miércoles, 15 de noviembre de 2017

UN AÑO EN LA VIDA (XII) DICIEMBRE


  • El que vota a ciegas está condenado a lamentarse, como mínimo, hasta las siguientes elecciones.

TANTO AMOR

Ella recibió un sobre grande en el que venía impreso, en letras mayúsculas, su nombre y una advertencia en letras rojas: “No lo abras hasta después de que te llegue la noticia de mi muerte”. 
Firmaba su viejo amigo enamorado. 
No hizo caso; lo abrió y dentro encontró un grueso volumen en el que estaban recopilados todos los poemas de amor y de desamor que ella le había inspirado a lo largo de su larga vida.
Cuando terminó de leerlos quiso hablar con él; le llamó, pero una voz neutra, al otro lado de la línea telefónica, dijo que ese número ya no existía… 
No existía… 
Había abierto el paquete, leído los poemas, y entonces cayó en la cuenta de que, sin querer, había cumplido con la advertencia que le hacía.
Lloró amargamente por no haber sido capaz de percibir tanto amor…


  • Estar resentido contra el mundo no da derecho a estarlo con cada una de las personas que lo habitan; sería una injusticia.

LA VIDA
Se acerca al amigo y le pregunta:
- ¿Cómo va la vida?...
- Gastándola, poquito a poco… - le responde.

  • A los que estamos en los márgenes de los círculos políticos nos va a resultar muy difícil que nuestros camaradas nos convenzan de la necesidad de apreciar los valores nutritivos de la mierda.

  • Anarquista de derechas: Sujeto que denigra al político en particular y a la política en general, no hace nunca nada para remediar la situación y, cuando llegan las elecciones, se queda en casa y no vota, con lo que favorece siempre a la derecha.

  • Apolítico: Dícese del animal racional que se pasa cuatro años diciendo que todos los políticos son iguales, y cuando llegan las elecciones, vota a la derecha.

HÁGASE

Con la autoridad moral que da no haberse equivocado nunca, porque nunca  han tenido responsabilidades de ningún tipo, decretarán el estado universal de la felicidad. "Hágase". Así de fácil. Llenar la cesta de la compra cada día será otra cuestión.

  • En algunas personas han envejecido con más dignidad sus cuerpos que sus ideas. Lástima que no hayan ido a la par: sus semejantes lo agradecerían.

PAÍS

Es quizás por el país en que nací por lo que no tengo ningún afecto a ninguna patria, ni a sus respectivos himnos y banderas, porque este país donde nací, donde vivo,  fue una mala madrastra que nos esquilmó antes de invitarnos a marchar y está repleto de sanguijuelas que se meten en tu organismo hasta dejarte exhausto. No obstante, persevero, con la esperanza de encontrar algún día el antídoto para tan perversa enfermedad.

·         Cuanto más deprisa quieras hacerte rico, más deprisa aún te toparás contra el muro de la ruina.

EL NACIONALISMO y YO

Yo soy un tipo único; a ver si no quién, como yo, nació cuándo y dónde yo nací, es hijo de la mujer y del hombre de los que soy hijo, y de profesión tiene su puesto al otro lado de la mesa en una oficina del paro… Y porque yo tenga esa característica, ¿me voy a encerrar en mí mismo? Sería estúpido. Hay que estar abierto a los demás, compartir vivencias, discutir, pelearse, volver a reconciliarse, volver a pelear; vamos como los matrimonios, porque, si no, psiquiatra o psicólogo seguro, o abogado y divorcio.
Y porque soy como soy, no soy nacionalista en el sentido excluyente del término, y no lo soy desde que tengo uso de razón: ni español, ni europeo, ni de mi pueblo, nada, el orgullo de ser de, o de pertenecer a… no creció en mi desde niño, y, por lo tanto, no me llevó a la soberbia que exhiben los que lo son en exceso. Mi padre es el culpable de que piense así porque viajó por muchos sitios y en todos se encontró a gusto. De niño yo miraba su pasaporte repleto de sellos ininteligibles, con multitud de fechas que no me decían nada y solo me llamaba la atención una nota que decía que permitía viajar a todos los países del mundo excepto Rusia y países satélites, y yo, niño como era entonces, me preguntaba: ¿qué le habrán hecho los rusos al tío que hace los pasaportes? ¿Y los marcianos?, porque yo pensaba que los países satélites eran Júpiter, Saturno, Urano, inclusive la Luna que es la única satélite, o sea, los extraterrestres. Cosas de niños. En definitiva, que no soy nacionalista, pero intento respetar a todos los que lo son, aunque alguno de ellos no respeten a los demás.
Dicen que eso del nacionalismo se cura viajando, y pudiera ser, aunque a mí no me ha hecho falta viajar mucho para no serlo. Desde mi trabajo estoy en contacto con multitud de personas de otras nacionalidades, religiones y creencias, y cuando se sientan al otro lado de la mesa y les miro a los ojos, veo en ellos las mismas inquietudes o la misma amargura que quizás tenía mi padre cuando tuvo que irse desde el pueblo a otros lugares tan remotos como Suiza u Holanda. A mí, viajando virtualmente desde mi puesto de trabajo, no me ha afectado esa enfermedad del siglo XIX que algunos quieren poner de moda en el XXI, y no me refiero solo a los nacionalistas periféricos, también a los centralistas, que tanto monta, y que lo que les falta a unos y a otros, a todos los que llevan cualquiera de estas cuestiones al extremo, es conocer el significado profundo de las palabras democracia y respeto. Yo pienso que el mundo debe caminar hacia la unión y no hacia la división, pero no deja de ser una opinión que puede ser errónea.
Porque el nacionalismo, llevado al extremo, ¿en qué consiste? ¿En ser de un sitio y estar orgulloso de ser de ahí, y hacer cuestión principal de ello, y también estar orgulloso de no ser de otro sitio? O sea, estar con unos y, necesariamente, contra otros, como si fuese un partido de rugby. Yo no estoy contra nadie, y llevo a rajatabla eso que a muchos les parece pura demagogia: soy ciudadano del mundo y siento los problemas de la gente independientemente del lugar del que procedan, de su religión, de su raza o de su idioma, me da exactamente igual que hablen polaco que catalán, ruso, arameo o sánscrito, por no decir nada de español o castellano. Además, el concepto de patria lo tengo un poco atrofiado. De niño y desde que tuvimos televisión pensaba que patria era el nombre de la gallina que salía en la bandera cuando se acababa la emisión y que aquello de “una, grande y libre” eran cualidades de la gallina. Es obvio que los problemas de  las personas que tengo más cerca me afecten más por ser más visibles, por su proximidad, porque conozco su idioma, aunque me gustaría conocer todos, o los más posibles, incluso el de aquellos que odian conocer el mío y lo consideran una tara del destino, pero nunca pierdo de vista al resto de personas y creo que lo demuestro siempre que tengo ocasión. Quien mucho se mira el ombligo, corre el riesgo de perder la perspectiva.
¿Y las banderas?, porque cada autonomía, nacionalista o nacionalismo tienen sus propias banderas, casi todas con los mismos colorines, pero mezclándolos, o poniéndolos en vertical, o en horizontal con tres bandas, con quince, o con estrellitas en un lado, o… Pues a mí, lo mismo, me traen al fresco las banderas, tanto que cuando hice la mili me preguntó mi madre que si quería que fuesen a mi jura y les dije que me daba igual que para mí no era un día importante a pesar de ser jovencito. Le dije a mi madre que no se preocupara, que no fueran y ahí se quedo la cosa, fue algo a lo que no di la menor importancia. Y yo creo que, después, ni la juré (si por jurar se entiende besar) porque entonces yo era muy comunista y la bandera que pusieron delante, con el desfile, casi ni la vi porque había que coordinar muchos movimientos: ir tieso como un palo, con la gorra en una mano y el brazo encogido; en la otra mano el cetme en suspensión, y cuando pasabas por la tribuna donde estaba la bandera y el colega sujetándola, tenías que levantar la vista, mirar al lado a las autoridades (entre las que estaba Milans del Bosch, ojo) y acertar con el beso: ni repajolera idea; yo creo que besé la mano del capitán que sujetaba la banderita porque luego en la foto de rigor se me ve haciendo todos los pasos mencionados anteriormente, pero estaba un tanto retirado del objeto de la jura, así que le tiraría el beso en vez de dárselo.
Lo dicho, me va muy bien en la vida no siendo nacionalista, llevándome bien con casi todo el mundo, para no exagerar, y el único arranque nacionalista que se me nota con frecuencia es que prefiero los marranos de mi pueblo a los de otro sitio, que para eso sí que soy muy mío porque me acostumbré a ellos desde chiquitillo y les cogí cariño cuando limpiaba la cochinera, con su aspecto bonachón, ignorantes como eran del futuro que les esperaba en orzas llenas de aceite. Los jamones, los chorizos, las morcillas, las butifarras me gustan de mi pueblo porque les tengo cogido el sabor y al resto, a veces, les suelo poner pegas; bueno, si exceptuamos cuando me regalan algún buen jamón de Jabugo, de los denominados pata negra, que entonces reniego de mi nacionalismo culinario por un tiempo hasta que doy buena cuenta de él, que tampoco hay que ser extremista. En fin, admitir la bonanza de productos de otros sitios, ahora que caigo, también es un síntoma de buen ciudadano del mundo. ¿O no?

  • Era querido porque los tontos siempre despiertan compasión. Pero cuando esos mismos tontos se creen los más listos causan mucho daño, más del que son capaces de percibir.

NORMA JEAN: EL REENCUENTRO

No lo puedo remediar, va en mi código genético: me gustan los bares, tomarme una cerveza, el brazo apoyado en el filo del mostrador mientras charlamos entre sorbo y sorbo sobre algo intrascendente o acerca de cómo salvar al mundo. Así, plácidamente, vemos la vida pasar. Incluso me gustan, de vez en cuando, los ‘engasques’, que decía mi tío Frasco, y que consisten en enlazar una cerveza tras otra hasta… la última.  
Y me gusta probar lo nuevo. En mi barrio remodelaron un antiguo antro al que rebautizaron, en un alarde de imaginación, ‘La Nueva’, y un día entré. Era sábado y detrás de la barra había un ángel moreno de ojos azules, de un azul que resultó ser producto de la coquetería de su dueña, en la que vi la reencarnación de la alegría. Me hice asiduo: me sentaba en la barra y pedía el café o la cerveza, la miraba, y con cada visita me llevaba una buena ración de optimismo. Un día se fue porque no sentía recompensado su trabajo, y desde entonces me apeteció menos visitar el lugar.
Un día volví y, mientras degustaba una rica tapa de patatas revolconas, me giré y descubrí las paredes, decoradas con cierto gusto, y en una pared, una foto. Me acerqué para degustarla con detalle. Mis ojos, en blanco y negro, se llenaron de nostalgia por un tiempo que no conocí, por la historia de una vida que llevo en el corazón: allí estaba, sentada junto a un galán de ocasión, tomándose una cerveza tras otra, Norma Jean, una de mis chicas favoritas, por su vida azarosa y desgraciada, por su magia, y por la que me gustaría que existiese el más allá de los creyentes para encontrarnos y entendernos porque supongo que, de existir, allí todos hablaríamos el mismo lenguaje.
Me senté en una mesa frente a la pared que ella iluminaba con su figura, como se arrodillan los fieles ante el altar, pedí otra cerveza y simulé brindar por tan feliz reencuentro. Allí donde estés, te adoro, Marilyn Monroe.

  • Si necesitas hacer recuento diario de la gente que te quiere y pregonarlo a los cuatro vientos, es que no estás seguro de que te quieran tanto y de que sean tantos como tú quisieras.

UMA THURMAN

Poco a poco se nos desvanecen los mitos como si fuesen el humo de cualquier cigarrillo. Yo, de joven, no era nada bailón; cuando iba a la discoteca me ponía en la pista, cubata en ristre, y hacia como que me movía, pero totalmente desacompasado. Era la época de FIEBRE DEL SÁBADO NOCHE, con la música disco de los renacidos Bee Gees y Travolta, a quién todos los macarrillas de barrio querían emular; pero yo no: mi sentido del ridículo me lo impedía. Después vino GREASE, y más de lo mismo, con Travolta y Olivia, una gran pareja de bailones que fueron la envidia de los patosos como yo.
Pasó el tiempo, me hice mayor y llegó Tarantino, y en una de sus películas, PULP FICTION, me devolvió al mejor Travolta bailón, ya madurito, con una nueva pareja, Uma Thurman, una chica en las antípodas de mis preferencias pero que me obnubiló. El baile que se marcan en esa película se me quedó grabado como un icono en la memoria. Era arte, plasticidad, pero también era la imagen de la sensualidad, de la belleza inexplicable. Y, sobre todo, ella, Uma, con ese cuerpo ligero detenido para siempre en mi memoria en el momento del baile, no antes ni después, sus labios rojos y su mirada retadora, fría como el cristal.
Hace unos días abro el periódico y me encuentro con la imagen de una señora que me dice el periódico que es Uma Thurman, que se ha cambiado la cara. Supe que era ella porque el periódico decía que era ella. Otra más, pensé... Pero ya no era la Uma Thurman de mi memoria ¿Qué veneno les dará Hollywood para trastornar su mente hasta el punto de no aceptar su rostro imperfecto, como el de todos?  
Me hago mayor y se me van muriendo uno a uno los mitos: sólo me quedan aquellos que abrazo cada día, con los que converso cada día, que me sonríen cada día y que me alegran cada día... Y esos, afortunadamente, no son mitos, son personajes de carne y hueso.

  • A fin de cuentas, es cuestión vital ir sumando días...

PARA DESMENTIR A LAS MALAS LENGUAS
Algunos me dicen que creen que me estoy volviendo loco porque últimamente escribo una gran cantidad de tonterías, tonterías sin fronteras, dicen, que no tienen parangón en mi ya extensa vida literaria de antes, compuesta, principalmente, por miles de versos y “ni una sola línea de poesía”, que decía un francés; bueno, de vez en cuando escribía algún artículo sesudo sobre coyuntura económica o política, o de sociedad, de la baja, que la alta sociedad nunca me ha llamado salvo para acordarme de sus ancestros, y que dios me perdone (lo pongo en minúscula porque soy ateo, que en los tiempos que corren hay que justificar todo).
Un día pensé en abandonar los escritos sobre coyuntura socio-política cuando se me ocurrió contestar a unos colegas de partido, con cierta ironía, eso sí, a un requerimiento suyo para que preguntara por los verdaderos oportunistas, y a los que iba dirigido mi escrito les sentó tan mal que uno de ellos me amenazó con ponerme una querella ‘que me iba a cagar’. Me asusté un poco, la verdad sea dicha, porque no pretendía llegar tan lejos, pero enseguida me di cuenta de que cuando se utiliza la ironía con los políticos o con quien pretende llegar a serlo, hay que tener mucho cuidado porque en ese campo no hay sentido del humor, sólo intereses y cuchillos largos y bien afilados.
Ahora, tengo que reconocerlo, escribo sobre cosas variopintas, mezclando churras y merinas y sin orden preestablecido, es decir, lo que va saliendo cada día de mi cabeza sin premeditación, con lo cual no es que sean escritos muy sesudos, más bien nada sesudos, sino para entretenerme y vaciar el depósito de ideas mientras trabajo, hago footing –bueno, ando deprisa por el colesterol y el azúcar-, preparo la comida –vale, la caliento porque la hace mi mujer-, o limpio el polvo de la casa que eso sí lo hago yo, - vaaaale, el de la parte de la casa que me toca, hombre, que ya me estoy hartando de que mi pepito grillo me contradiga y tenga que puntualizar cada afirmación.- Lo que decía, escribo sobre cosas diversas y a veces poco serias pero tampoco es para ir al psiquiatra o el psicólogo, que a mí me han dicho que lo único que se consigue es que te vuelvan más loco de lo que pudieras estar, te hartan de pastillas o los ultramodernos te someten a terapias de choque de la leche, donde le tienes que contar tu vida, la sexual y la otra, desde tu niñez, tu adolescencia –pajas incluidas- a desconocidos que vaya mierda que les importará nada tu vida.  Esto lo sé por amigos que me lo han contado porque yo todavía no tengo ninguna experiencia psiquiátrica o psicológica. Pero yo no, yo no voy a ir al psiquiatra porque me veo normal, me tomo mis cañitas, mi café con churros –o porras que tienen más grasa- o lo que sea y no me sientan mal, ni se me obnubila la vista, e incluso llevo bien el asunto de no poder ligar.
¿Y si todo esta vorágine cuenta-historias ha venido a causa de la operación, al extirparme la próstata, que al bajarme la libido me haya subido el nivel de cachondeo en mis circuitos cerebrales, para compensar? Pudiera ser, pero, en todo caso, no sería nada grave porque no le hago daño a nadie. O al menos eso creo por lo que me dicen mis lectores –vale, los amigos a los que dejo mis escritos-.
De todas formas, hoy, mi amigo Miguel, al que alguna vez le dejo alguno de ellos, me ha dicho que están bien, que se ríe mucho pero que escribo cosas muy raras y que tan brusco cambio de humor -aunque ha puntualizado que yo siempre he sido un poco cachondo- puede venir motivado por algún desequilibrio en no sé qué (no me quedo bien con los nombres con los que la medicina nombra a las cosas más normales). Él sí se los sabe bien porque tiene un hermano médico y se le quedan mejor, aparte de que como habla más despacio, pues las ideas también se ralentizan y se fijan mejor en las paredes cerebrales del entendimiento, que a saber qué nombres les dan los expertos.
Y no, no voy al psiquiatra, ni al psicólogo, que parece, por la terminación ‘ogo’, menos dramático que la ‘atra’. “¿Dónde llevas a tu hija, al psiquiatra? Pues sí que tiene que estar mal la pobrecilla…” Sin embargo, si dices que va al psicólogo, la pregunta se transforma: “¿Qué pasa, que está pasando un mal momento?” ¡Qué coño! Puede estar, o no, como una chota en los dos casos si habla con la cafetera y le cuenta su vida al bidé. Pero yo no, yo estoy muy cuerdo, sin próstata, vale, pero totalmente cuerdo,  así que, seguiré diciendo, incluso escribiendo, tonterías que para el caso que nos hacen en ningún sitio cuando decimos cosas serias...

Yo creo que, como ya soy algo mayor, tengo el disco duro casi lleno y ha de soltar lastre, porque ya pesan muchas cosas en la cabeza y salen como un torrente fluvial, o como una borrasca con gota fría, que no sé si existe el término aunque me da igual que para eso lo escribo yo y si no existe pues me lo invento. En fin que como aprendí en el metro hace mucho tiempo: antes de entrar hay que dejar salir (y de paso nos refrescamos). 

jueves, 2 de noviembre de 2017

UN AÑO EN LA VIDA (XI) NOVIEMBRE


  • Enfermedad política.
Síntomas: creerse imprescindible, no querer irse nunca; el adversario de fuera es un rival a batir; el adversario de dentro es un enemigo a eliminar.

1  DE NOVIEMBRE. DÍA DE DIFUNTOS

Cada 1 de noviembre recuerdo con especial intensidad a mi padre, que se fue demasiado joven. Era un hombre íntegro que vivió siempre con mesura las victorias y nunca hizo de la derrota una tragedia. Vivió como quiso y dejó de vivir cuando no pudo hacerlo como quería, en una extraña mezcla natural de egoísmo y coherencia.
Cuando vivía, dejó caer que le gustaría que le enterrasen en el pueblo… “aquí, cualquiera que pase me echará un padrenuestro”, aunque nunca fue de misas ni de curas pero siempre le tuvo miedo al fuego. Y allí está.
Ahora, cuando es más el camino andado que el que queda por andar, me cuesta ir este día al pueblo. La calle Real se ha convertido en la avenida de los ausentes y en el cementerio se me ensombrece el rostro ante las hileras de nichos con los nombres de mi tía Toñica, de mi tía Vitoria, de mi tío Frasco, de mis abuelos, de todos los que un día fueron parte de mi historia y hoy solo son recuerdo. Pero mientras los recuerdo, están vivos.
  • Cuando la vida te dé un barquinazo procura estar cerca de la orilla.

MUERTO

Soñé que había muerto, y, en sueños, quise despertar. No pude. Efectivamente: había muerto.

  • A muchos la corrupción les da igual; lo que más sienten es no haber estado cerca de la caja.

LA COMIDA

Soy propenso a apostar, y un día, hace tiempo, por hacerlo, perdí una comida con unos amigos. Una paella, dijo uno de los ganadores. Paella, lo más socorrido. Y se la encargué a otro amigo que tiene un bar en mi barrio. “Déjalo de mi mano”, me dijo. Y así hice. Yo estaba acostumbrado a comer la paella que ponía con el menú del día y que llevaba, además de arroz, un poquito de pollo, gambas, chirlas, calamares y algún que otro mejillón, vamos,  lo que yo compro en la pescadería de mi barrio para hacer la paella en casa. Pero mi amigo quería que quedara bien y, además de lo anterior, a su paella le echó una cantidad descomunal de bichos marinos –frutos del mar los llaman los entendidos-, desconocidos para mí, que lo primero que pensé fue: esto me va a salir por un ojo de la cara, y no porque yo sea un tío tacaño, que no, sino porque tenía idea de que en la pescadería donde yo compraba, los precios de aquellos bichos, que eran como alacranes gigantescos y tortugas gigantes más bien enanas, eran prohibitivos, incluso para economías solventes que no les diera cargo de conciencia gastarse tal dineral, conociendo el fin último de toda comida y el hambre que hay en el mundo.
De lo que menos había en nuestra paella era arroz, que es lo que más nos gusta a los que no tenemos cogido el sabor de los alacranes ni de las tortugas. Y del pollo, ni rastro, con lo rico que está el muslito y el buen sabor que le da al arroz. Pero, en fin, mi amigo quería que quedase bien y, por lo visto, quedé como dios por la mariscada, que no paella.
Mi problema vino a la hora de hincarle el diente a semejantes bichos, bueno, hincarle, chupar, porque los huesos de esos bichos se chupan, no se mastican, y, bien pensado, no estaban malos… Pero ¿cómo se comían? ¿Cómo se partían aquellos huesos afilados? Nada, con una herramienta rarísima que estaba en la mesa pero que yo no sabía para qué estaba destinada y sobre todo cómo se manejaba. Nada,  pues a chupar. Menos mal que entre los comensales había una que no había apostado y no había ganado nada, pero se apuntó porque se apunta a un bombardeo, si hace falta. Ella me instruyó en el arte de manejar aquel aparatejo.
Los pobres, aunque de clase media, pobres, no estamos acostumbrados a esos sabores. Nos acostumbramos al sabor de boquerones, sardinas, jureles, bacaladitos, etc. y no sabemos apreciar lo bueno.
En la prehistoria, cuando yo era botones -botones: ¡qué oficios!- en una empresa del centro de Madrid que vendía pisos en la periferia, nos invitaron a comer una Navidad en un restaurante de postín y un compañero avispado me dijo que como pagaba la empresa, de primero pidiese angulas. Lo sabía muy bien el golfo. Las pedí, probé aquello y no me gustaron: a mí los fideos me gustaban sin ojos, y, por lo tanto, fue mi compañero quien dio buena cuenta de ellos, que él era también joven pero al vivir en Madrid era más sibarita que yo que vivía en el extrarradio.  Yo me sacié con el chuletón de vaca que me comí de segundo plato y al que tampoco tenía el gusto de conocer en aquella época. Pero peor lo hizo otro compañero, más paleto que yo, que se bebió una taza con caldo que ponían y que resultó ser agua con limón para que nos lavásemos las manos y desapareciese el olor a marisco de los dedos.
En otra comida que pagaba la empresa, otra navidad, el mismo sujeto me dijo: tú pide lubina a la sal, así conoces nuevas comidas para cuando seas rico, algo que yo no tenía in mente entonces, y ya he perdido la ilusión. Y pedí lubina a la sal, pero veo al camarero que se acerca a una mesa con una bandeja y un montón de sal –debajo estaba el pez, pero no se veía- y le pregunté a mi compañero: ¿Eso blanco, qué es lo que es? –en aquella época yo hablaba como los de mi pueblo-. “Lubina a la sal, lo que tú has pedido”, me dijo. Llamé al camarero y le dije que me pusiese  el socorrido chuletón de vaca que nos salva de situaciones extremas… Menudo panzón de sal con la lubina si me la tenía que comer toda…
Y es que al final los ricos van a llevar razón: los pobres somos pobres porque nos lo merecemos, no sabemos apreciar lo bueno.
Después de este inciso, y siguiendo con la comida del inicio, mi amigo no me cobró mucho por la invitación porque todos los bichos que nos puso eran congelados.
Mientras pagaba, vi cómo, en la mesa de al lado, se comían un pollo al chilindrón que se metía por los ojos. ¡Qué ordinariez!, me dije, y es que lo bueno se aprende rápido.

TERCERA VÍA

Unos, evolucionistas, dicen que venimos del mono; otros, creacionistas, cuentan no sé qué historias sobre barro, costillas y tal. ¿Alguien puede creer que Charlize Theron viene de uno u otro? Habrá que buscar una tercera vía.

  • Siempre intentan dar lecciones de pureza democrática los maestros de la manipulación y de la intriga.

RENÉE ZELLWEGER / BRIDGET JONES

Querida Renée:
Tengo que reconocer que me gustó la primera Bridget Jones, fresca, alegre, divertida, porque era el diario de una mujer común, con sus problemas existenciales de andar por casa que reflejaban la vida misma. Ahora, viendo el aspecto que se te ha quedado después de cambiar radicalmente tu imagen creo que la ficción te hizo más daño del que te puedes imaginar.
Nuestras vidas continuamente se llenan de nuevos y buenos propósitos: cuando somos malos intentamos hacernos buenos, cuando egoístas, desprendidos, si desapegados, cariñosos, si huraños, amables, pero cuando somos feos –algo tan relativo- intentar que la técnica nos haga guapos es algo que no entiendo. Además, ¿quién te había dicho a ti que eras fea? ¿Acaso vives en una sociedad tan superficial que piensa que la belleza está en la fachada? Sí, you think it. Tu sonrisa era cautivadora, tus kilitos de más te hacían terrenal, tus desastres emocionales, humana, pero tú debiste pensar que, en la vida real, lo principal es la belleza externa cuando ésta es algo totalmente subjetivo. Y es que os metéis en el mundo de lo irreal y ya no sabéis bien dónde está el límite entre uno u otro. A mí me gustabas porque físicamente eras Bridget Jones; ahora que eres la Renée Zellweger del nuevo rostro impostor, ya no me gustas, aunque a ti te parezca que eres más guapa. Una cosa es hacerse un arreglillo puntual y otra cambiarse la cara, mujer. No. Dime qué tenías que envidiarle tú, por ejemplo, a esa diosecilla que da muy bien en las fotos pero que ni en tres vidas se ganará el corazón de los espectadores como lo hiciste tú. Sí, mujer, me refiero a Charlize Theron, una desagradecida a la que envié una carta que supuraba amor por todos los poros y no ha tenido ni la delicadeza de contestarme. Con su pan se lo coma. Y tú, ahora, a apechugar con lo hecho, que ya no tiene vuelta atrás, aunque, con el tiempo se acostumbra uno al rostro y solo quedan los actos.
Adiós, Bridget.

  • Podrido como estaba el corazón de la manzana, envenenó a la Eva pecadora.

MENSAJES PRIVADOS  

En su teléfono privado recibió un escueto mensaje: “Felicidades. Te quiero”.
Él contestó con un "yo también te quiero".
Sólo ellos conocían la existencia de estos dos mensajes...

EN EL MUNDO ANIMAL
(“Era nuestro perro / porque lo que amamos / lo consideramos / nuestra propiedad”. Alberto Cortez)

Yo tuve un perro cuando casi nadie tenía perro, incluso era uno de marca, con pedigrí y todo, que hasta tenía su certificado, pero el pobre se convirtió poco a poco en león porque éramos diez en casa y le volvimos loco. Fue en una época en la que en mi trabajo inauguramos oficina y nos pusieron hilo musical y un día sonó la canción cuyo pasaje recuerdo arriba y di mucho la paliza preguntando a unos y otros si la tenían en disco o casete para grabármela. Y tenía la canción mi amigo Luis, cuya casa parecía un zoo: tenía perro, gato, alguna serpiente, lagartos, tritones y unos bichos parecidos a los cangrejos de mar que pululaban por todos lados. Yo iba poco por su casa, principalmente porque su mujer era un poco estirá, pero también porque los animalejos menudos y babosos me daban cierto repelús… Mi interés en esa canción le hizo sospechar que me gustaban los animales, y no iba descaminado.
Poco después su perra, una cocker, tuvo cachorros y me preguntó si quería uno. ¿A quién no le gustan los peluches? Claro que quiero uno. No caí en la cuenta de que crecen y precisan cuidados. Lo llevé a casa y al principio lo sacaba de paseo, principalmente los sábados y domingos, al parque, y era la admiración de amigos y desconocidos y yo más ancho que largo, presumía de mi perro como si fuese una novia guapa. Pero poco a poco fui eludiendo mis responsabilidades. Y los que estaban más tiempo en casa lo sacaban a la fuerza… (¿a que les suena la historia?). Mi padre, cuando pasó un tiempo, se lo dio a un amigo que tenía una casa en el campo, que es donde los animales están bien.
Hoy, la cuestión es distinta, la excepción a la regla la constituye la casa en la que no hay perros, gatos u otros animales, “de compañía”, dicen. Lo de “compañía” debe ser porque la gente está y se siente muy sola por diversos motivos. Y es habitual cuando uno va de paseo por las calles o los parques ver reuniones de dueños de perros (no entiendo por qué a los gatos no los sacan a pasear) comentando las incidencias del día: “me ha hecho caca líquida, o espesa, o…”, o “lleva unos días que no me come o que está muy nervioso”, o “…no creas, Agapito (que los nombres de algunos animalejos se las trae) se lleva fatal con Faly, el gato del 2º y con Andy, el perro del 5º…, pero echa mucho de menos a Mandy, el de Alberto, que se separó y se fue a las Margaritas y siempre que bajamos se para en su puerta. Es que son como personas” Qué tío…, perdón, perro. Eso sí: los perros son los dueños del parque, corren despendolados detrás de la pelotita que les lanzan y no preguntan si molestan porque al estúpido egoísta inhumano que le moleste que estén sueltos no tiene derechos, o tiene menos que los perros. Y los más radicales en la defensa del animal urbanita suelen ser los que, cuando les pasa lo que a mí, que se cansan o ya les aburre porque no les hace ajó, paran el coche cuando van de excursión a hacer senderismo, y lo dejan al borde de cualquier carretera de montaña. Obviamente son los menos, pero los hay, y los conozco. Mi pueblo de Granada, cruce de caminos, puede atestiguarlo.
Con los animales en las ciudades se altera hasta el orden natural de las cosas. Conozco el caso de un gato casero de ciudad, ya fallecido con dolor hasta las lágrimas de sus dueños, que cuando lo llevaban al pueblo, no solo rehuía la compañía de sus iguales paletos sino que no se atrevía a salir a la calle a buscar ratones, como es normal. Más: ¿Alguien conoce algún gato que no le guste el pescado? Yo sí: al sujeto del que hablo que, cada vez que por equivocación lo comía, vomitaba. ¿No es esto alteración del orden natural de las cosas?
Yo no estoy en contra de los animales (a pesar de haber tenido algún incidente aislado en forma de mordedura en el tobillo del perro de mi vecino del pueblo una noche de invierno a oscuras cuando invadí su espacio y le pisé y él atendiendo a su inevitable instinto animal me respondió de esa manera), al revés, los quiero pero en el lugar en el que serían más felices, y mucho me temo que este lugar no sería un piso de 50 metros. Pero respeto a quien opine lo contrario y solo pido que me respeten a mí y cumplan con las obligaciones que les marcan las ordenanzas: llevarlos atados, con bozal y recoger sus excrementos, entre otras. Y si se estresan y necesitan cansarse corriendo, lo siento, que corran y se cansen, pero con bozal. Y no quiero hacer sangre porque sé que me llamarán demagogo, pero me asquea ver la proliferación de peluquerías caninas o gatunas, clínicas veterinarias, anuncios de psicólogos para animales, los stand en los centros comerciales dedicados a comidas y productos para que la boca les huela bien, y cuyas cifras de ventas superan con creces la de potitos o yogures para niños, y otros artículos que sería lastimoso enumerar. Lo último que he visto, un anuncio en televisión para una especie de dentífrico para perros con el que lavarle los dientes y una pastelería para canes y… para qué seguir.
Pero queda muy bien eso de tener animalitos en casa, viste mucho y calza mejor. Yo prefiero disfrutar de ellos cuando voy al pueblo y veo  gallinas, pollos y conejos, en el corral, a vacas, cabras y corderos retozando en el campo o en el corral, y a los perros buscándose la vida por las calles y a los gatos a la caza de los ratones de los corrales. Después de la jornada cada uno volverá a su casa en la que tiene su espacio  y que nunca será el que ocupe una persona.
En mi casa, a los animales los prefiero en los documentales de La 2, con los que me duermo la siesta tan bien que no me despiertan ni las peleas entre los ñus y los cocodrilos cuando intentan cruzar el río.

  • Triste vida la de los que son siempre segundo plato y viven más del demérito ajeno que del mérito propio.

VIEJOS ROCKEROS

Los viejos rockeros se vuelven a encontrar después de mucho tiempo. Ha sido en esta mañana intempestiva, con viento racheado y lluvia torrencial, y hemos recordado los viejos tiempos, a voces, porque Miguel ya se ha agenciado el sonotone y Manolo no está diagnosticado, aunque es consciente de que el trabajo con las máquinas herramientas lleva irremediablemente a la pérdida de audición...
- Y el estruendo del rock duro en la Centauro... - apostilla.
- Nos ha fastidiao, y los cubatas, y los años... - añade Miguel.
- Y la genética...
Yo voy postergando lo del audífono, pero ya no puede ser por mucho más tiempo.
Después de hacer cada uno lo que tenía que hacer, nos tomamos un café, y hablamos de los chavales, que ayer se presentaron a una oposición para maquinista de metro en la que se presentaron 11500 personas para 380 puestos, y hablamos de lo de Cataluña, de lo de Madrid... Sale a colación que he publicado un libro y Manolo me dice que a los amigos se lo tengo que regalar; Miguel se ríe porque él me lo pagó, y yo le digo que no lo regalo, que tengo que costearme el siguiente...
- ¿Y de qué va? si puede saberse...
- De poesía.
Manolo se ríe. Él nunca perdió la sonrisa, incluso ahora que pelea contra un cáncer de estómago. Cuando salimos de la cafetería del hospital Miguel le dice que le acompañe al ambulatorio a recoger alguna analítica sobre su maltrecho colon. Yo volveré el 14 a recoger la analítica que confirme que mi flirteo con el maligno está superado.
La sangre que corre por nuestras venas aún mantiene la apariencia de nuestros veinte años, aquellos que quedaron enterrados entre cervezas, rock duro y desamores...

OKUPAS

Un vecino disertó el otro día sobre el significado de la palabra delincuente: "el que comete un delito", nos dijo. Obvio. Pero se la aplicaba a alguien que, junto a su familia, había 'okupado' una casa de nuestra calle.
Yo me limité a decir que no criminalizo a nadie hasta que me demuestre lo contrario, pero él siguió argumentándose a favor. No. Que alguien sin un techo donde meter a su familia ocupe una vivienda vacía, legalmente puede ser un delito, pero bajo el punto de vista humano, no lo es, por más leyes que digan lo contrario.
El problema es que nos asusta la pobreza y siempre la queremos tener lejos, no sólo de nuestras vidas -obviamente no queremos ser pobres-, sino también de nuestra vista. Si nos molesta el pobre que pide y ocupa nuestras aceras o el que pide en el metro,  si nos molesta quién llama a nuestra puerta para pedirnos comida, ¿cómo no nos va a molestar alguien que osa dar una patada en la puerta y meterse en una casa al lado de la nuestra? Y eso que esta casa ahora vacía la ha expropiado un banco -banco: nada que ver con la delincuencia, claro-, aunque su víctima en este caso haya sido uno de los nuestros que, obviamente, tampoco era un delincuente...
Los primeros momentos fueron de paranoia total, pero nadie se planteó que los poderes públicos tienen la obligación de garantizar una vivienda digna a todos. A todos. Nadie se planteó exigir una salida "legal" para esas personas. El derecho a la vivienda que recoge la Constitución es tan papel mojado como el derecho al trabajo... Pero eso nos da igual.
¿Por qué tenemos que soportar nosotros que gente extraña invada nuestra intimidad?
Sí, nos asusta la pobreza, y en demasiadas ocasiones, demasiada gente confunde pobreza con delincuencia.  Y es una pena.