miércoles, 19 de marzo de 2014

Un tío sano

 Dice no sé quien –no llevo un cuaderno de citas y lo tengo que crear si quiero dedicarme a esto de citar- que “la buena salud es un estado transitorio que no presagia nada bueno”. Pues sí, estoy de acuerdo, ¿qué os habéis creído? Porque hay listos que piensan que a ellos nunca les va a tocar. Pues van dados…

Cuando nos íbamos a la mili preguntó el militar que interrogaba al recluta que me precedía si tenía algo que alegar y el muy chuleta le contesta: “Enfermedades”. “Como todo el mundo, gilipollas, dime qué tipo de enfermedades, payaso” (dos insultos en una frase: mal empezábamos), le amenazó el tío vestido de militar –entonces no me sabía los cargos y ahora se me han olvidado- enseñándole el puño cerrado. “Gripes, almorranas, catarros, anginas...”, le contestó el listo. No le pegó dos tortas de casualidad… Yo iba detrás de él y pensaba decir que alegaba pies planos o sordera porque me lo habían recomendado y por si sonaba la flauta, pero se me quitaron las ganas; era un poco gallina y esos tipos asustaban de verdad, que todavía el franquismo les salía por la comisura de los labios y por la sangre de los ojos.
Desde siempre he sido bastante aprensivo, tanto que me mareaba al ver sangre, o cuando me la sacaban para algún análisis, incluso cuando me imaginaba vísceras humanas, operaciones, u otras guarrerías. Un día con dieciséis años más o menos una compañera le explica en un bar a un compañero el parto por cesárea de una amiga y yo presenciaba la escena. Desperté, tendido en la acera de la calle Ayala de Madrid, mucho tiempo después, tras continuas friegas de agua con alcohol. Me había desmayado sólo de oír la conversación. Y poco después me sucedió lo mismo, cuando visité a un vecino accidentado al que le habían recompuesto la cara con carnes procedentes de sus nalgas. No podía ver sangre o heridas. Recuerdo siempre el mareo como la enfermedad que más temía en mi juventud, porque era como estar muerto.
La enfermedad más grave que yo he tenido hasta hace bien poco, afortunadamente, ha sido algún grano de sebo que me han tenido que extirpar por la vía rápida y sin anestesia, tapones en los oídos, etc. Respecto a los granos de sebo (quistes sebáceos en lenguaje científico), me salieron sendos en ambos ojos debido, según mi doctora de cabecera de entonces, a que tenía el colesterol alto y no tuvo otra ocurrencia –el colesterol- que salir por los ojos (en mi pueblo cuando alguien come con mucho apetito, o con ansia, dicen: “se le ven los nuos por la espalda”, pero no por los ojos, hombre, que también es mala leche). Me dieron cita en la Facultad de Medicina en Madrid y me llevó mi hermano Pepe a que me los quitaran. Yo me dije: ¿Facultad de Medicina?, hostia, me opera un estudiante, seguro. Me metieron en un cuarto oscuro, con una lucecita muy fuerte y blanca que alumbraba la zona afectada, en el que había un tipo con bata verde y una tipa con bata blanca, muy mayores para ser estudiantes, así que la cosa no empezaba del todo mal. El tipo iba a ser el sajador, por llamarle de alguna manera, y mientras hablaban del fin de semana que se habían pasado con sus respectivos en no sé dónde, y se decían a ver si quedamos un día, y que si fulanita es un poco tal y menganito un poco más cual, me hizo una avería en los párpados que todavía exhibo y cuyo recuerdo debe provocar tremendos pitidos en la señora madre del caballero sajador cada vez que me veo en el espejo, porque parecen los Pirineos en miniatura. Debió utilizar cuerda de atar morcilla en vez de hilo fino, tal es el desastre que me hizo. Y encima que uno no es muy agraciado, pues… no es eso, hombre, que decía Ortega.
Desde los 18 ó 19 años, más o menos porque no tengo controlado exactamente cuando empezaron los primeros síntomas, tuve alopecia severa, más conocida comúnmente como calva, pero que he sobrellevado con resignación y como ya me he acostumbrado pues la combato, los veranos con una gorra de visera y los inviernos cuando hiela con alguna gorra, boina o sombrero de tela algo más fuerte. Aparte de esto, poca cosa. De joven, antes de que se manifestase la alopecia, también padecí de acné, que menudo cachondeo se traían en el trabajo conmigo por sus causas profundas, que hasta el director me mandó a un médico dermatólogo de pago y amigo suyo. Me recetó, porque no entraba en el seguro, un montón de cremas de todos los colores para que me embadurnara la cara por las noches, pero no hubo éxito y la paella de mi cara solo se extinguió cuando empecé a normalizar mis relaciones sexuales, muchos años después. Más sabe el diablo por viejo que por dermatólogo. Como el tal médico, muy falangista por otro lado, era experto en todas las cosas de la piel, le pregunté acerca de la mejor forma de conservar el cabello, que tan pronto iniciaba su declinar, y me dio el único remedio, según él, que había en el mercado farmacéutico: comprar una cajita. ¿Para qué?, le pregunté. “Para guardar el que se va cayendo”, me dijo. Le hice caso y llené cajitas y cajitas, pero el pelo de mi cabeza seguía cayendo. Y abandoné las cajitas.
Aparte de estos leves casos clínicos, nunca tuve enfermedades salvo las que decía mi colega de la mili y que se podían curar con unas buenas dosis de …freno, que hasta hace poco tiempo no supe distinguir bien el neofreno del ibuprofeno (después de escribir esto me entero tras consulta en google que es neopreno; mi mal oído, de herencia: otra enfermedad). También tendría que mencionar que una vez me operaron de algo que tiene que tiene que ver con el aparato reproductor, nada grave, pero no quiero dar más detalles para que no se resienta mi orgullo de hombre, que hasta ahí podíamos llegar. No, no fue grave, pero no me da la gana de hablar más del tema. Ya está.
Los problemas graves empezaron cuando dejé de fumar: ronquera que desembocó en faringitis crónica –diagnosticada con un simple abrir de boca y leve mirada de la doctora de cabecera-, colesterol y azúcar altos, el PSA se disparó, dando como resultado, después de dos años de subida-tratamiento-bajada-subida, cáncer de próstata. Eso sí, desde que dejé de fumar tengo los dientes más blancos, lo que se va por lo que se viene. Por eso, ahora me dicen que tengo que dejar de tomarme mis cañitas del aperitivo, y les digo que sí, que luego, para que vuelvan a salirme goteras por otra parte del cuerpo.
Como decía, hace poco tiempo me detectaron un cáncer de próstata y me tuvieron que operar: poca cosa. Me han quedado daños colaterales, que me dijo un urólogo, pero como ya me he acostumbrado, pues como si los hubiera tenido de siempre. Ahora casi ni me acuerdo de la operación porque me la hicieron por laparoscopia, una pequeña incisión en el ombligo, y no sabría explicar más porque lo que me contaron me parece ciencia ficción, y porque soy de letras… Sí recuerdo que cuando desperté de la anestesia dije que dónde estaba la raja con sus puntos porque, tenía la barriga muy hinchada y alguna que otra sonda, pero que yo había ido a que me hicieran una operación completa, con raja, y que cómo iba a justificar en el trabajo que había faltado porque me habían operado si no había raja. El problema es que por haberme operado por el ombligo a tientas y a ciegas, se cargaron el mecanismo que hace que se levante el aparato reproductor para ponerse en la posición de reproducir, y, en fin, eso sí que es un problema, y menos mal que yo tengo sentido del humor que si no armo un estropicio en el hospital sondado y todo como estaba.
El día que me iban a echar, el médico me hizo un montón de papeles que llevaron mis familiares a mi empresa, se lo creyeron y estuve casi ocho meses de baja, o sea que la cosa debió ser seria, aunque yo lo único que sentía era que me meaba. Pero me decía: ¡Cuántas vacaciones y cuánto tiempo libre, los libros que voy a leer y la música que voy a escuchar, no hay mal que por bien no venga!
Ahora me ha quedado, aparte de la otra, esta incontinencia verbal que a todas horas me viene… Es como si tuviera necesidad de contar cientos de miles de historias que se me ocurren o que tienen mucho de vida vivida, de anécdotas de mi vida pasada y presente, como si quisiera dejar testamento, coño, y me da un miedo, no me vaya a pasar algo, que yo pa’ estas cosas soy muy supersticioso aunque no crea en dios. Pero, como me dice un amigo: “lo peor es tener mucho que decir y porque te cohíbas o porque seas corto no ser capaz de echarlo fuera, y dentro se pudre y te puedes hasta volver loco. Tú cuenta o escribe, que es lo mismo, que esa es la mejor terapia, y déjate de psiquiatras o psicólogos que esos sólo hacen sacarte las perras”.
Aparte de este episodio aislado, desde que he cumplido determinada edad, siempre los análisis de sangre dan un poco el coñazo: que si el colesterol malo, que si el azúcar un pelín alto, que todavía no eres diabético, pero tienes que controlarlo, que si… bueno, la tensión la tengo bien pero me da mucho miedo porque mi tía Vitoria se murió por tener la tensión alta y un día se acostó y amaneció muerta, que vaya susto que dio a todo el mundo, aparte de la pena por morirse. Mi tía Vitoria cuando íbamos al pueblo y le decía mi madre que la habían operado del bocio, o de cualquier otra cosa, siempre le decía: “y yo que no voy al médico, ¡qué! Vosotras es que sois muy operaoras”. Pobre tita Vitoria.
Yo soy propenso a tener alto el colesterol y el azúcar y por eso no le echo mucha sal a las comidas, que no sé yo qué coño tendrá que ver esa cosa tan inerme a simple vista con todas esas enfermedades, porque si dijéramos el tocino, la panceta, incluso las chuletas de cerdo, pues vale, porque te imaginas al cerdo rebozado en la mierda, como más les gusta estar, y dices, vale, mierda igual a transmisor de enfermedades, pero la sal, que además viene del mar, todo azulito y claro, menos cuando hay borrasca, pues no me lo explico…. Y no sé cómo todavía a nadie se le ha ocurrido inventar un sucedáneo de la sal, igual que la sacarina, pero en sal: salarina, por ejemplo. Mi mujer dice que poca sal en las comidas, que es mala y yo, lo que diga mi mujer, aunque, lo que no consigo explicarme bien es el origen de la malignidad de la sal. Debe venir de que la infecten en el mar los bichos marinos, las morsas y las ballenas, sobre todo, porque no me imagino yo a los boquerones… aunque, bien pensado, los boquerones en vinagre (como decía un conocido mío poco dado a leer) puede ser que desprendan un ácido que sea el que la infecte… Al final va a llevar razón la María, una señora a la que llamamos la Quezí por una coletilla que utiliza cuando habla y con la que empieza cada frase: “Que zí…”, y aunque sea que no, ella empieza por el “que zí…” (es de Graná y ya se sabe…). Pues la Quezí dice que ella no come pescado por la cantidad de gente que se baña y se mea en el mar e incluso por los que se mueren ahogados bien por gusto o por necesidad, que el mar es una tumba y que… etc. Pues la sal marina, igual, con tanta gente muerta debe estar contaminada y por eso debe ser tan poco recomendable.
Lo que me hace gracia de todas estas enfermedades nuevas es que todas tienen remedio haciendo un poco de dieta y andando, o haciendo footing. En otro tiempo, cuando no existían chándales porque no estaba Decathlon y la gente no hacía footing ni andaba deprisa, la gente se moría por el azúcar alto y no lo sabía, decían que se morían de otras enfermedades. Yo no había oído nunca a nadie decir: “pobre, se ha muerto porque no salía a andar, o por el azúcar o por el colesterol”.
Hay mucho rollo en todo esto de las nuevas enfermedades y es que desde que hicieron la sanidad pública la gente se hizo muy quejica y abusaba de los médicos y de las enfermeras; claro, como era todo gratis, pues los viejos o muchos mayores de cierta edad se iban al ambulatorio y como se estaba calentito pues allí pasaban la tarde e incluso algunos la mañana… y ahorro para la cartilla. Luego inventaron los centros comerciales y se repartieron a los viejos y así ahora, en las zonas comunes de estos centros, hay legión de ancianos charlando e incluso jugando a las cartas o haciendo punto de cruz, que con la mierda de pensiones que tienen, consumir, poco, si acaso un poco de agua fresquita en el bidón que ponen al fondo del pasillo en el Alcampo, que es gratis.
Siguiendo con mis enfermedades, también padezco de ardores, pero eso es un mal pasajero y se me manifiestan sobre todo cuando me paso con la cerveza o ceno tarde, pero ya lo tengo controlado: no me paso de cuatro cañas y nunca ceno después de las 8 en invierno o de las 9, bueno, las 10, en verano, que es cuando se va el sol, porque cenar con el sol arriba, no pega. De esa forma no tengo ardores.
Otra de las enfermedades más frecuentes que suelo tener son las dichosas agujetas, que me salen sobre todo después de una larga temporada sin salir a hacer foot…, bueno, a andar deprisa, o cuando voy a coger aceitunas que, como me tocaba dar palos a los árboles, terminaba con las extremidades superiores hechas caldo, que ni el azúcar disuelto en agua me las quitaban. Hay que reconocer que no es una enfermedad grave, pero, joroban bastante. Ahora con los daños colaterales que he comentado antes pues no tengo obligación moral de ir, así que me evito esta enfermedad.
Últimamente mi mujer me dice: “es que no me comes ná”, y la pobre lleva razón porque estoy algo desganado aunque tengo que reconocer que es a la fuerza. ¿? Salgo del trabajo y que si una cañita, que si la tapa que si otra cañita, que si otra tapa y, al final, llegas a casa y no comes nada, o poco. Bueno, te tomas el café, que tiene que ser descafeinado porque el otro es malo para la tensión y como ese problema sí que me preocupa pues, descafeinado. Tiene uno el vicio, que no enfermedad, de cumplir años y con cada año te cae una gotera nueva, pero habrá que taparlas porque no vamos a derribar la casa ahora que ha cogido el calorcito de los hogares.
Desde siempre fui un tipo que le daba muchos vueltas a los problemas que iban surgiendo, por nimios que fuesen, y no tenía claro que formaban parte inseparable de la vida, por lo que había que convivir con ellos y enfrentarlos y que cada victoria suponía un paso adelante y si no tenían solución, pues dejaban de ser un problema. Pero eso se aprende cuando creces. Los problemas se metían en mi cabeza y daban vueltas como si estuviesen en una centrifugadora, y se mostraban de frente, de perfil y de espaldas, del derecho y del revés, desde arriba y desde abajo, y, al final, ya no parecían un problema sino diecisiete porque yo, entonces, tenía una incapacidad casi enfermiza para enfrentarme a ellos desde el principio y de cara y era muy dado a dejar que pasase el tiempo por si se solucionaban solos. Yo no sé si esto será una enfermedad o no; en cualquier caso ya me he curado en parte, aunque me queden algunas secuelas. Eso sí, a la hora de dar consejos, antes y ahora, era un experto: a los problemas hay que hacerles frente de cara y en cuanto asoman la cabeza, pero ya se sabe que una cosa es predicar y otra muy distinto dar trigo.
Volviendo a las incontinencias que padezco, sobre la verbal he intentado buscar una explicación porque me preocupa, no vaya a ser que…, y he dado con ésta: Con la ausencia de la próstata desaparecen las feromonas, testosteronas y otras onas, lo que, unido a la ingesta de café con sus churros, o porras, más grasosas, y la cervecita –o vino- del aperitivo, produce un efecto devastador sobre el intelecto que, a su vez, engendra monstruos sin necesidad de estar dormido y soñar. Bien pensado y si la naturaleza fuese sabia, todas estas incontinencias –verbal, urinaria- se me podían haber producido en el ámbito sexual, que mi mujer lo habría agradecido, y no como lo ha hecho que… Un amigo más o menos de mi edad y con mi mismo problema se consuela diciendo y diciéndome: “para uno que echábamos al mes, y eso el mes que tocaba, pues tampoco hemos perdido tanto…” En fin… ten amigos para que te consuelen.
En definitiva, paciencia, que es la receta habitual de mi urólogo de cabecera. Sí, sí, urólogo de cabecera. Yo antes tenía como todo el mundo médico/a de cabecera para mis resfriados, mis gripes, mis tapones en los oídos, mis hemorroides, cosas de andar por casa. Pero ahora con la operación, he subido un escalón y ahora tengo urólogo de cabecera: cada tres meses análisis de todo, sangre, orina, que si todo va bien, que te veo de nuevo en 3 meses y repetimos todo… En fin, algo de más categoría, que para eso llevo 41 años cotizando a la seguridad social y ya era hora de que recogiera algo, que todo el mundo cobra de lo que ha cotizado.
El urólogo de cabecera, o los urólogos porque cada vez que voy hay uno diferente, o casi, pues se contradicen. Una vez le pregunto al que había si volvería a ejercer y me dice: “jamás”, pero cuando voy al siguiente, me dice “por supuesto, con ayuda, pero claro que sí”. Y me manda pastillas para no sé qué, y viagra para cuando vaya mejor y un artilugio que han inventado los americanos que tal y tal, y míralo por internet que viene el funcionamiento, y yo, a todo esto, la picha hecha un lío, en el sentido literal de la palabra, porque, ¿quién sabe cuándo, dónde, cómo y por qué? La última vez que los he visitado incluso me han hablado de que me ponga una inyección en tal parte para provocar la erección… y me lo estoy pensando porque al ser parte tan blanda y delicada, no sé, no sé. También me han recetado ejercicios exhaustivos y precisos que ayuden a fortalecer el suelo pélvico, algo que me ha salido después de la operación y que antes no tenía porque nunca había oído hablar de ello, quizás porque soy más bien despistado y porque lo que se desconoce es como si no existiera.
El problema más grave que me ha quedado y el que más lamento, qué coño, es que antes cuando veía a una chica guapa y hermosa le decía aquello de “No sabes tú lo que podríamos hacer”. Ahora, si se me cruza la misma -que es que se me cruza todos los días y no hay derecho- tendría que decirle: “No sabes tú lo que podríamos haber hecho…” Pero como ni antes, ni ahora -porque siempre he sido un poco torpón para ligar- pues a callarse y a seguir con la receta: paciencia y a otra cosa, mariposa. Y tápate bien que no vayas a coger frío y entonces sí que se descontrola todo porque estornudar y toser es malísimo para la incontinencia.

Un día quise ser político

Desde muy joven, cuando alguien me preguntaba qué quería ser de mayor, respondía: “político”, eso sí, como ya daba muestras de cierta vaguería, puntualizaba: “pero solo concejal de mi pueblo”, porque siendo concejal del pueblo donde vivo no tendría que desplazarme, ni coger autobuses, ni nada. Me levanto y estoy en el trabajo a tiro de piedra, así de sencillo. Si hubiese aspirado, por ejemplo, a ministro, pues, primero habría que estudiar más –entre otras cosas, idiomas-, y después habría que vivir en otro sitio distinto, viajar por España y el mundo, y yo me pongo muy malo en los viajes desde pequeñito, que cuando iba a Granada desde el pueblo en el autobús -la Autedia, empresa de autobuses de Granada en la que trabajaba mi tío Pepe, que en paz descanse-, vomitaba hasta lo que no había comido; yo creo que de entonces viene mi insuficiencia hepática, que no está diagnosticada pero la supongo porque me pongo muchas veces amarillo por no ponerme una vez blanco…
Bien, pues para hacerme político pensé –tonto de mí- que tenía que estudiar algo, y me planteé dos opciones: Historia (a la que le añadían entonces Geografía), o Ciencias Políticas y Sociología. En la segunda, cuando fui a informarme me dijeron que entre las asignaturas había dos, Matemáticas y Estadística, que nunca fueron lo mío porque me había dicho mi padre que el que tiene la cabeza llena de números y de cálculo de probabilidades, no le queda hueco en ella para ser feliz, pues la deseché y opté por la historia, con su correspondiente geografía.
Pasé sin pena ni gloria por la carrera, un cinquillo por aquí, un seis por allí, ya en cuarto algún notable, hasta que llegué a quinto y me despendolé: ni cincos ni seises, notables, sobresalientes y dos matrículas. He sido siempre tan considerado con el bien común que me olvidaba del propio -nunca me gustó aprovecharme del dinero ajeno- y dejé las matrículas para el último curso de la carrera cuando ya no me las podía desgravar en la matrícula del siguiente curso porque la carrera se había acabado. ¡Toma, para las arcas del Estado!
Bien, una de las matrículas era en la asignatura “Historia de las ideas y de las formas políticas”, que si Maquiavelo, Marx, Cicerón, Hobbes, Marcuse, Nietszche (qué tío, que mal se llevaba con dios)… menudo tinglado, pero se me daba bien, me gustaba.
Por aquella época ya reinaba en España Felipe González, a quien yo había votado, aunque entonces todavía me quedaba algo del anarquista que fui al principio de mi juventud cuando un compañero me dejaba libros de Ricardo Mella (gallego y nada que ver con Fraga: él sí que era un revolucionario que ni dios, ni estado, ni rey, ni burguesía, ni…, de nada, solo obreros), de Phroudon y Malatesta. A mí me daba cierta cosa porque pensaba, coño, si tenemos dios, estado, burgueses y rey, habrá que hacer algo para acabar con ellos y a mí se me daba muy mal matar porque de nunca me ha gustado la caza, y acabar con el rey, todavía, pero ¿cómo se acaba con dios que está en todas partes? ¿Y con el estado? ¿Qué íbamos a hacer, recortarlo del mapa y echarlo al océano? ¿Y qué íbamos a hacer con los ministerios y con los cuarteles de la guardia civil? ¿Los arrasaríamos con gente dentro o sin gente? Y si acabábamos con el Estado, ¿dónde viviríamos entonces? ¿En el campo con las fieras?, porque yo pensaba que eso del Estado estaba en las ciudades… En fin, las cábalas de la juventud cuando se empiezan a leer cosas peligrosas para las que uno no tiene preparada la mente. Crecí, fui dejando a Ricardo Mella y Proudhon y me hice más sensato. Además, si quería tener un cargo, aunque fuera de concejal y si los anarquistas no querían el poder, ni el estado, ni nada de nada, solo asambleas, como los del 15M, ¿cómo coño iba yo a cumplir mi sueño? Nada, dejé el anarquismo y tras un breve paso por el comunismo maoísta, del que tampoco me gustaban muchos las casacas que nos tendríamos que poner, estilo Mao, ni que tuviéramos que hacer trabajos comunitarios cada cierto tiempo en el agro para cumplir los planes quinquenales, aunque fueras un intelectual, voté a Felipe en el 82, dejándome llevar por la ola de ilusión revisionista que invadía España y que a algunos les pilló de cuajo y se encontraron tan a gusto, que ya nunca salieron. Bueno, seguí sin creer en dios, o casi; mejor, me hice agnóstico que es más cómodo: como no llego a ninguna conclusión al respecto, pues ni afirmo ni niego, puede ser o puede no ser, el clásico no mojarse de los que no se crean problemas de conciencia.
Pero volvamos a la carrera. Termino y Felipe reinaba, que es por donde iba –estamos en el año 88- y yo veía que entre lo que había estudiado en la asignatura de la matrícula de honor sin honra (no me la podía desgravar) y lo que hacía Felipe, bueno, pues, algunas cosas sí, pero otras, ni mucho menos. No se parecía casi en nada; tenía algunos ministros que, ¡joder! ¿Cómo iban a ser de izquierdas si hacían una política que ya querría para sí la Thatcher?, aunque otros sí cumplieran con su deber de izquierdistas y crearan el estado del bienestar que después el PP se cargaría, pero, hombre, no es eso, no es eso: ¿Cómo has podido tener en el Gobierno a Boyer, a Solchaga, a Barrionuevo, a Corcuera, a Fernández Ordóñez –el del Banco de España, sí- , a Roldán, a Solbes? Tenían a Guerra que era un bocazas pero que contaba chascarrillos contra la derecha y contra los que se movieran en la foto –aunque él dice que nunca dijo esa frase aunque la practicara- y a veces nos reíamos mucho, pero que dejaba mucho que desear (se dedicaba en sus ratos de ocio al teatro… ¿qué le habría hecho el teatro?). Yo veía que algo no me cuadraba y ya me planteaba abandonar la política antes de empezar a desempeñarla. Les votaba y nunca me afilié por resquemor y dejé de pensar, de plantearme si sí o si no, me hice borreguito que votaba, con los ojos y la nariz tapados algunas veces, pero solo porque no quería que ganase la derecha. Luego, mucho más tarde, me afilié, sí, me afilié, pero esa es otra historia que ya contaré… cuando proceda y las aguas bajen mansas.
Cuando terminamos la carrera, casi todos los compañeros decidimos celebrarlo y como casi todos los que íbamos a nocturno éramos del proletariado y trabajábamos –excepto algún vago burgués que no le gustaba madrugar- y no podíamos hacer viajes al extranjero, ni a Murcia, pues decidimos irnos de cena y después a un cine. Cenamos por el centro de la capital una cena frugal a base de tapas –no daba para más- y luego nos fuimos a los Multicines de Princesa a ver una sesión doble nocturna a precio reducido porque era miércoles, día del espectador: y nos metimos para el cuerpo, y sin anestesia, “El Acorazado Photemkin” –esos sí que eran revolucionarios con dos narices y encima marinos- y una película de los Hermanos Marx, en la que Groucho dice a alguien: “Caballero, estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”. Y me dije: “Anda, tonto, estudia tanto para que unos cómicos te den lecciones sobre la ética que mueve el mundo…”
Cuando salimos del cine intenté por todos los medios olvidarme de las ideas, de las ciencias y de las políticas y decidí seguir siendo anarquista y estar en contra de todo, que eso se me daba muy bien y no tendría ninguna responsabilidad; es como ser agnóstico pero en versión política, el “que politiqueen otros” que decía Franco.
También decidí hacerme bombero, que sería una profesión con futuro cuando hiciéramos la revolución, con la cantidad de cosas que tendríamos que quemar –prácticamente todo-, pero como nunca llegué a pasar las pruebas físicas, pues seguí de chupatintas. Y hasta hoy.

domingo, 16 de marzo de 2014

Una foto en el recuerdo



Con el regreso de cada viaje del pueblo llega la noticia de que alguien ha muerto. Cuando nos hacemos mayores la memoria se llenan de muertos con nombres y apellidos. En esta etapa de madurez somos conscientes de que la muerte vive con nosotros como parte inseparable de la vida; antes no éramos conscientes de ello.
Con el último regreso me llegó la noticia de la muerte de Toñi, la ‘alemana’, amiga de la primera juventud, con quien coincidíamos en el pueblo durante las vacaciones y forma parte de la familia del ayer. Al pesar por la muerte de una persona joven -¡era de nuestra edad!- se unió la nostalgia por aquel tiempo y recordé que en el álbum de fotos había una de un grupo en la que estábamos, junto a ella, la prima Toñi, mi hermano Pepe, su inseparable amigo Antonio, y yo. No recuerdo quién la hizo, aunque bien pudo ser mi hermano Carlos. El lugar, las escaleras del portal de la hospitalaria casa de la tía Toñica, casa que alguna vez denominé, “la casa siempre abierta”, porque era la de todos, en la que pasábamos los veranos y cualquier periodo de vacaciones, y en la que me encontraba como en la mía propia. Allí estaban los amigos de nuestras vacaciones, los de siempre y los que se unían al grupo, como Toñi.
Poco tiempo después de esa foto, Toñi dejó de ir por el pueblo porque había iniciado un periplo suicida que no presagiaba nada bueno. Yo sabía de ella por su madre, que se instaló definitivamente en el pueblo una vez que su marido se jubiló, y me contaba sus desventuras con un novio que la había introducido en el mundo de las drogas, aunque la madre no sabía –o quizás sí pero se tiende a poner el foco en un solo culpable para tener una referencia clara- que mucho antes de conocer a ese sujeto, ella ya conocía las drogas; también supe que con ese novio tuvo una hija y que después la abandonó. En otra época posterior, me contaba que vivía en México, que llevaba una vida desordenada y que no acabaría bien. Tuvo otra hija con otro hombre, un accidente de tráfico que le desfiguró la cara y después del cual regresó al pueblo, con sus dos hijas, al amparo de los padres, él ya enfermo, con un cáncer terminal que se lo llevaría poco después, y ella también enferma, luchando contra su enfermedad, tratando de encauzar el tormentoso camino de la hija y viendo cómo las nietas crecían en un ambiente nada propicio. Los padres le alquilaron una cueva en la que vivirían las tres y que intentarían se convirtiese en el hogar que últimamente nunca tuvieron. Toñi se buscaba la vida y trabajaba donde se presentaba. Parecía que iba saliendo adelante hasta que le llegó la enfermedad asesina que se la ha llevado.
Desde la época de la foto yo había perdido el contacto con ella y, como había pasado tanto tiempo hasta que volvió, nunca volvimos a ser amigos, quizás porque ella se había olvidado de las personas que pasamos de refilón por su vida y que ahora veía sólo de vez en cuando, y también porque yo no tenía ya mucho interés en mantener la relación, aunque el afecto por las personas del pasado se mantuviese, aunque de manera idealizada. Todo pasa y, aunque a veces sólo quede una línea en la vida, es una línea escrita que permanece en algún rincón de la memoria dispuesta a ser reavivada en cualquier momento.
Saqué la foto del álbum, la miré fijamente y pude comprobar el rastro que el tiempo ha dejado en nosotros, los de ayer, los que ya no somos los mismos, que dijera el poeta, y no logré recordar quién la hizo. ¿Carlos? Él fue su compañero de aventuras ese verano y yo le envidiaba. Y recordé aquel instante a su lado, el pelo ensortijado y los ojos llenos de futuro, junto a mi rostro triste por algún episodio de esa relación amorosa que caminaba en una única dirección porque no era correspondido.
Allí estaba mi prima, con sus sueños de encontrar a alguien que la ayudase a huir del pueblo para alcanzar su Eldorado particular, Madrid, al que tenía idealizado como se tiene idealizado al paraíso que no existe en ningún lugar. Un tiempo después de esa foto creyó encontrarlo y la posterior frustración la llevó a asirse al primer bote salvavidas que encontró y en el que no supo ver que no la llevaría muy lejos en la búsqueda de la felicidad. Ahora sobrevive, ha encontrado la paz en el hogar, dulce hogar, que quizás no sea el que soñaba entonces, pero se conforma porque pocas veces se alcanzan los sueños de la juventud.
Antonio sigue en el pueblo; se casó  y tiene tres hijos, ha engordado mucho y se ha convertido en candidato a que un infarto termine por apartarle del camino. Nos vemos y mantenemos la amistad de entonces, contándonos nuestras músicas y haciendo promesas para el incierto futuro.
Mi hermano sigue aquí, después de haber salido indemne, pero curtido, de las turbulencias que se presentaron en su vida, como un roble, deportista, buena persona, conciliador, enemigo de los malos rollos. 
Y en primera fila, yo, el chico triste de la foto, cruzado de brazos ante el destino, que se conformaba entonces, que se conforma ahora, que quizás no supo luchar por lo que quería entonces, y que quizás ya no sé luchar hoy porque me he dejado llevar, abandonado a mi destino. ¿Para qué tanta lucha, si vamos a terminar igual? Pero aún no me siento derrotado porque, como dice Milanés, entonces sí que renunciaría “a ver el sol cada mañana”. 

… Y yo quiero seguir viendo los atardeceres de la vida. El mundo, a pesar de todo, sigue girando, aunque ¡cuántos destrozos causa en su paso diario por nuestras vidas!

sábado, 15 de marzo de 2014

Adan y Eva (y su pecado)

Hay que fastidiarse la que armaron Adán y Eva con el pecado original, que original sí que es pecar por comerse una manzana, aparte de lo escandaloso que fue el posterior castigo para la humanidad, tanto o más que lo de la sentencia del Prestige, que es lo primero que me viene a la cabeza. Bien, pues la armaron bien con la mierda de la manzana, la serpiente, el árbol y la madre que los parió, que no sé bien quién sería porque no tuve tiempo de ir al catecismo al haber emigrado mi padre a Suiza entonces y tener que sacar la vaca a que bebiera agua en la acequia, o echarle a los marranos, o limpiar la cochiquera, o echarle de comer a las gallinas y los conejos, justo cuando don Amador impartía la catequesis, que ya es casualidad.
Así me pasó que, como tenía que hacer la comunión con mi primo Josemari, que casi éramos de una edad, por hacer el convite juntos -una taza de chocolate y bizcochos que era lo que entonces se estilaba- lo aprendí todo deprisa y corriendo y no tengo muy ubicados a los personajes de la Biblia, me lío con ellos y oía sus nombres y no sabía quién era antes y quién después, y decía, Adán y Eva, nuestros primeros padres, la costilla y la gaita, pero en qué época los creó Dios, antes de Cristo o después, porque cuando estudiabas a los romanos o a los griegos siempre te decían aC o dC, pero con estos no te dicen nada y te despistas. Si ya había romanos o incluso habitantes de Ur, que eran anteriores, y egipcios en el Nilo, que son los que inventaron las ciudades-estado a orillas de los ríos, ¿cómo coño iban a crear a Adán y Eva después? Un lío tremendo.
El caso es que yo no me pude estudiar el catecismo como dios manda y me pilló el toro. Cuando fuimos a hacer la comunión mi primo y yo -para más inri vestiditos de monjes tibetanos porque íbamos de blanco- yo solo me había aprendido del catecismo el padrenuestro, más que nada como homenaje al padre mío que estaba en Suiza y porque decía cosas que me sonaban bien. Me lo aprendí rápido. Antes de la comunión vino la confesión y como era un pecador impenitente a mis seis años, aunque no tenía cabras en mi corral, pues el cura don Amador -que vaya pájaro de lo que me enteraría después- me mandó un Credo, un Ave María y un Padrenuestro. Como solo me sabía este último me recé diez para compensar. Y anduve con ese pecado hasta que di con un cura obrero en los arrabales de Madrid, al que se lo conté y me dijo que pasara de todo… Y hasta hoy. Limpia el alma, y sin pecado.
Pero me he ido del tema. Dando por supuesto que existieron Adán y Eva, y si no existieron, les echamos la culpa a ellos que están más a mano, hay que ver la que armaron, como decía al principio, por pecar –pecado que también nació con ellos- y comerse la puñetera manzana por no dejarla para hacer sidra El Gaitero. Sin el pecado original no tendríamos frío, ni pasaríamos hambre, ni habríamos tenido a Hitler, Franco, ni cita previa para el médico, porque no nos pondríamos enfermos, ni gobiernos del PP, vamos, ni alcaldes embaucadores y algo… tontos, aunque ahora no quiero malmeter.
Y además no seríamos feos, porque hay que reconocer que la mayoría de los seres humanos somos feos. Yo no he visto cómo eran ellos, los que algunos dicen que fueron nuestros primeros padres, aunque en alguna pintura renacentista salen muy favorecidos -en las barrocas algo menos-, por lo que me los imagino en el paraíso primario, desnuditos, rubitos, ojos azules, puaff, la hostia. El único problema que veo es que tuvieran que ir siempre con su hojita de parra para tapar sus partes pudendas y para que no se las vieran la serpiente y los demás animales paradisíacos porque entonces no había humanos o al menos eso es lo que dicen; además si los hubiera, vaya mierda de historia. Por el pecado se vieron obligados a abandonar la hojita y llevar vestidos largos o cortos, en la modernidad también pantalones, las mujeres; y los hombres casacas, pantalones o traje de chaqueta y corbata, si quitamos a algunos escoceses, los muy horteras, que llevan faldas –escocesas- y parece ser que sin nada debajo. Además, por el pecado de ellos tuvimos que pagar el pato los pobres, porque al ser muchísimos más y tener menos medios, pues solemos ser más feos y lo podemos disimular menos.
Los ricos todavía, bien vestiditos como van, incluso feos tienen un pase, pero es que los pobres con ropas del rastrillo… Y ya no digamos los pobres de solemnidad esos que salen por la tele en la India o Bangla Desh, deambulando con un cacho de tela blanca y cara de pena a orillas del Ganges, con sus ropajes inmundos y que algunos ni se lavan y eso que tienen el río al lado. Solo cuando vamos desnudos, rapaditos –los hombres- pasados por el agua del río, de cualquier río, nos igualamos, que ahí no hay clases, aunque si hay alguna cicatriz pues, hasta las de los ricos son menos escandalosas que las de los pobres, que en la seguridad social a veces van a destajo y no reparan en la costura que va a quedar para la posteridad. Un médico de pago se esmera, agujas del 2, si procede, para coser y no la primera que tenga a mano; bisturí fino para cortar y no cualquier faca de gitano si apremian los recortes. Y es que no hay derecho, no hay derecho… Algún ser humano incluso se parece a su animal de compañía: a los perros, a los gatos; incluso mi pollera se parece a un gallo de cómo va peinada y pintada y la pescadera a una pescadilla de enroscar. No digo más. Una putada, vamos.
Con los seres humanos se pasaron por lo feo, aunque a decir verdad yo veo más mujeres guapas que hombres, aunque esto puede ser por mi orientación sexual. Para reafirmar lo que digo basta con imaginarse a Ava Gardner o a Marilyn Monroe; con ellas o por ellas se podría dar por bien empleado a todo el género humano, aunque desgraciadamente son las excepciones que confirman la regla. Todavía, de jóvenes imberbes, vale, pero cuando nos hacemos mayores, nos volvemos canosos, calvos, arrugados, pues un asquito, y las mujeres casi igual que empieza a colgarles todo y… De todas formas, luego dicen que la belleza está en el interior y que si tal y que si cual, pero, preséntate a una entrevista de trabajo en la que vayas tú, feo, y uno guapo, a ver a quién de los dos le dan el puesto: al guapo, está claro, aunque sea algo más tonto que tú. Que es una putada, pues claro, pero así es la vida, y con la cantidad de feos que hay pues no me extraña nada que en Europa, solo en Europa, que somos guapos –grosso modo- haya 22 millones de parados. Una pasada.
No fue así con los animales porque cada uno en su papel…, las cebras, los caballos, los periquitos, todos son guapos… Bueno, las ratas son feas porque representan lo peor de la naturaleza y tenían que compararse con lo peor del género humano… y los cerdos, por los guarros que son, también lo son, aunque estén riquísimos. Pero los pajaritos, las ovejitas, las vacas y no digamos los terneros, una monería y si nos vamos a la selva, si quitamos a las hienas y a algún que otro que ahora se me olvida porque yo soy de letras y de las ciencias, paso, pues todos los animales de esa zona son guapos, guapos, que se esmeraron, incluso con las serpientes que mira que son traicioneras. Pero vamos, aunque tienen peligro se pueden poner en un poster en la habitación del niño que no se asuste por la noche si se despierta, que se asustaría más si lo hace y ve un poster de Charlton Heston o de Swarzenegger, que aunque sean ricos y famosos, se las traen.
A mí lo que más me llama la atención son los pájaros exóticos de América, todos de colores llamativos, que para eso se llaman exóticos. Como contrapunto el creador tuvo mala leche y creó a los incas, los aztecas, los indígenas bolivianos, los yanomami y otros pueblos amazónicos, que mira que son feos, tanto que a su lado los feos occidentales tenemos un pase.
Caso aparte son los orientales, que ni feos ni guapos, neutros, todos iguales, aunque lo mismo dirán ellos de nosotros aunque estarían muy equivocados. Vamos a ver en qué me parezco yo a, pongamos por caso, Harrison Ford. En nada. Hay grandes diferencias: él sabe inglés y yo no, tiene pelo y liga, vamos que si liga. Ahora en serio: hay que reconocer que él es más guapo y que no hay posibilidad alguna de equivocarse, sobre todo de que se equivoquen las mujeres. Por eso, los orientales sí que se equivocan: nosotros no somos todos iguales y ellos sí, qué coño.
Definitivamente, Adán y Eva, culpables porque tenemos que trabajar, levantarnos con el despertador y eso si tenemos la suerte de tener trabajo que los hay que tienen que madrugar para sellar el paro y soportar a un tonto que les interrogue sobre qué es lo que hace para buscar trabajo y que si tal y que si cual. Y luego, con suerte, esperar a que llegue la edad de la jubilación para aburrirte como una ostra y después morirte, y además, ser feos. Hay gente que dice que la belleza debe estar en el interior, pero sí, sí. Conocía yo a uno que se llamaba Pascasio y vivía en la calle… que era feo de remate, le faltaban varios dientes, los demás los tenía separados, y era muy mala persona porque, además de no invitar nunca, estaba casado y maltrataba a la mujer, tenía cinco niños y se gastaba el sueldo en putas. Para que me digan eso de “es feo, pero tiene buen corazón”. Ya, este Pascasio ni en el interior, ni el exterior ni en el patio de luces.
Adán y Eva, tontos: si no hubieran pecado ya no cabríamos en el mundo porque no nos moriríamos y habría explotado el mundo o nos comeríamos los unos a los otros. Esto no lo pensaron los que escribieron la Biblia, así que, vamos a dejarlo como está porque es de sabios que nos vayamos unos para que puedan caber otros y así… hasta la eternidad.
Pero bueno, si yo soy ateo, ¡qué necesidad tengo de meterme en esos berenjenales de adanes y de evas, y de gaitas gallegas!
 Pérdida de tiempo, coño.