceder uno u otro?
Es el azar, el puro azar el que
determina premios o castigos, y si no, ¿por qué?, joder, ¿por qué? Hay tantas
preguntas sin responder.
El azar. Christopher Hitchens, gran
escritor muerto a causa de un cáncer fulminante, cuando se hizo la pregunta de
por qué le había tocado a él, se respondió a sí mismo: ¿y por qué no? Así es:
¿por qué no te va a tocar a ti? Tanto lo bueno como lo malo.
Sólo somos una mínima pieza del engranajee
del universo y mañana nos puede caer encima esa teja que espera en algún tejado
el momento de desprenderse justo cuando nosotros pasemos por debajo de ella. O
nos puede tocar la lotería, si jugamos. Y ya está. Y conviene tenerlo claro,
asumirlo y no darle más vueltas porque, de lo contrario, te puedes volver loco.
Salud.
- ¿Hacen los gobernantes a los pueblos o son los pueblos los que determinan la condición de sus gobernantes…?
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