miércoles, 18 de enero de 2017

UN AÑO EN LA VIDA VI. JUNIO



  • Cuando caminas de la mano de alguien, llegarás hasta donde ese alguien quiera que llegues.

DIARIO DE UNA URGENCIA

Pensaba hacer una breve crónica sobre una breve estancia en las Urgencias del hospital para que me viesen el pie, pero, después de dos horas de espera desde la primera valoración, creo que me va a dar tiempo a escribir un diario. 
Llevo, como decía, dos horas, gran parte de ellas escuchando a una cotorra hablar, ininterrumpidamente, por teléfono, con el modo metralleta puesto. ¡Qué don de palabra, Dios!
Sale una enfermera para anunciar la visita rutinaria a los ingresados y piden silencio, y las cotorras, cual plañideras, aceleran y suben el volumen.
Me acuerdo del viejo chiste que decía que cuando Dios creó a la mujer le iba saliendo perfecta hasta que, una vez terminada, le dijo: ¡habla!
Me está quedando todo un tanto machista, pero juro -o prometo- que los hombres estamos callados, y estamos mitad y mitad.
Acaba de llegar un cura y toma asiento, y me pregunto si los curas también enferman. ¿Y cotizan a Seguridad Social? Se entretiene leyendo un libro que no consigo ver qué es. Ahora sí: Los renglones torcidos de Dios... Por el título, no creo que sean lecturas apropiadas para un cura, por la duda que encierra el título, aunque siendo de Luca de Tena no debe ser muy transgresor.
Como yo voy cojeando me parece que todo el que está aquí, o el que llega de nuevas, cojea. Me pasó también cuando me operaron que parecía que a todo el mundo le habían operado de la próstata... 
Se va echando la noche y aquí sigo.  
Suenan los altavoces, que parece que los han comprado en un chino y tienes que adivinar el nombre. ¿No habrán dicho el mío y no me he dado cuenta? Pregunto en el mostrador y amablemente me dicen que no, que no ha habido suerte todavía; le digo que llevo, grosso modo, dos horas y me responde que la media son cuatro. ¿Y la cena?, pregunto, y se echa a reír: aquí hay que venir con los deberes hechos. Gracias. Y vuelvo a la banqueta de madera de la sala de espera (perdón por el pareado). 
Menos mal que la maquinita me sirve de entretenimiento, que si no...
Entra uno en silla de ruedas con el tobillo hinchado y detrás de él toda la familia, ya se sabe: familia que va a urgencias unida, permanece unida, sobre todo si la cosa llega a mayores. Después llega la abuela con el niño, y le dice: "pero si le han puesto a tu papa un carricoche", y le echa al niño encima, sin reparar en la pierna malherida...
Me pongo frente al televisor y veo el fútbol, mete un gol el Barça, empeoro de la lesión... Me rindo.

·       Cada vez que escucho a un economista hablar de ‘oportunidades de negocio’ pienso en la cantidad de seres humanos que quedarán en la cuneta para que ese negocio sea rentable.

A TI, QUE NO QUIERES SER MI AMIGO

Yo sé que podrías ser mi amigo porque compartimos muchas cosas, pero no lo eres porque no te dejan, porque me han marcado con la cruz de los estigmatizados y me han condenado sin darme la posibilidad de explicarme y, quizás, de entendernos. Y tú, que vienes de otro mundo parecido y en el fondo quisieras ser imparcial, sabes que mi condena es injusta y también sabes que tú y yo nos podríamos llevar bien. Y que compartiríamos momentos, charlas fructíferas, libros y músicas; que entenderíamos nuestros fracasos y nuestras pírricas victorias... Lo veo en tus ojos cada vez que me saludas y en tu saludo percibo un afecto distante, y me dices con la mirada: "es lo que hay, no puedo hacer más". 
No te preocupes, yo te entiendo: a veces, somos todo lo valientes que nos dejan ser; reclamamos libertad, incluso, a veces, luchamos sinceramente por la libertad, pero no somos capaces de romper las propias cadenas cuando sopesamos pros y contras, cuando ponemos los afectos y otras cosas en la balanza y la resultante es que podemos ganar la libertad pero también perder nuestra supuesta estabilidad.
El que crea actuar de forma congruente siempre, en todas las aristas de la vida, incluso en sus lados planos, que tire la primera piedra... 
En fin, a estas alturas, tampoco me importa demasiado, o, como decía Leonard Cohen en su Chelsea Hotel. Eso es todo, ni siquiera pienso mucho en ti...

  • La vida es una oportunidad única: no la desaproveches.

UNIVERSIDAD DE LA VIDA

En el perfil de cada vez más gente en las redes sociales veo que algunos se vanaglorian de no haber estudiado normalmente y de haber hecho ‘su carrera’ en lo que denominan ‘la universidad de la vida’; es decir, traduciendo: que se han dedicado a dar bandazos, probando ‘todo’; que se han llevado palos a diestro y siniestro y parece ser que eso les ha hecho mejores hombres y más invulnerables que al resto. Por descarte consideran que los que han llevado una vida más lineal, han estudiado hasta donde les han llegado las fuerzas o los medios y no se han metido en demasiados líos, no saben lo que es la vida dura porque ésta solo es la que dicen ellos: la suya. La vida de sacrificio, del trabajo y del estudio al mismo tiempo, del atender una casa y unos hijos y salir adelante, es  vida de burgueses y los ‘universitarios de la vida’ abominan de ella. Que les aproveche. Probablemente, incluso en su universidad, faltaron a las asignaturas más importantes, las que hablan sobre la dignidad de todas las personas.

  • ¡Qué buena es la buena vida! Para los que nos queda un miligramo de conciencia, si todos no pueden disfrutarla, deja de ser buena vida.

UNA VIDA DE SACRIFICIOS POR LA LIBERTAD

              Es probable que cuando cuente su vida en los corrillos del bar que habita, perdón, que frecuenta, hable de una vida de penurias en la que se tuvo que poner a trabajar a edad temprana para ayudar a una madre luchadora y a un padre represaliado y que pasó de un trabajo duro a otro, cuál de ellos peor, para poder estudiar y así labrarse un futuro mejor. Es probable que cuando hable de su experiencia vital hable de sacrificios y de esfuerzo, del pan ganado con el sudor de su frente, del futuro labrado a base de saltar por encima de penosos obstáculos que la vida y sus semejantes le iban colocando en el camino. Pero se puede sospechar que toda esa vida abnegada, que contará a quien no le conozca o no tenga acceso a su trayectoria, será, como casi todo en él, ‘retórica grandilocuente que encierra siempre – Tony Judt dixit - una enorme vacuidad’, es decir, pura mentira.
              Hasta hace un tiempo se le podía ver, a cualquier hora de la mañana, acodado en la barra del bar, en el espacio ciego que queda entre el ventanal y la puerta para que nadie lo pudiera ver desde la calle, cigarro en ristre, tocado con sombrero de colores llamativos, tomando a sorbos pequeños y espaciados un café solo para despejarse y estudiándose el periódico de información general que el bar ponía a disposición de los clientes. Al caer la tarde, era el güisqui ‘on the rocks’ el que le contemplaba desde la barra.
              Los datos objetivos, demostrables, sobre su vida, dicen que desde  su nacimiento y hasta bien avanzado el proyecto de hombre, creció como tal, intelectualmente, y vivió, y se supone que bien, a costa de alguien: de los padres que lo engendraron, y cuando tuvo edad, porque lengua parlanchina y embaucadora siempre la tuvo, se dejaría caer en las garras de alguna amante inofensiva. Y después, ya montado a lomos de una edad talludita debió decidir que era hora de hacer algo de provecho en la vida. Encontraría trabajo en alguna librería –los libros había decidido que serían lo suyo- y aguantaría unos meses de penalidades, madrugones y peleas con los jefes y con los clientes, que después se vieron recompensados con meses de prestación por ese bastión del estado del bienestar que se llama seguro de desempleo y que en algunas ocasiones es un refugio -como el del caso que nos ocupa- de vividores dispuestos a no dar un palo al agua en toda su puñetera vida.
              De todas formas él había nacido para la verborrea, la retórica –que en su boca, y para él, cada mañana cuando se contempla el ombligo, es puro arte-, y encontró un lugar idóneo para ganarse la vida que hasta ese momento le habían regalado, aunque con grandes penalidades –dice él, seguro- porque había estado luchando por un mundo mejor en el que todos tuvieran derecho a la educación, al trabajo digno, a la cultura, a la sanidad y en igualdad de condiciones: un partido político y de la izquierda, entonces en ascenso. La verborrea, la retórica vacua son un don que la naturaleza da y después, en muchos casos como éste, la política premia.
              Decíamos que encontró su lugar al abrigo de un partido político que habría de tener poder, mucho poder, en el futuro, y todo eso su buen olfato lo supo captar a las primeras de cambio. Inmediatamente se afilió y como la capital es muy grande y hay mucha gente y poca tarta para repartir decidió buscarse un lugar más pequeño, más alejado, más apartado del bullicio y donde tuviese menos competencia. Se afilió y participó activamente en todas las actividades del partido porque no tenía otra cosa que hacer y, claro, el que se multiplica y aparece por todas partes es el más valorado por parecer el más trabajador y, por lo tanto, habría que contar con él. Después, cuando empiezan a gobernar, él, casualmente, es contratado para trabajar, es un decir, en la Administración Pública. Termina su carrera en la universidad, le van renovando los contratos hasta que – ¡oh, queridos hados del destino! - consigue la plaza más o menos fija en el puesto, quizás – y sin quizás - mediante una oposición preparada “ad hoc”, cuando sobrepasa la edad madura o empieza el inevitable declive. Pasa por diversos puestos en el organigrama del partido, y, lógicamente, se tira a la yugular de quien ose criticar al Jefe, a su protector, a su hada madrina, porque, ¿qué sería de él sin la democracia, sin haber sabido estar en el sitio justo en el momento oportuno, sin haberse sabido aliar con el ganador? Es de mal nacidos no ser agradecidos y él tiene que agradecer todo, su vida, su trabajo, sus copas, su novia o esposa o amante, a su partido.
              Pero, ¡oh el malhadado destino!, quien le dio de comer no tuvo la consideración de dejar todo atado y bien atado, con el oculto plan de tenerle, como a muchos otros de la congregación de los socorros mutuos, cogido por ahí mismo, para que no se moviese. Y ahora, a su edad, esa edad tardía en la que incluso los hombres de talento suelen sucumbir ante el ocaso -¡triste destino el de los inútiles a los que el tiempo pone en su sitio!- ha vuelto al paro, ese casi desconocido para quien supo estar toda su vida arrimado al sol que más calentaba en cada momento… Y ahora se dedica a dedicar epítetos grandilocuentes, insultantes a los que le han dejado sin nómina, sean quienes sean. Las almas caritativas, humanitarias, saben perfectamente que a los ancianos beodos no hay que tenerles en cuenta su incontinencia verbal, producto de diarreas mentales no curadas del todo cuando era preceptivo.

MI OFICIO

Trabajo en un sitio delicado por el tipo de clientes que tenemos que atender, cada cual de diversa procedencia pero con un denominador común: están desempleados. Unos, que buscan trabajo y nunca les llega una oferta; otros, que no lo buscan y deberían buscarlo porque cobran y que cuando se le envía a una oferta tendrían que aceptarla pero no la aceptan porque ahora no puedo, me viene mal, qué hago con los niños. Lo más normal es que a nadie nunca se le ofrezca nada. “Es que llevo siete años apuntado y nunca me llaman pa’ ná”. ¿Y tú qué haces pa’ buscar? “Pues miro por el integné o echo currículus, que me paso las mañanas echando currículus, hasta las 12 que me salen los niños del colegio y como no los puedo dejar en el comedor…”
Mi empresa se llama Oficina de Empleo, una contradicción en los términos, bueno, en el término - sí tiene apariencia de oficina aunque por las plantas más bien parecería un jardín botánico no apto para alérgicos -. Empleo: más bien tendrían que denominarla Desempleo porque, de empleo poco, solo los que compatibilizan prestación y trabajo a tiempo parcial, y después estamos nosotros – funcionarios laborales fijos interinos eventuales y mediopensionistas - los que vamos a trabajar, bueno trabajar, trabajar… en el lado amable de la mesa y nos pagan, poco, pero nos pagan. Yo siempre he considerado que trabajo es bajar a la mina, la construcción, la agricultura, incluso alguna parte de la industria, porque no me digan que estar en una cadena de montaje poniendo 2 millones de tornillos a las piezas de un engranaje durante ocho horas, aparte de repetitivo y cansino, es un trabajo. A veces también considero trabajo lo de las fruterías, carnicerías, pescaderías y demás ías, pero más que nada por lo pesado que es y las muchas horas que hay que estar esperando a que vaya uno que te pida un saco de patatas o un kilo de boquerones. Pero lo demás, ir a una oficina o sentarse en la cabina del vagón del metro y conducirlo, o en la taquilla del cine y vender entradas o conducir un taxi… me parece mucho llamarlo trabajo, por lo que el término conlleva de penosidad.
A lo que iba, nosotros, que venimos siete horas y media a la oficina, a sentarte, poner un sello y teclear un numerito en el ordenador, preguntarle a un tío/a por su filiación, incluso que intente –sin conseguirlo en lo que conmigo se refiere- contarte su maltrecha vida, volver a teclear, levantarte para recoger la demanda-tarjeta-cartilla-cartón del paro y dársela y decirle que tiene que venir a que pongamos un sellito cada tres meses, y responder mil preguntas inútiles por reiterativas y “que solo vengo a preguntar”, “que no sé qué letra tengo que coger para apuntarme porque no está la “A” de apuntarse”, ni la “S” de sellar”, “que quiero preguntar por qué tó el mundo cobra y yo no”. Sí, pero eso es arriba con cita. “Y quién me da la cita?” Por teléfono o por Internet. “Pero ¿tú no me lo puedes decir?” Pues no porque usted quiere pescao y yo soy el carnicero. “Pues vaya mierda”. Pues vaya… arriba. Al final terminas gritando ¡¡¡Socorro!!! y termina viniendo la vigilanta, que no lleva porra pero con el uniforme causa respeto, y el sujeto/a se va, acordándose de mi madre, que qué coño pintará en todo esto, pero se va. Luego sube arriba  a armarla, pero esa ya es otra sección y otra película.
No me dirán que todo esto que relato es parte de un trabajo, trabajo… Pues no. Incluso tiene sus ratos de risa, como cuando un compañero atiende a uno que le dice que viene a arreglar los papeles del paro y le pregunta a bocajarro: ¿y por qué los has roto?, o cuando viene la familia de etnia gitana con la mujer y los cuatro niños a apuntarse porque no cobra y “mes’aorviao” sellar y le preguntas que si todos los niños son suyos y te dice “pos claro, de quién van a ser?” Y le preguntas si no tienen televisión en casa, y te responde: “Un cacho prasma asín –extendiendo los brazos como para 46 pulgadas- pero no va a ser televisión”, remacha, etc. A veces pasamos buenos ratos, aunque, en serio, cuando viene alguien necesitado, desesperado, agobiado, lo pasas realmente mal, aunque te acostumbras a vivir con ello, como los oncólogos que tienen que decir a un tipo que, mire, tiene usted cáncer, pues casi lo mismo: está usted parado y, tal y como está la cosa, tiene pocas posibilidades de salir del hoyo.
Bueno, y acabo que han abierto la puerta y tengo que llamar a los que han cogido número de la “A” de apuntarse y ya me están mirando por la rendija de los armarios, que estoy muy expuesto al público y entra un aire por ellas que voy a tener que coger una baja, coño.

·       ¿Carece de valor lo que resulta fácil de conseguir?

CARTA A FLOREN PA’ QUE FICHE AL CHOLO

He escrito una carta a Florentino instándole a que fiche a Simeone. Ya sé que el Madrid no puede fichar a alguien que se llame Cholo pero le decimos que utilice su apodo, Diego Pablo, y queda como si viviera en la Colonia El Viso. No debiera traerse al Mono Burgos, a no ser que adelgace, ya que alguien con esas redondeces no queda bien en un banquillo de deportistas, y que se cambiara el nombre, por Germán. También tendría que cambiar el rock por la ópera. Mucho cambio. Aunque bien pensado Simeone tiene pinta de tanguista y no por su affaire con Caminero (tango, el lamento del…) Lo dejamos ahí.
Uno de los problemas que dicen que se plantearía era cómo hacer correr a tanta figura como tiene el Madrid; sin problema: Cristiano y Bale son dos balas y están acostumbrados, y en el caso de Benzema, que ha hecho la ESO  en el Lycèe Française, aprende los nuevos métodos antes que Arda Turan que cuando vino era un vago y debía ser porque no comía cerdo ni bebía cerveza. Con los demás no creo que hubiese problema porque son de clase media y no suelen protestar mucho.
Lo que más me gusta del Atleti es la presión: parecen políticos españoles atacando a alguien que tenga una idea; en este caso la idea es el balón que en cuanto lo tiene el contrario ya tiene a tres del Atleti encima y se la roban. Y siempre la roban, como si tuviera un imán. Por eso, he propuesto en otra carta a Villar que haga el juego del fútbol algo más democrático, como el baloncesto, con un tiempo de posesión para cada equipo para hacer lo que pueda cada uno y no que te acosen en cuanto tienes la pelota y te la roben y siempre vaya a parar al mismo. Así no se puede jugar porque solo juega uno.
Por lo tanto, si Floren no accede a mis peticiones, no voy a tener más remedio que cambiar de equipo o borrarme ya de Canal + Liga, del que seguro es accionista, y ya se sabe que a estos ricos, tocándole la pela…

  • El estalinismo fue una doctrina que caló profundamente, de ahí la cantidad de individuos que, a diario son enviados a Siberia.

NOVIAS

Cuando tienes una novia y no te gusta que te vean en público con ella, puede ser:
a) porque la tipa tiene mala fama;
b) porque, siendo consciente de lo anterior, quieres salvaguardar tu prestigio no exponiéndote a que te relacionen ella;
c) porque ni tú mismo estás seguro de tu amor por ella.
En política suele pasar igual con las malas compañías, que a veces pretendes por conveniencia el amor de alguien, pero a escondidas...

  • No hay mejor abono para que germine la demagogia que la corrupción de unos y la miseria de la mayoría.

ÉL Y ELLA

Él acaba de cumplir cuatro años y anduvo todo el día detrás de ella; sólo quería estar con ella. En un momento determinado, la miró fijamente, la cogió por los brazos  y le dijo: “te quiero muchísimo”, y los niños no mienten; ya tendrán tiempo de hacerlo cuando crezcan.
Después le dijo que quería bailar y ella le dijo que no, que estaba cansada (¡ay, estas mujeres!). Él lloró desconsoladamente hasta que consiguió que bailara. Y entonces la sonrisa volvió a su rostro dulce, tan dulce como la tarde de un buen día de verano.
Y después salieron a pasear para contemplar el horizonte y se sentaron en la valla de madera, y ahí se paró el mundo para mirarles con una sonrisa.

AMISTADES RARAS
A lo largo de la vida vamos coleccionando amigos, mejor dicho, conocidos, de lo más variopinto, porque la palabra amigo es difícil de casar con su significado en sentido amplio, y, por tanto, los verdaderos, se podrían contar con los dedos de una oreja, que decía aquél, un tipo listo. Los que procedemos de las clases bajas y no nos hemos codeado con grandes genios en ciernes de las letras o de las ciencias, de las artes o del espectáculo en sus múltiples facetas, o grandes especuladores del mundo empresarial, tenemos que conformarnos con haberlo hecho con gente corriente, del común, de esa que, por lo general, nace, crece, se desarrolla y muere casi sin pena ni gloria, sin hacer algo de provecho que quede registrado entre los hitos de la humanidad. La mayoría de mis amigos se dedicó sólo a respirar cada día, que ya es ardua actividad en los tiempos que corren.
He de decir que también he tenido algunos –pocos- amigos empresarios, pero casi ninguno ha prosperado más allá de haber disfrutado, y en los inicios del negocio, del coche Mercedes y de la casa en la playa que más adelante la financiera le quitaría por no poder hacer frente a los pagos. Además, la mayoría de los empresarios que conocí lo hicieron en el ramo de la hostelería, o de las chapuzas caseras, actividades que es fácil deducir que no requieren mucha inversión en i+d+i: algunos pusieron bares, o algo más pretencioso, restaurantes, pero la mayoría fueron a la ruina porque se los bebieron; alguno que conocí subió un peldaño y se hizo socio con otros de un bar de alterne, pero el que alternaba era él, tanto con los clientes como con las chicas y tuvo que vender su paquete accionarial, que le pagaron tarde mal y nunca, ante la amenaza de su mujer: o ella o el bar de carretera.
A los amigos del ramo de la construcción, tampoco es que les fuera mucho mejor: ellos eran albañiles rasos que no llegaron a oficiales, o especialistas, pero que se dijeron: “si este tonto que me manda se ha hecho de oro, yo que soy listo…” Y se hicieron autónomos y dejaron de acarrear ladrillos y hacer mezcla y se fueron al trabajo fino: buscamos cuatro rumanos que trabajen y nosotros nos dedicamos a echar cartelitos por los buzones y a vigilar: “Pintura integral de su casa, 400 euros, somos parados y se lo hacemos más barato que nadie”, y la gente, movidos por la compasión y por el ahorrarse el IVA, los contrataba. Luego, cuando dejaba de funcionar la cisterna o el enchufe tenía una derivación llamaba al teléfono de contacto que dejaron, por si acaso, y sólo contestaba la tipa de la compañía telefónica: “el número al que llama no existe…”
Por lo general, mis amigos, como dije, eran gente corriente, con empleos corrientes que les proporcionaban lo suficiente para llegar a final de mes con más o menos agobios.  Y cada uno con una visión de las cosas diferente del otro. En una época, la mayoría de mis amigos eran trabajadores de las artes gráficas. Uno de ellos era un auténtico innovador, no por las artes gráficas, sino porque tenía novia, pero como no creía en el matrimonio ni en la monogamia, se echó otra y las dos consintieron la doble relación, y con las dos tuvo hijos. Sus amigos, que éramos muy comunistas, éramos de una sola mujer en la teoría, pero en aquella época de ninguna porque ligábamos poco, y le envidiábamos. Él era comunista y ejercía de tal: decía que había que romper con las reglas y rompió, vaya si rompió.
Otro de los amigos, muy intelectual de salón él, de los que antes de soltarte la perorata se tocaba la barbilla, como haciendo que pensaba, decía que no se casaría nunca porque siempre habría una mujer mejor. Palabras: luego se casó, tuvo hijos y la verdad es que hay muchas mejores que la suya, y peores, como en cada casa. Yo decía aquello de que el hombre nació para la soledad y lo decía  tanto a las chicas para parecer importante -un intelectual incipiente- que se lo tomaban en serio y huían a las primeras de cambio sin darles tiempo a que pensasen si querían compartir su soledad con la mía. Bocazas que es uno en la juventud.
En todos los grupos siempre había alguien que ligaba más que el resto y se debía a diversos motivos: su labia portentosa y que hacía que las chicas se fueran con él por encantamiento o por aburrimiento; o su tipito fino, sus ojos azules o pelo rubio, o simplemente, suerte. A uno de estos amigos ocasionales –de partidas de cartas y de ir juntos a la discoteca- no sabría en qué grupo encuadrarle, el caso es que no había sábado o domingo que fuésemos a la discoteca que él no desapareciera antes de cerrar con una chica bajo el brazo para esconderse en las profundidades de la oscuridad de algún polígono de las afueras o en alguna arboleda próxima. Así, fin de semana tras fin de semana, y el sábado siguiente nos contaba la aventura del sábado anterior, y así hasta el infinito. Un día le atropelló un coche en la carretera y le dejó maltrecho y, gracias, porque a punto estuvo de perder la vida. Las secuelas fueron unas muletas para siempre porque le destrozaron una pierna.
Después de recuperarse volvió a venir con nosotros a la discoteca, pero ya no ligaba, y bien que lo lamentaba porque su aparato reproductor no se vio afectado por el accidente, y así se lo hacía ver a las que antes no dudaban en acudir a su llamada, que solían ser las que quedaban de non en los múltiples grupos que pululaban por la discoteca: las menos –o nada- agraciadas que lucían escandalosas minifaldas para llamar más la atención. Estas chicas tan olvidadizas ya no le hacían ni caso. El pobre cogió una depresión tremenda que le hizo renegar de las desagradecidas mujeres y casi del mundo; renunció a ir para siempre a discotecas y rara vez le veíamos en las timbas que organizábamos -o en alguna excursión por el monte- en las que a él se le escapaba el dinero como si fuese agua entre los dedos. Pero un día, de vuelta de unas vacaciones que pasó en su pueblo extremeño, nos contó que había conocido a una buena chica que se enamoró de él a pesar de su cojera y de su muleta, por la que, por cierto, cobraba una magra pensión. Y se casó, y no fue feliz porque la mujer se iba con unos y con otros y él la aguantaba porque, al menos, decía, tenía a alguien que le cuidaba, hasta que se hartara.
Otro amigo era un precoz de cuidado. Desde los dieciséis años, cada chica que conocía iba a ser su mujer y la rapidez con que se tendría que casar era directamente proporcional a su belleza: si muy guapa, rápido; si regular, a medio plazo, y si era fea, porque hacía a todo, no tendría tanta prisa. En fin… Amigos raros.
Pero no sólo tuve amigos raros, también amigas raras. Sólo mencionaré a una que fue en sus tiempos la más fea de España y que no optó a premios internacionales porque entonces no disponíamos de mucho dinero para viajar, y, por lo que sigo viendo por las calles del mundo, todavía nadie le ha quitado tal galardón. Pero como siempre sucede en estos casos, era muy buena persona, tanto que cuando quedábamos con ella –poco y en sitios poco frecuentados por nuestras amistades- se pasaba el rato tratando de convencernos de que la belleza estaba en el interior, con lo cual también se convertía en una plasta.
Hay más, pero, para muestra, estos botones…

  • No sé qué fue primero el odio o la envidia, y no sé si una cosa lleva a la otra o viceversa. No sé.








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