- Cuando
caminas de la mano de alguien, llegarás hasta donde ese alguien quiera que
llegues.
DIARIO DE
UNA URGENCIA
Pensaba hacer una breve crónica
sobre una breve estancia en las Urgencias del hospital para que me viesen el
pie, pero, después de dos horas de espera desde la primera valoración, creo que
me va a dar tiempo a escribir un diario.
Llevo, como decía, dos horas, gran
parte de ellas escuchando a una cotorra hablar, ininterrumpidamente, por
teléfono, con el modo metralleta puesto. ¡Qué don de palabra, Dios!
Sale una enfermera para anunciar la
visita rutinaria a los ingresados y piden silencio, y las cotorras, cual
plañideras, aceleran y suben el volumen.
Me acuerdo del viejo chiste que
decía que cuando Dios creó a la mujer le iba saliendo perfecta hasta que, una
vez terminada, le dijo: ¡habla!
Me está quedando todo un tanto
machista, pero juro -o prometo- que los hombres estamos callados, y estamos
mitad y mitad.
Acaba de llegar un cura y toma
asiento, y me pregunto si los curas también enferman. ¿Y cotizan a Seguridad
Social? Se entretiene leyendo un libro que no consigo ver qué es. Ahora sí: Los renglones torcidos de Dios... Por el
título, no creo que sean lecturas apropiadas para un cura, por la duda que
encierra el título, aunque siendo de Luca de Tena no debe ser muy transgresor.
Como yo voy cojeando me parece que
todo el que está aquí, o el que llega de nuevas, cojea. Me pasó también cuando
me operaron que parecía que a todo el mundo le habían operado de la
próstata...
Se va echando la noche y aquí sigo.
Suenan los altavoces, que parece que
los han comprado en un chino y tienes que adivinar el nombre. ¿No habrán dicho
el mío y no me he dado cuenta? Pregunto en el mostrador y amablemente me dicen
que no, que no ha habido suerte todavía; le digo que llevo, grosso modo, dos
horas y me responde que la media son cuatro. ¿Y la cena?, pregunto, y se echa a
reír: aquí hay que venir con los deberes hechos. Gracias. Y vuelvo a la
banqueta de madera de la sala de espera (perdón por el pareado).
Menos mal que la maquinita me sirve
de entretenimiento, que si no...
Entra uno en silla de ruedas con el
tobillo hinchado y detrás de él toda la familia, ya se sabe: familia que va a
urgencias unida, permanece unida, sobre todo si la cosa llega a mayores.
Después llega la abuela con el niño, y le dice: "pero si le han puesto a
tu papa un carricoche", y le echa al niño encima, sin reparar en la pierna
malherida...
Me pongo frente al televisor y veo
el fútbol, mete un gol el Barça, empeoro de la lesión... Me rindo.
· Cada vez que escucho a un economista hablar de ‘oportunidades de
negocio’ pienso en la cantidad de seres humanos que quedarán en la cuneta para
que ese negocio sea rentable.
A TI, QUE NO
QUIERES SER MI AMIGO
Yo sé que podrías ser mi amigo
porque compartimos muchas cosas, pero no lo eres porque no te dejan, porque me
han marcado con la cruz de los estigmatizados y me han condenado sin darme la
posibilidad de explicarme y, quizás, de entendernos. Y tú, que vienes de otro
mundo parecido y en el fondo quisieras ser imparcial, sabes que mi condena es
injusta y también sabes que tú y yo nos podríamos llevar bien. Y que compartiríamos
momentos, charlas fructíferas, libros y músicas; que entenderíamos nuestros
fracasos y nuestras pírricas victorias... Lo veo en tus ojos cada vez que me
saludas y en tu saludo percibo un afecto distante, y me dices con la mirada:
"es lo que hay, no puedo hacer más".
No te preocupes, yo te entiendo: a
veces, somos todo lo valientes que nos dejan ser; reclamamos libertad, incluso,
a veces, luchamos sinceramente por la libertad, pero no somos capaces de romper
las propias cadenas cuando sopesamos pros y contras, cuando ponemos los afectos
y otras cosas en la balanza y la resultante es que podemos ganar la libertad
pero también perder nuestra supuesta estabilidad.
El que crea actuar de forma
congruente siempre, en todas las aristas de la vida, incluso en sus lados
planos, que tire la primera piedra...
En fin, a estas alturas, tampoco me
importa demasiado, o, como decía Leonard Cohen en su Chelsea Hotel. Eso es todo, ni siquiera pienso mucho en ti...
- La vida
es una oportunidad única: no la desaproveches.
UNIVERSIDAD
DE LA VIDA
En el perfil de cada
vez más gente en las redes sociales veo que algunos se vanaglorian de no haber
estudiado normalmente y de haber hecho ‘su carrera’ en lo que denominan ‘la
universidad de la vida’; es decir, traduciendo: que se han dedicado a dar
bandazos, probando ‘todo’; que se han llevado palos a diestro y siniestro y
parece ser que eso les ha hecho mejores hombres y más invulnerables que al
resto. Por descarte consideran que los que han llevado una vida más lineal, han
estudiado hasta donde les han llegado las fuerzas o los medios y no se han
metido en demasiados líos, no saben lo que es la vida dura porque ésta solo es
la que dicen ellos: la suya. La vida de sacrificio, del trabajo y del estudio
al mismo tiempo, del atender una casa y unos hijos y salir adelante, es vida de burgueses y los ‘universitarios de la
vida’ abominan de ella. Que les aproveche. Probablemente, incluso en su
universidad, faltaron a las asignaturas más importantes, las que hablan sobre
la dignidad de todas las personas.
- ¡Qué buena
es la buena vida! Para los que nos queda un miligramo de conciencia, si
todos no pueden disfrutarla, deja de ser buena vida.
UNA
VIDA DE SACRIFICIOS POR LA LIBERTAD
Es probable que cuando cuente su vida en los corrillos
del bar que habita, perdón, que frecuenta, hable de una vida de penurias en la
que se tuvo que poner a trabajar a edad temprana para ayudar a una madre
luchadora y a un padre represaliado y que pasó de un trabajo duro a otro, cuál
de ellos peor, para poder estudiar y así labrarse un futuro mejor. Es probable
que cuando hable de su experiencia vital hable de sacrificios y de esfuerzo,
del pan ganado con el sudor de su frente, del futuro labrado a base de saltar
por encima de penosos obstáculos que la vida y sus semejantes le iban colocando
en el camino. Pero se puede sospechar que toda esa vida abnegada, que contará a
quien no le conozca o no tenga acceso a su trayectoria, será, como casi todo en
él, ‘retórica grandilocuente que encierra siempre – Tony Judt dixit - una
enorme vacuidad’, es decir, pura mentira.
Hasta hace un tiempo se le podía ver, a cualquier hora
de la mañana, acodado en la barra del bar, en el espacio ciego que queda entre
el ventanal y la puerta para que nadie lo pudiera ver desde la calle, cigarro
en ristre, tocado con sombrero de colores llamativos, tomando a sorbos pequeños
y espaciados un café solo para despejarse y estudiándose el periódico de
información general que el bar ponía a disposición de los clientes. Al caer la
tarde, era el güisqui ‘on the rocks’ el que le contemplaba desde la barra.
Los datos objetivos, demostrables, sobre su vida, dicen
que desde su nacimiento y hasta bien
avanzado el proyecto de hombre, creció como tal, intelectualmente, y vivió, y
se supone que bien, a costa de alguien: de los padres que lo engendraron, y
cuando tuvo edad, porque lengua parlanchina y embaucadora siempre la tuvo, se
dejaría caer en las garras de alguna amante inofensiva. Y después, ya montado a
lomos de una edad talludita debió decidir que era hora de hacer algo de
provecho en la vida. Encontraría trabajo en alguna librería –los libros había
decidido que serían lo suyo- y aguantaría unos meses de penalidades, madrugones
y peleas con los jefes y con los clientes, que después se vieron recompensados
con meses de prestación por ese bastión del estado del bienestar que se llama
seguro de desempleo y que en algunas ocasiones es un refugio -como el del caso
que nos ocupa- de vividores dispuestos a no dar un palo al agua en toda su
puñetera vida.
De todas formas él había nacido para la verborrea, la
retórica –que en su boca, y para él, cada mañana cuando se contempla el
ombligo, es puro arte-, y encontró un lugar idóneo para ganarse la vida que
hasta ese momento le habían regalado, aunque con grandes penalidades –dice él,
seguro- porque había estado luchando por un mundo mejor en el que todos
tuvieran derecho a la educación, al trabajo digno, a la cultura, a la sanidad y
en igualdad de condiciones: un partido político y de la izquierda, entonces en
ascenso. La verborrea, la retórica vacua son un don que la naturaleza da y
después, en muchos casos como éste, la política premia.
Decíamos que encontró su lugar al abrigo de un partido
político que habría de tener poder, mucho poder, en el futuro, y todo eso su
buen olfato lo supo captar a las primeras de cambio. Inmediatamente se afilió y
como la capital es muy grande y hay mucha gente y poca tarta para repartir
decidió buscarse un lugar más pequeño, más alejado, más apartado del bullicio y
donde tuviese menos competencia. Se afilió y participó activamente en todas las
actividades del partido porque no tenía otra cosa que hacer y, claro, el que se
multiplica y aparece por todas partes es el más valorado por parecer el más
trabajador y, por lo tanto, habría que contar con él. Después, cuando empiezan
a gobernar, él, casualmente, es contratado para trabajar, es un decir, en la
Administración Pública. Termina su carrera en la universidad, le van renovando
los contratos hasta que – ¡oh, queridos hados del destino! - consigue la plaza
más o menos fija en el puesto, quizás – y sin quizás - mediante una oposición
preparada “ad hoc”, cuando sobrepasa la edad madura o empieza el inevitable
declive. Pasa por diversos puestos en el organigrama del partido, y, lógicamente,
se tira a la yugular de quien ose criticar al Jefe, a su protector, a su hada
madrina, porque, ¿qué sería de él sin la democracia, sin haber sabido estar en
el sitio justo en el momento oportuno, sin haberse sabido aliar con el ganador?
Es de mal nacidos no ser agradecidos y él tiene que agradecer todo, su vida, su
trabajo, sus copas, su novia o esposa o amante, a su partido.
Pero, ¡oh el malhadado destino!, quien le dio de comer
no tuvo la consideración de dejar todo atado y bien atado, con el oculto plan
de tenerle, como a muchos otros de la congregación de los socorros mutuos,
cogido por ahí mismo, para que no se moviese. Y ahora, a su edad, esa edad
tardía en la que incluso los hombres de talento suelen sucumbir ante el ocaso
-¡triste destino el de los inútiles a los que el tiempo pone en su sitio!- ha
vuelto al paro, ese casi desconocido para quien supo estar toda su vida
arrimado al sol que más calentaba en cada momento… Y ahora se dedica a dedicar
epítetos grandilocuentes, insultantes a los que le han dejado sin nómina, sean
quienes sean. Las almas caritativas, humanitarias, saben perfectamente que a
los ancianos beodos no hay que tenerles en cuenta su incontinencia verbal,
producto de diarreas mentales no curadas del todo cuando era preceptivo.
MI
OFICIO
Trabajo en un sitio
delicado por el tipo de clientes que tenemos que atender, cada cual de diversa
procedencia pero con un denominador común: están desempleados. Unos, que buscan
trabajo y nunca les llega una oferta; otros, que no lo buscan y deberían
buscarlo porque cobran y que cuando se le envía a una oferta tendrían que
aceptarla pero no la aceptan porque ahora no puedo, me viene mal, qué hago con
los niños. Lo más normal es que a nadie nunca se le ofrezca nada. “Es que llevo
siete años apuntado y nunca me llaman pa’ ná”. ¿Y tú qué haces pa’ buscar?
“Pues miro por el integné o echo currículus, que me paso las mañanas echando
currículus, hasta las 12 que me salen los niños del colegio y como no los puedo
dejar en el comedor…”
Mi empresa se llama
Oficina de Empleo, una contradicción en los términos, bueno, en el término - sí
tiene apariencia de oficina aunque por las plantas más bien parecería un jardín
botánico no apto para alérgicos -. Empleo: más bien tendrían que denominarla
Desempleo porque, de empleo poco, solo los que compatibilizan prestación y
trabajo a tiempo parcial, y después estamos nosotros – funcionarios laborales
fijos interinos eventuales y mediopensionistas - los que vamos a trabajar,
bueno trabajar, trabajar… en el lado amable de la mesa y nos pagan, poco, pero
nos pagan. Yo siempre he considerado que trabajo es bajar a la mina, la
construcción, la agricultura, incluso alguna parte de la industria, porque no
me digan que estar en una cadena de montaje poniendo 2 millones de tornillos a
las piezas de un engranaje durante ocho horas, aparte de repetitivo y cansino,
es un trabajo. A veces también considero trabajo lo de las fruterías,
carnicerías, pescaderías y demás ías, pero más que nada por lo pesado que es y
las muchas horas que hay que estar esperando a que vaya uno que te pida un saco
de patatas o un kilo de boquerones. Pero lo demás, ir a una oficina o sentarse
en la cabina del vagón del metro y conducirlo, o en la taquilla del cine y
vender entradas o conducir un taxi… me parece mucho llamarlo trabajo, por lo
que el término conlleva de penosidad.
A lo que iba, nosotros,
que venimos siete horas y media a la oficina, a sentarte, poner un sello y
teclear un numerito en el ordenador, preguntarle a un tío/a por su filiación,
incluso que intente –sin conseguirlo en lo que conmigo se refiere- contarte su
maltrecha vida, volver a teclear, levantarte para recoger la
demanda-tarjeta-cartilla-cartón del paro y dársela y decirle que tiene que
venir a que pongamos un sellito cada tres meses, y responder mil preguntas
inútiles por reiterativas y “que solo vengo a preguntar”, “que no sé qué letra
tengo que coger para apuntarme porque no está la “A” de apuntarse”, ni la “S”
de sellar”, “que quiero preguntar por qué tó el mundo cobra y yo no”. Sí, pero
eso es arriba con cita. “Y quién me da la cita?” Por teléfono o por Internet.
“Pero ¿tú no me lo puedes decir?” Pues no porque usted quiere pescao y yo soy el carnicero. “Pues vaya
mierda”. Pues vaya… arriba. Al final terminas gritando ¡¡¡Socorro!!! y termina
viniendo la vigilanta, que no lleva
porra pero con el uniforme causa respeto, y el sujeto/a se va, acordándose de
mi madre, que qué coño pintará en todo esto, pero se va. Luego sube arriba a armarla, pero esa ya es otra sección y otra
película.
No me dirán que todo
esto que relato es parte de un trabajo, trabajo… Pues no. Incluso tiene sus
ratos de risa, como cuando un compañero atiende a uno que le dice que viene a
arreglar los papeles del paro y le pregunta a bocajarro: ¿y por qué los has
roto?, o cuando viene la familia de etnia gitana con la mujer y los cuatro
niños a apuntarse porque no cobra ná
y “mes’aorviao” sellar y le preguntas
que si todos los niños son suyos y te dice “pos
claro, de quién van a ser?” Y le preguntas si no tienen televisión en casa, y
te responde: “Un cacho prasma asín
–extendiendo los brazos como para 46 pulgadas- pero no tó va a ser televisión”, remacha, etc. A veces pasamos buenos
ratos, aunque, en serio, cuando viene alguien necesitado, desesperado, agobiado,
lo pasas realmente mal, aunque te acostumbras a vivir con ello, como los
oncólogos que tienen que decir a un tipo que, mire, tiene usted cáncer, pues
casi lo mismo: está usted parado y, tal y como está la cosa, tiene pocas
posibilidades de salir del hoyo.
Bueno, y acabo que han
abierto la puerta y tengo que llamar a los que han cogido número de la “A” de
apuntarse y ya me están mirando por la rendija de los armarios, que estoy muy
expuesto al público y entra un aire por ellas que voy a tener que coger una
baja, coño.
·
¿Carece de valor lo que
resulta fácil de conseguir?
CARTA
A FLOREN PA’ QUE FICHE AL CHOLO
He escrito una carta a
Florentino instándole a que fiche a Simeone. Ya sé que el Madrid no puede
fichar a alguien que se llame Cholo pero le decimos que utilice su apodo, Diego
Pablo, y queda como si viviera en la Colonia El Viso. No debiera traerse al
Mono Burgos, a no ser que adelgace, ya que alguien con esas redondeces no queda
bien en un banquillo de deportistas, y que se cambiara el nombre, por Germán.
También tendría que cambiar el rock por la ópera. Mucho cambio. Aunque bien
pensado Simeone tiene pinta de tanguista y no por su affaire con Caminero
(tango, el lamento del…) Lo dejamos ahí.
Uno de los problemas
que dicen que se plantearía era cómo hacer correr a tanta figura como tiene el
Madrid; sin problema: Cristiano y Bale son dos balas y están acostumbrados, y
en el caso de Benzema, que ha hecho la ESO
en el Lycèe Française, aprende los nuevos métodos antes que Arda Turan
que cuando vino era un vago y debía ser porque no comía cerdo ni bebía cerveza.
Con los demás no creo que hubiese problema porque son de clase media y no
suelen protestar mucho.
Lo que más me gusta del
Atleti es la presión: parecen políticos españoles atacando a alguien que tenga
una idea; en este caso la idea es el balón que en cuanto lo tiene el contrario
ya tiene a tres del Atleti encima y se la roban. Y siempre la roban, como si
tuviera un imán. Por eso, he propuesto en otra carta a Villar que haga el juego
del fútbol algo más democrático, como el baloncesto, con un tiempo de posesión
para cada equipo para hacer lo que pueda cada uno y no que te acosen en cuanto
tienes la pelota y te la roben y siempre vaya a parar al mismo. Así no se puede
jugar porque solo juega uno.
Por lo tanto, si Floren
no accede a mis peticiones, no voy a tener más remedio que cambiar de equipo o
borrarme ya de Canal + Liga, del que seguro es accionista, y ya se sabe que a
estos ricos, tocándole la pela…
- El estalinismo fue una doctrina
que caló profundamente, de ahí la cantidad de individuos que, a diario son
enviados a Siberia.
NOVIAS
Cuando tienes una novia y no te
gusta que te vean en público con ella, puede ser:
a) porque la tipa tiene mala fama;
b) porque, siendo consciente de lo anterior, quieres
salvaguardar tu prestigio no exponiéndote a que te relacionen ella;
c) porque ni tú mismo estás seguro de tu amor por
ella.
En política suele pasar igual con las malas compañías,
que a veces pretendes por conveniencia el amor de alguien, pero a escondidas...
- No hay
mejor abono para que germine la demagogia que la corrupción de unos y la
miseria de la mayoría.
ÉL Y ELLA
Él acaba de cumplir
cuatro años y anduvo todo el día detrás de ella; sólo quería estar con ella. En
un momento determinado, la miró fijamente, la cogió por los brazos y le dijo: “te quiero muchísimo”, y los niños
no mienten; ya tendrán tiempo de hacerlo cuando crezcan.
Después le dijo que
quería bailar y ella le dijo que no, que estaba cansada (¡ay, estas mujeres!).
Él lloró desconsoladamente hasta que consiguió que bailara. Y entonces la
sonrisa volvió a su rostro dulce, tan dulce como la tarde de un buen día de
verano.
Y después salieron a
pasear para contemplar el horizonte y se sentaron en la valla de madera, y ahí
se paró el mundo para mirarles con una sonrisa.
AMISTADES RARAS
A lo largo de la vida vamos coleccionando amigos,
mejor dicho, conocidos, de lo más variopinto, porque la palabra amigo es
difícil de casar con su significado en sentido amplio, y, por tanto, los verdaderos,
se podrían contar con los dedos de una oreja, que decía aquél, un tipo listo.
Los que procedemos de las clases bajas y no nos hemos codeado con grandes
genios en ciernes de las letras o de las ciencias, de las artes o del
espectáculo en sus múltiples facetas, o grandes especuladores del mundo
empresarial, tenemos que conformarnos con haberlo hecho con gente corriente,
del común, de esa que, por lo general, nace, crece, se desarrolla y muere casi
sin pena ni gloria, sin hacer algo de provecho que quede registrado entre los
hitos de la humanidad. La mayoría de mis amigos se dedicó sólo a respirar cada
día, que ya es ardua actividad en los tiempos que corren.
He de decir que
también he tenido algunos –pocos- amigos empresarios, pero casi ninguno ha
prosperado más allá de haber disfrutado, y en los inicios del negocio, del
coche Mercedes y de la casa en la playa que más adelante la financiera le
quitaría por no poder hacer frente a los pagos. Además, la mayoría de los
empresarios que conocí lo hicieron en el ramo de la hostelería, o de las
chapuzas caseras, actividades que es fácil deducir que no requieren mucha
inversión en i+d+i: algunos pusieron bares, o algo más pretencioso,
restaurantes, pero la mayoría fueron a la ruina porque se los bebieron; alguno que
conocí subió un peldaño y se hizo socio con otros de un bar de alterne, pero el
que alternaba era él, tanto con los clientes como con las chicas y tuvo que
vender su paquete accionarial, que le pagaron tarde mal y nunca, ante la
amenaza de su mujer: o ella o el bar de carretera.
A los amigos del ramo
de la construcción, tampoco es que les fuera mucho mejor: ellos eran albañiles
rasos que no llegaron a oficiales, o especialistas, pero que se dijeron: “si
este tonto que me manda se ha hecho de oro, yo que soy listo…” Y se hicieron
autónomos y dejaron de acarrear ladrillos y hacer mezcla y se fueron al trabajo
fino: buscamos cuatro rumanos que trabajen y nosotros nos dedicamos a echar
cartelitos por los buzones y a vigilar: “Pintura integral de su casa, 400
euros, somos parados y se lo hacemos más barato que nadie”, y la gente, movidos
por la compasión y por el ahorrarse el IVA, los contrataba. Luego, cuando
dejaba de funcionar la cisterna o el enchufe tenía una derivación llamaba al
teléfono de contacto que dejaron, por si acaso, y sólo contestaba la tipa de la
compañía telefónica: “el número al que llama no existe…”
Por lo general, mis
amigos, como dije, eran gente corriente, con empleos corrientes que les
proporcionaban lo suficiente para llegar a final de mes con más o menos
agobios. Y cada uno con una visión de
las cosas diferente del otro. En una época, la mayoría de mis amigos eran
trabajadores de las artes gráficas. Uno de ellos era un auténtico innovador, no
por las artes gráficas, sino porque tenía novia, pero como no creía en el
matrimonio ni en la monogamia, se echó otra y las dos consintieron la doble
relación, y con las dos tuvo hijos. Sus amigos, que éramos muy comunistas,
éramos de una sola mujer en la teoría, pero en aquella época de ninguna porque
ligábamos poco, y le envidiábamos. Él era comunista y ejercía de tal: decía que
había que romper con las reglas y rompió, vaya si rompió.
Otro de los amigos, muy
intelectual de salón él, de los que antes de soltarte la perorata se tocaba la
barbilla, como haciendo que pensaba, decía que no se casaría nunca porque
siempre habría una mujer mejor. Palabras: luego se casó, tuvo hijos y la verdad
es que hay muchas mejores que la suya, y peores, como en cada casa. Yo decía
aquello de que el hombre nació para la soledad y lo decía tanto a las chicas para parecer importante
-un intelectual incipiente- que se lo tomaban en serio y huían a las primeras
de cambio sin darles tiempo a que pensasen si querían compartir su soledad con
la mía. Bocazas que es uno en la juventud.
En todos los grupos
siempre había alguien que ligaba más que el resto y se debía a diversos
motivos: su labia portentosa y que hacía que las chicas se fueran con él por
encantamiento o por aburrimiento; o su tipito fino, sus ojos azules o pelo
rubio, o simplemente, suerte. A uno de estos amigos ocasionales –de partidas de
cartas y de ir juntos a la discoteca- no sabría en qué grupo encuadrarle, el
caso es que no había sábado o domingo que fuésemos a la discoteca que él no
desapareciera antes de cerrar con una chica bajo el brazo para esconderse en
las profundidades de la oscuridad de algún polígono de las afueras o en alguna
arboleda próxima. Así, fin de semana tras fin de semana, y el sábado siguiente
nos contaba la aventura del sábado anterior, y así hasta el infinito. Un día le
atropelló un coche en la carretera y le dejó maltrecho y, gracias, porque a
punto estuvo de perder la vida. Las secuelas fueron unas muletas para siempre
porque le destrozaron una pierna.
Después de recuperarse
volvió a venir con nosotros a la discoteca, pero ya no ligaba, y bien que lo
lamentaba porque su aparato reproductor no se vio afectado por el accidente, y
así se lo hacía ver a las que antes no dudaban en acudir a su llamada, que
solían ser las que quedaban de non en los múltiples grupos que pululaban por la
discoteca: las menos –o nada- agraciadas que lucían escandalosas minifaldas
para llamar más la atención. Estas chicas tan olvidadizas ya no le hacían ni
caso. El pobre cogió una depresión tremenda que le hizo renegar de las
desagradecidas mujeres y casi del mundo; renunció a ir para siempre a
discotecas y rara vez le veíamos en las timbas que organizábamos -o en alguna
excursión por el monte- en las que a él se le escapaba el dinero como si fuese
agua entre los dedos. Pero un día, de vuelta de unas vacaciones que pasó en su
pueblo extremeño, nos contó que había conocido a una buena chica que se enamoró
de él a pesar de su cojera y de su muleta, por la que, por cierto, cobraba una
magra pensión. Y se casó, y no fue feliz porque la mujer se iba con unos y con
otros y él la aguantaba porque, al menos, decía, tenía a alguien que le
cuidaba, hasta que se hartara.
Otro amigo era un
precoz de cuidado. Desde los dieciséis años, cada chica que conocía iba a ser
su mujer y la rapidez con que se tendría que casar era directamente
proporcional a su belleza: si muy guapa, rápido; si regular, a medio plazo, y
si era fea, porque hacía a todo, no tendría tanta prisa. En fin… Amigos raros.
Pero no sólo tuve
amigos raros, también amigas raras. Sólo mencionaré a una que fue en sus
tiempos la más fea de España y que no optó a premios internacionales porque
entonces no disponíamos de mucho dinero para viajar, y, por lo que sigo viendo
por las calles del mundo, todavía nadie le ha quitado tal galardón. Pero como
siempre sucede en estos casos, era muy buena persona, tanto que cuando
quedábamos con ella –poco y en sitios poco frecuentados por nuestras amistades-
se pasaba el rato tratando de convencernos de que la belleza estaba en el interior,
con lo cual también se convertía en una plasta.
Hay más, pero, para
muestra, estos botones…
- No sé qué
fue primero el odio o la envidia, y no sé si una cosa lleva a la otra o
viceversa. No sé.