viernes, 4 de marzo de 2016

LOS SUEÑOS



1. VETE

Yo, con el ruido de la televisión, me duermo estupendamente: tiene un gran poder soporífero; es más, hasta sueño mientras me echo un sueñecito (valga la redundancia) en el morral. Sin ir más lejos, anoche, mientras ponían una película de alemanes oficialmente malos –los de Hitler- (los de ahora nos dicen oficialmente que son buenos) y de judíos. Con el ruido de fondo me puse a soñar en blanco y negro y se me apareció un Franco jovencito que me echaba una tremenda bronca porque, decía, que no habíamos aprendido nada en treinta y tantos años de democracia, que ni siquiera respetábamos el resultado de las urnas y que algunas veces, algunos, le copiaban mal. La verdad es que, aunque el sueño era en blanco y negro, o sepia, yo me estaba poniendo colorado. El muy cabrón, incluso, se rió de mi minusvalía sobrevenida: “Es el castigo de dios por rojo y ateo, ¡que no aprendéis!” Y me amenazó con volver si no nos reformábamos. En el sueño yo pensaba: “coño, es el momento de pegarle un tiro  para que no se muera en la cama”, pero no encontraba por ningún lado una pistola.
Con la llegada de los aliados a Auschwitz y el estruendo de unas supuestas trompetas liberadoras soñé que me despertaba, me incorporaba y veía que en el móvil tenía un mensaje indescifrable de una amiga y otro guasap de una vecina pidiéndome por favor que bajara el ruido de la televisión y que dejara de roncar, que estaba estudiando oposiciones para policía y que estaba en los temas más difíciles: los dedicados a cómo actuar ante las diferentes manifestaciones: de perroflautas, de rojos-rojos  y de fachas defendiendo la abolición del aborto y la vuelta del fuero de los españoles (aunque en el caso de éstos poco hay que hacer, sólo acompañarles para que nadie les moleste).
Como había sido un falso despertar seguí soñando y el siguiente sueño fue devastador: se me apareció un alcalde vestido de alférez provisional en una guerra –en la televisión seguían gritos de alemanes, llantos, disparos de metralletas-, rodeado de un ejército de cargos de confianza vestidos de mariachis y armados con guitarrones que amenazaban al enemigo con aquella canción de los Amaya que decía:
Vete, me has hecho daño
vete, estás vacía
vete, lejos de aquí.
Vete, no quiero verte
vete, con tus mentiras
vete, lejos de aquí
La lalaylala nananananananana
.
En esto que la aludida, como una heroína del XIX, se enfrenta a ellos, les sopla, y como sus cuerpos eran tan etéreos como sus pensamientos, salen volando y los que se van son ellos.
Acabada la batalla mariachil y vencido el alférez provisional, debido al sobresalto, me desperté de verdad, me incorporé y sólo se me ocurrió decir:
-          Hostia, otra vez me he quedado frito en el sofá.
Y es que los sueños de la razón, sobre todo en posiciones incómodas y cuando compartes sofá, producen monstruos…



 2. Cara B, porque vuelven los tiempos del vinilo

El mundo de los sueños es sorprendente. ¿por qué tiene uno que soñar que no ha acabado la carrera por la que está trabajando y come; que no ha terminado la mili; que el matrimonio no llega a consumarse y pasado un tiempo pierde mujer (¿?) e hijos? Eh, ¿Por qué? No digamos nada cuando el sueño tiene que ver con tu puesto de trabajo, en el que de golpe y porrazo se te olvida cómo desarrollar tus funciones y te ves a las puertas del paro hasta que un codazo te despierta y vuelves a la realidad. La verdad es que los sueños te hacen pasar muchos malos ratos y pocos buenos, aunque si es así, quizás sea porque sufres ansiedad. En fin, me compraré un libro de bolsillo y resumido de Freud en el que hable de la interpretación de los sueños, para ver si tiene algo que ver con mi infancia o adolescencia, o con mi afiliación a un partido político, porque nunca sabe uno dónde puede estar el origen del mal.
Anoche volví a pecar: puse la televisión y había un debate, que es como una guerra con palabras de algunos tontos sabihondos, en el que se mezcla –no sé la causa- alguna persona inteligente de vez en cuando, y por pura pereza no la apagué. Me dispuse a verlo pero duré poco y entre exabrupto y exabrupto ajeno, me dormí. Y, claro, estaba en el sofá del salón, solo…
Llevo un tiempo despolitizado y ahora ya no suelo soñar con personajes políticos -más me vale- sino con aspectos de la vida cotidiana pasada, presente o futura que me atormentan periódicamente, aunque algún personaje público se cuela de vez en cuando. Lo mejor de todo es que llevo una racha que me acuerdo a la mañana siguiente de qué me ha ocurrido durante la noche y es como volver a vivirlo pero ahora sabiendo que todo era una gran mentira.
En el primero de anoche, me habían hecho concejal de cultura y todo mi empeño era conseguir una subvención para el circo de la cabra, subvención que tenía que detraerse, porque estamos en tiempo de crisis, de las que se da a tanta casa regional, que ya están muy vistas y la mayoría de los socios son muy viejos y ya no están ágiles para los bailes regionales; los originarios incluso han muerto. No me dejaban, se oponían unos y otros, hasta los de mi partido, y no digamos nada los representantes de las casas que estaban presentes en el pleno en que lo propuse. Al final me denegaron mi solicitud porque los dueños del circo de la cabra eran rumanos y no tenían permiso de trabajo y hasta que no pasara el periodo transitorio no podrían ejercer. Por la cabra no había problema porque los animales no tienen nacionalidad –además, la habían comprado en Guadalajara- y su lenguaje es universal, aparte de no necesitar permiso, pero otra cosa eran los feriantes… No se puede subvencionar lo ilegal, sobre todo por el efecto llamada que supondría.
Y en medio de los gritos en el Pleno llamándome sinvergüenza porque pedía ayudas para los extranjeros y no para, por ejemplo, los músicos callejeros nacionales -a los que esos mismos que me chillaban, fuera llamaban perroflautas- soñé que me despertaba y que en tv sonaba el himno nacional y Franco nos daba las buenas noches.
Del susto me desperté de verdad y me subí al dormitorio, donde hacía dos horas me esperaba mi bella durmiente. No tardé en volver a coger el sueño y como tengo pocas cosas que me pesen en la conciencia, volví a soñar, y en los sueños la placidez relativa de mi vida normal se convertía en turbulencias en alta mar a bordo de un velero y sin saber nada de navegación: una auténtica odisea.
El siguiente sueño transcurría en la universidad, no había terminado la carrera, por lo que media vida no me valía y tenía que devolverla. Y ¿cómo se devolvía media vida? Y, ¿qué media vida iba a devolver? Yo quería devolver la primera porque ganaba menos dinero. Y ellos –no sabía quiénes eran ellos porque no se identificaban- querían que fuese la segunda. Para evitar tener que devolver ninguna el Claustro me pidió que hiciese una tesis doctoral que tuviese que ver con mis estudios y que un jurado compuesto por Wert, Soler y otros me la examinarían. Pensé lo que piensa la mayoría que hace tesis en España y en sus universidades: buscar argumentos peregrinos para demostrar lo obvio:
-          Incidencia de las invasiones bárbaras en el lenguaje algo brusco de los alpujarreños,
-          Influencia de Viriato en los dirigentes políticos a la hora de dejar el cargo,
-          Aportación de la genética en la transmisión de la forma de andar de padres a hijos.
Esta última me dijo Wert que no tenía mucho que ver con las humanidades pero aceptó después de consultar con el ministro de defensa que le dijo que sería interesante para una futura historia de las sagas militares en el ejército.
A punto de jubilarme y no valía la carrera y no encontraba la forma de iniciar la tesis sobre los bárbaros y los alpujarreños, más que nada porque soy de por allí y me llama la tierra.
Bien, el jurado: Wert, Soler y el presidente, con voto de calidad, era a su vez presidente de una casa regional a la que quise quitarle la subvención cuando fui concejal en el otro sueño. Estaba perdido: le temía más al voto de calidad, aunque era de mi partido, que a los otros aunque fuesen del contrario, porque la posibilidad de la venganza puesta en manos de la ignorancia puede ser mortal… Y en ese punto, buscando las pruebas imposibles para demostrar mi  ridícula tesis, el sueño se diluyó poco a poco.
En otro sueño no me había casado todavía, pero tenía dos hijos y no sabía dónde coño se había metido la madre… y yo me tenía que ir a la mili. (De este no me acuerdo de casi nada, solo de la síntesis del argumento pero no del desarrollo).
El siguiente fue el súmmum. Estamos en la Edad Moderna y yo vivía en Olot, una villa de Gerona, donde unos empresarios judíos cierran una academia y dejan de enseñar el castellano porque no reciben subvención del PP de la localidad. Después cierran todas las academias de la red que tenían por el territorio y esto provoca la creación del catalán en partes del Reino de Aragón, por estancamiento de la lengua madre… Se me aparece Wert, me da la mano y me hace subsecretario, y en la toma de posesión dice que soy un tío con dos narices por atreverme a decir que el catalán es castellano mal hablao. Le digo que mentira, que yo no he dicho eso, pero da igual. Artur Mas, que seguía el acto en directo a través de una televisión de plasma, ya ha enviado a dos tipos para retarme a duelo hasta la muerte, pero como me lo dicen en catalán y se niegan traducirme al castellano, pues no me entero, y así se queda la cosa, en el limbo de los sueños.
Entretanto, vuelvo a que no había hecho la mili y me encuentro en el cuartel con el alférez provisional de un sueño anterior – ¡qué obsesión! – que era cabo cuartel todavía y me manda que haga flexiones, cientos de flexiones, y yo le digo que no puedo, que me han operado de próstata –aquí mezclo ficción y realidad-, que no puedo, hombre. Él hace caso omiso, saca el látigo e intenta azotarme, pero en medio del litigio viene otro cabo, este de reemplazo, convoca unas primarias y las gana, con lo que me libro de ser azotado.
Me desperté cuando soñaba que, aunque me habían expulsado por mal hablado, me citaban para una asamblea del partido en el salón de actos de una casa regional, porque el de la sede local (conocido como El Rincón del Ególatra) estaba clausurado por orden del ayuntamiento por vender bebidas alcohólicas y haber provocado algunos casos de diarrea mental en algunos ancianos ya de por sí algo beodos.




  3. Sueños y pesadillas

Dicen que cuando no tienes la conciencia tranquila tienes pesadillas y cuando sí la tienes, sueñas cosas más normales. Yo, de todas formas pienso que los sueños son la constatación en la práctica de que el surrealismo no es una corriente artística, y ni Freud, ni Jung, ni historias para explicarlos porque… sueños son. Lo que pasa por la noche, o por el día, mientras duermes son, o bien pesadillas porque te atormenta tu mal hacer, o recreaciones excesivas de situaciones vitales llevadas al extremo. Ya creo que estoy filosofando, y pa’ncima, mal. Véase una muestra de lo que digo en los sueños que tengo últimamente, y lo digo porque soy un caso en el que se mezclan pesadillas de leones y fuegos eternos, y sueños, strictu senso. Yo no voy a hacer distinción entre unos y otros, que cada cual piense lo que considere oportuno.
Lugar de la acción, mi casa, protagonista, yo, comiéndome un bocadillo de sardinillas en aceite porque algún avispado que trabaja en una fábrica de conservas en regulación de empleo, me había dicho que los bocadillos de sardinillas en aceite  tenían mucho fósforo y como yo no fumaba desde hacía casi cuatro años, me los comía con fruición, sobre todo para matar el mono y quitarme la ansiedad (¿relación entre fósforo y tabaco? Bueno, sí para encenderlo. Vale). Como no podía salir a caminar porque llovía mucho pues me puse a andar por los pasillos de mi casa  deprisa, como haciendo carrera continua pero sin levantar mucho los pies del suelo, y mientras paseaba me di cuenta de que estaba rodeado por todas partes de fotos de mi familia, de mi mujer e hijos, que me miraban me pusiera donde me pusiera. Y sobre todo de mis hijos, en todas las edades, desde que eran bebés hasta pasar por la pubertad, la adolescencia hasta llegar a la actualidad que están los dos, incluso con la diferencia de edad, en la maldita hora de ser unos desagradecidos impertinentes. Me acusaban de que no había comprado la noche anterior una pizza y daban tres por una y de que les compraba Nesquick en vez de Cola Cao. La discusión era tremenda y terminaba por coger todas las fotos y hacer una pira con ellas, Por el fragor de las llamas y el olor a chamusquina se despiertan todos, que en mis sueños estaban durmiendo y se vienen, ahora de verdad, a por mí: “Es que nos quieres matar, estás loco, desde que has dejado de fumar estás completamente loco. Fuma y déjate de bocadillos de sardinillas a todas horas. ¿No te das cuenta de que son las cuatro de la mañana?” Las cuatro de la mañana y ahí estaba yo, con las ascuas de las fotos, mi bocadillo en una mano y una cerveza en la otra y mi familia acusándome como si fuese el pecador de las montañas. Mi hijo, compasivo, me dice: “no te preocupes, papá, que yo voy a comprarte tabaco ahora mismo”. “Si están cerrados los estancos”, le digo. “Pero ahora venden también en las farmacias porque el ministro de sanidad tiene una prima farmacéutica y no es todavía lo suficientemente rica y para que llegue a serlo le ha abierto esa vía de negocio”. Vale. Pero intenta abrir la puerta y un nevazo había atrancado la entrada de la casa y no podía  salir. Cuando conseguimos quitar la nieve, sale corriendo, y cuando vuelve, me trae una lata de sardinillas: se había acabado el tabaco pero el farmacéutico (las sardinillas: otra vía de negocio) le dijo que las sardinillas tenían mucho fósforo y podía actuar de sustitutivo (y esto lo decía el farmacéutico). Yo me puse a llorar, y ante tanta lágrima, no tuve más remedio que despertarme para que no se ahogaran mis penas del todo.
Me dormí plácidamente, harto de sardinillas virtuales como estaba, y, al rato, vuelvo a soñar, esta vez con la familia más lejana. Mis dos tíos pequeños –Malolo y Tobas- se peleaban, y eso que en la realidad se amaban profundamente, en el pasillo de mi casa del pueblo que es largo como el camino del Marchal, y le decía uno a otro: “Tú eres un políglota”. Y el otro le contestaba: “Tú a mí no me insultas, que eres un marflorita”, le responde. “Anda mamarracho”. “Mamarracho tú que te has casado con un grajo”. “¿Con un grajo? Y tú con un pájaro perdiz, que tiene el pelo alorigao como las gallinas y el pico largo...” En esto que aparece mi abuelo con la dentadura en las manos. “Pero ¿qué coño pasa aquí? Si ya os habéis casado por qué tenéis que venir a despertarme de la siesta, me cago en lo que se menea”. Llama a uno de ellos señalándole con el cayao y como no le hacía caso le coge con la parte curva del instrumento por el cuello y le dice: “Ven acá pa’cá”. Y mi tío: “que no voy que me das con el cayao”. “Que vengas aquí que te voy a pegar dos hostias, hombre, por mal mandao, ¿no te tengo dicho que no pelees con tu hermano y que te vayas a mancajar remolacha?” “Sí pero es que yo quiero ser oficinista”, le respondía mi tío. “Ofici…pollas vas a ser tú, como mucho vas a trabajar haciendo muebles de oficina”. Otra vez me desperté del sobresalto porque mi tío trabajó toda su vida haciendo muebles de oficina y mi abuelo estaba muerto….
Otra vez despierto y con mucha noche por delante y los sueños que no dejaban de alterarme. Pensé en no dormirme y bajar al ordenador para escribir lo que había soñado, pero, mientras le daba forma para no mezclar los sueños porque a mi abuelo no le gustaban las sardinillas y gastaba caldo de gallina, que se lo fumada y todo, y mis tíos no podían convertirse en mis hijos y pedir pizzas, pues, mientras enredaba en la mente me quedé de nuevo dormido, y esta vez el sueño fue algo más agradable, bueno, bastante mejor:
Soñé que era cheerleader y no tenía mallas y tenía que salir ya a escena porque era un descanso o tiempo muerto de un partido… y salí sin mallas, para que disfrutara el público, que al verme diferente a las demás se volvían locos. Yo estaba contentísim…a de mi nuevo sexo y profesión, tanto que me pasaba los tiempos muertos en mi casa delante de los espejos diciendo: pero qué buena estoy, lo que se va a comer mi amigo Antonio cuando me vea, porque sé que le gusto. En fin, sueños del que tiene hambre, está claro. Si me coge Freud –o Jung- me destroza. Yo creo que este sueño tiene un poco de trasfondo y puede venir por mi nuevo estado después de la operación de próstata.
Después, en el sueño, me quiso contratar un grupo músico-vocal para hacer los coros pero me había salido un pólipo en la garganta y me dijeron: “Bueno cúrate y luego te contratamos”, pero luego tuve tres niños de golpe y me empecé a ajar y en la re-transformación de mujer a hombre que había decidido tras el parto triple, menudo follón, me desperté gritando, tanto que llamaron al timbre de la puerta y pensé: ya tengo aquí a la policía…
Otra obsesión, el personaje del policía, que será un tema a estudiar porque nunca antes una profesión ha dado para tanto en mis sueños de veterano soñador.
Hay otros sueños, que no sé en qué grupo encajarlos si en el de las pesadillas o sueños normales, en el que situaciones de la vida real las llevas al extremo y sueñas como cosas factibles algo que entra dentro de lo utópico por la maldad intrínseca de los hombres. El ejemplo es el que tuve el otro día en el que un partido de la ultra-ultra izquierda se presentaba a las elecciones y en su programa electoral proponía lo que sigue, soñado con todos sus puntos y sus comas:
“La jubilación es un derecho y como tal hay que disfrutarlo, y para disfrutarlo tendría que producirse cuando uno está en condiciones; lo demás es padecerla. No debe acceder el trabajador a ella cuando está hecho una pena, con goteras por todos lados, que, en vez de disfrutarla, se pasa la vida en visitas médicas y pidiendo cita en persona en el hospital  porque por teléfono se le da muy mal, entre otras cosas porque no oye, y el internet, a esas edades, pues no se maneja con la soltura debida. Nosotros proponemos, para evitar que los viejos se conviertan en personajes ociosos, carne de psiquiatra, que se pasan la vida cuidando a los nietos sin dar de alta en seguridad social, o en el bar echando partidas de mus y bebiendo cerveza sin alcohol, que se jubile a las personas desde la más tierna edad hasta, pongamos, los cincuenta años más o menos –la edad se podría discutir-, y a partir de ahí, a trabajar y que cargue el empresario con los males, no el Estado.
Total, al paso que llevamos, esa será la edad en la que empiecen nuestros hijos a trabajar, por lo que la propuesta no es nada descabellada. Eso sí, los de siempre, los de la cultura del esfuerzo, que sigan trabajando, durante ese período, en B, para llevar ventaja… como siempre.”
… Y los sueños, menos mal que sueños son…



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